Una vez a la semana, a lo largo de la hora del almuerzo, Juan Acosta (treinta y tres años) desconecta del trabajo y se prepara para su sesión de terapia on line. Encuentra un sitio apacible de la casa, se pone cómodo con un café a su lado, abre Zoom y comienza a charlar con su sicóloga, con quien trabaja desde ya hace 3 años. Acosta la conoció un poco antes del inicio de la pandemia, y las sesiones, en un inicio presenciales, pronto se transformaron en telemáticas a raíz del confinamiento tan largo y riguroso que se vivió en Argentina. Pero aun cuando la gente pudo regresar a salir, Acosta prosiguió su terapia de exactamente la misma forma, a través de una pantalla, ya que el fin del confinamiento coincidió con su mudanza a España desde Buenos Aires. “Me ayudó mucho en un momento muy complicado de mi vida. No cambiaría mis sesiones online con ella por ninguna terapia presencial”, asegura el argentino.

Por plataformas de videollamada, teléfono o WhatsApp, las sesiones de terapia online se han multiplicado en los últimos tres años a causa de la pandemia, que ha empeorado la salud mental de los ciudadanos. De hecho, cuatro de cada 10 españoles aseguran no gozar de una buena salud mental y casi el 75% de la población está convencida de que ha empeorado para todos durante los últimos años, según un estudio reciente de la Confederación Salud Mental España y la Fundación Mutua Madrileña. Los profesionales han sido los primeros en notar este incremento de la demanda, y una de las consecuencias más inmediatas ha sido la necesidad de adaptar su trabajo a las nuevas exigencias. Marina Graniza, psicóloga de 40 años, nunca había hecho sesiones online antes del 2020, pero, una vez se vio confinada en casa como todos sus pacientes, no le quedó otra. Al principio, reconoce, fue difícil acostumbrarse. “El nivel de contacto se diluye un poco. Hay momentos, quizás más emotivos, donde la presencialidad se echa en falta”, explica Graniza, aunque añade que nada de esto hace que la terapia sea incompleta.

Más bien, al contrario: la decena de psicólogos y pacientes consultados para este reportaje están de acuerdo en afirmar que la terapia online no solamente fue una alternativa muy válida a la presencial durante lo peor de la pandemia, sino que ha llegado para quedarse. Un estudio reciente del American Medical Association cifra en un 69% los profesionales de la salud mental que han incorporado la terapia online entre los servicios que ofrecen de forma habitual. “Para mí el fin del confinamiento coincidió con mi maternidad, y poder hacer las sesiones online desde mi casa me ayuda mucho con el tema de la conciliación”, afirma Graniza, que en su día a día trabaja más de forma telemática que presencial.

Aunque algunos de sus pacientes han vuelto físicamente a la consulta una vez que la mascarilla dejó de ser obligatoria en interiores —”Entre estar online y vernos la cara, y estar en exactamente la misma habitación, pero con la boca tapada, preferían lo primero”, señala—, asegura que muchos otros han decidido seguir on line. Hay dos factores que esta profesional encuentra determinantes. “Los pacientes valoran positivamente la posibilidad de conectarse desde cualquier lugar y en cualquier momento a lo largo del día. Algunos lo hacen incluso desde la oficina”, explica. Asimismo, el hecho de que una de sus sesiones online cueste menos que una presencial hace posible que más gente pueda permitirse pagar la terapia.

Otro aspecto positivo, para ambas partes, es la falta de fronteras geográficas. Da igual que psicólogo y paciente se encuentren en ciudades, países o continentes diferentes, siempre van a poder seguir la terapia. Esta contingencia hizo que Lucía Martín (41 años) empezara a dar sesiones online una década antes de la pandemia. Muchos de sus pacientes son españoles que han tenido que mudarse al extranjero para trabajar y que, a la hora de cuidar su salud mental, prefieren buscar un psicólogo en su país de origen, incluso a costa de tener que adaptarse a un huso horario diferente. “Yo creo que como profesionales nos tenemos que ajustar un poco a las necesidades del paciente. Nuestra labor es ponérselo fácil para que puedan seguir con la terapia”, afirma.

