Desde el comienzo de la era de globalización, Europa ha compensado la debilidad relativa de los impulsores internos del desarrollo con el tirón de los mercados extracomunitarios como China y EE UU, y la disponibilidad de materias primas importadas a costos estables. Entre los grandes países, Alemania — y de forma especial su industria— ha sido el enorme ganador de esta etapa del capitalismo. Una etapa que no obstante se está agotando, y esto tiene consecuencias para la economía de España, negativas en lo inmediato y positivas si sabemos leer las transformaciones en marcha.

El panorama global cada vez es más fragmentado. Las últimas perspectivas globales del FMI confirman que la globalización da paso a una ralentización de los intercambios internacionales, singularmente los que suceden entre bloques geopolíticos. Es decir, el comercio se regionaliza, apartándose del ideal del multilateralismo cuajado tras la caída del muro de Berlín. Así lo patentiza el parón del comercio entre la UE y el resto del mundo: las exportaciones cara destinos no comunitarios, que se habían aumentado a un ritmo anual próximo al cinco con cinco% en términos reales en el periodo dos mil-dos mil diecinueve, apenas medraron sutilmente sobre el 1% en los últimos 3 años. Asimismo, la inversión de terceros países en el tejido productivo europeo se ha desplomado (desde los más de cuatrocientos millones que entraban de año en año ya antes de la pandemia, hasta menos de la mitad).

En paralelo, el costo unitario de las importaciones se ha aumentado con relación al coste de los recursos y servicios que exportamos fuera de la UE. Este vuelco (o deterioro de la relación de intercambio) procede sobre todo del encarecimiento de las materias primas, entre aquéllas que resaltan las energéticas. Si bien la situación ha mejorado de manera notable estos últimos meses, el costo unitario de las importaciones prosigue avanzando a un ritmo superior al de las exportaciones, aparte de enseñar una enorme volatilidad, justo lo opuesto de las tendencias observadas en el esplendor de la globalización. El doble shock, de fragmentación y de costos relativos de las importaciones, contribuye a explicar el debilitamiento de la industria europea, a juzgar por el nuevo bajonazo del indicador de actividad del campo, adentrándose en terreno contractivo. El FMI predice un desarrollo muy enclenque, o en ciertos casos negativo, de nuestros primordiales asociados europeos.

La tendencia, que se sobrepone a la subida sin tregua de las clases de interés, es alarmante para España. Los intercambios con el exterior han sido un factor vital de prosperidad para este país, aportando un plus de desarrollo en instantes expansivos y mitigando las recesiones. Las exportaciones netas aportaron de forma directa más de la mitad del avance del PIB registrado el año pasado, eso sin contar el efecto de arrastre en la inversión de equipamiento y otros agregados de demanda. Y en la crisis financiera la política de parquedad hubiese tenido un costo aún mayor de no ser por la resistencia del campo exterior, en particular el turismo.

No obstante, asimismo se atisban ciertas ocasiones al compás de la relocalización de la industria —con efectos positivos en concepto de lucha contra el cambio climático— y teniendo presente nuestra ventaja comparativa en el campo de energías renovables. La profundización de la integración europea, única opción viable frente a la lógica de bloques geopolíticos, nos podría favorecer como se desprende del fuerte superávit de nuestros intercambios con el resto de Europa. Se trata en cualquier caso de activos que es conveniente cuidar y poner en valor con nuestros recursos. Pero la desglobalización asimismo se presta a una lectura en clave europea, por el hecho de que la peor de las contestaciones sería una escalada de egoísmos nacionales dentro de la Unión. Véase la inflación de todo género de subvenciones e incentivos que pretenden ganar competitividad de forma espuria a cargo de otros asociados. En esta disyuntiva, es preciso que los próximos comicios europeos sirvan para acotar una visión de conjunto.

IPI

La industria es el campo más frágil frente a la ralentización de la economía europea y los cambios en las pautas de consumo, sesgadas cara los servicios. La actividad recula, a juzgar por el índice de producción industrial (-1% en el mes de junio, y -cero con dos% en lo que va de año). Destaca la debilidad de las ramas de energía, recursos intermedios como la química, y recursos de consumo. Sin embargo, la tendencia prosigue siendo positiva en los recursos de equipo y los productos farmacéuticos, al tiempo que el campo automotriz experimenta una remontada desde los mínimos del año pasado.    

Mercedes Cruz Ocaña