En el último año se han producido las subidas de tipos más intensas de los bancos centrales desarrollados de la historia reciente (entre 4 y 5 puntos porcentuales) en su intento de doblegar una inflación galopante con un origen peculiar: la reapertura de las economías tras la crisis de la covid, que requería engrasar de nuevo las cadenas de valor y poner en marcha políticas fiscales expansivas, y el posterior inicio de la guerra de Ucrania.

Aunque por sus especificidades todos los escenarios que enfrentan los bancos centrales a lo largo de la historia requieren terapias singulares, el de la crisis vigente era especialmente complejo. Tanto más si se tiene en cuenta el antecedente de muchos años de política monetaria no convencional con tipos cero, que incluso anclaron las curvas sin riesgo en niveles negativos en muchos países. La necesidad de girar rápida y eficazmente hacia una política monetaria restrictiva, combinándola con la política fiscal expansiva subyacente entonces, ha sido fuente de contradicciones difícilmente salvables dado el contexto.

Es entendible que, tras tan brusca alza de tipos, los bancos centrales evalúen con celo especial sus próximos pasos. El saldo a fecha de hoy es una notable desaceleración económica (dispar y mucho más suave en EE UU que en Europa), eludiendo de momento una situación recesiva, y la reconducción de las tensiones inflacionistas, aunque a un ritmo aparentemente insuficiente. Como siempre, la dificultad en política económica y monetaria es medir con éxito el retardo con el que impactan en la actividad y en los precios las medidas que se adoptan y el riesgo que conlleva pasarse o quedarse corto con las mismas.

Las expectativas vigentes asumen, con más seguridad en EE UU que en Europa, que la última vuelta de tuerca en las subidas de tipos de los bancos centrales se produjo el pasado julio, y que nos esperan ahora varios trimestres de tipos elevados antes de ver su reducción en la segunda mitad del próximo año. Lógicamente, asumen en paralelo que en ese horizonte se habrá reconducido (aunque no alcanzado aún) la inflación hacia el objetivo del 2%. Menos consenso existe sobre el coste (inevitable) en términos de crecimiento económico, particularmente en Europa. Los indicadores más recientes son adversos, especialmente en Alemania como referencia más relevante. Se añade también un escenario manifiestamente gris de un país como China, que apuntaló en buena medida el crecimiento mundial en la última década.

El punto de retorno hacia niveles de tipos más acordes con los de equilibrio a medio plazo, que parece haberse alcanzado o estar a punto de alcanzarse, sugiere en todo caso, salvo contratiempos, que la crisis actual, que arrancó con el inicio de la pandemia, se sorteará con bastante menos dolor que la crisis financiera de 2008.

Mercedes Cruz Ocaña