Otras veces son los propios profesionales quienes cambian de residencia. Mario Fiorentino, peruano de 33 años, atiende en Lima consultas desde España, Miami, México y otras ciudades de Perú. Trabaja de nueve de la noche a 3 de la mañana para poder conectarse con sus pacientes al otro lado del Atlántico, y a finales del verano —que es cuando planea mudarse a España—, pasará a hacer lo mismo para atender a los que viven en Latinoamérica. “Hace unos años hubiera sido impensable hacer algo así. Pero ahora puedes cambiar de vida, sin tener que dejar en el aire el proceso de recuperación de nadie, o dejar de trabajar”, explica.

La psicóloga Marina Graniza durante una consulta online con un paciente.
La psicóloga Marina Graniza durante una consulta online con un paciente.Santi Burgos

Limitaciones de la pantalla

A pesar de la comodidad a la hora de conciliar, también hay quien decidió volver de forma presencial, como María Dolores García, murciana de 25 años que estudia en Alicante. Empezó a ir a terapia en 2019 para aprender a gestionar sus emociones y controlar la ansiedad, y a los pocos meses de empezar tuvo que seguir online, con la misma psicóloga. “Fue una cosa bastante nueva para las dos, estuvimos tanteando mucho con las diferentes plataformas. A veces simplemente hacíamos videollamadas por WhatsApp, aunque nunca solo con audio, era demasiado impersonal para mí”, recuerda.

Reconoce que la experiencia fue “positiva” y “funcional desde la primera sesión”, pero en cuanto pudieron verse la cara en persona prefirió volver a la consulta. “Lo sentía un espacio más seguro donde hablar. Como comparto piso, a veces en casa sentía que no tenía intimidad, tenía miedo a que alguien pudiera escucharme”, explica.

Martín coincide en la necesidad, para algunos de sus pacientes, de poder estar en un espacio que sienten seguro, tanto que reconoce que algunos de ellos prefirieron interrumpir la terapia durante la pandemia porque no tenía suficiente intimidad en sus casas para hablar libremente. “Yo siempre intento, dentro de lo posible, recrear la misma atmósfera que tengo en la consulta. Pido a mis pacientes que se sirvan una taza de café o té, que es lo que ofrezco cuando vienen aquí, y juego mucho con la anticipación”, añade. “Explico que es posible que de repente se bloquee la pantalla, que falle la conexión, o que no estaré mirando a cámara de vez en cuando porque estoy tomando notas. Pero nada de esto le quita valor a la terapia, aunque en alguna sesión más profunda o emocional no es lo ideal que haya estos fallos”.

Por otro lado, Fiorentino reconoce que el vínculo que se viene a crear, sobre todo en el caso de los pacientes que empiezan la terapia directamente online, es distinto. “Siento que para ellos la terapia tiene un matiz más práctico. Tienden a querer resolver el problema de forma más rápida, mientras que en las consultas presenciales el ritmo es más pausado”, destaca. “Esto no quiere decir que la terapia pierda la suficiencia. He visto pacientes que probablemente nunca voy a ver en persona mejorar muchísimo”.

Modelo híbrido

Una solución que parece poner a todos de acuerdo es la terapia híbrida, alternando sesiones online y presenciales, para beneficiarse de los mejores aspectos de los dos modelos. De esta forma, psicólogos y pacientes pueden recuperar el contacto humano, que es lo que más han echado en falta durante la pandemia, y al mismo tiempo mantener la comodidad de quedarse en casa.

“Apoyo lo híbrido, en todos los sentidos. Si funciona con el trabajo, no veo por qué no puede funcionar también con la terapia”, dice Acosta. Cuando viaja a Buenos Aires por trabajo, cada 4 o cinco meses, pasa por la consulta de su sicóloga y los dos aprovechan para charlar en persona. “Me ayuda a mantener el contacto y estar más relajado. Pero, si no tuviera esta posibilidad, no pasaría nada. Si necesito llorar, lloro incluso con una pantalla de por medio”, remata.