Del Spain is different a un turismo que también es diferente. Pocos sectores de actividad han acompañado (y ejemplificado) tan bien el desarrollo económico y social de España desde mediados del siglo pasado. Y pocos muestran tan a las claras los desafíos que trajo la covid-19. España pasó de batir la plusmarca de llegada de visitantes año tras año durante la pasada década a convertirse en la economía desarrollada donde más cayó el PIB en 2020. Desde entonces, la palabra recuperación ha marcado el discurso económico, y también el político. Pero en el caso del turismo, la comparación con 2019 no resulta sencilla: ese ejercicio se contabilizaron 83,5 millones de turistas, de los cuales 20 millones llegaron en julio o agosto. “Fue un superrécord, estábamos mal acostumbrados”, resume Ricard Santomà, vicedecano de Turismo de IQS, perteneciente a la Universidad Ramon Llull. Pese a ello, el sector ha fantaseado con la idea de superar las marcas de cuatro años atrás. Y este año pareció posible en algún momento, aunque los últimos datos llaman a ser más prudentes.

Aunque España ha colgado el cartel de completo durante este puente de agosto, la cifra de llegadas de junio, las últimas publicadas, alejan por poco la posibilidad de que España asista al verano con más turistas de su historia. Pese a recibir 8,3 millones de extranjeros, casi un 11% más que en 2022, el dato está un 5,8% por debajo del mismo mes hace cuatro años. Abril y mayo sí superaron los registros de entonces, pero ahora el acumulado anual (37,5 millones en el primer semestre) está un 1,6% por debajo de la primera mitad de 2019 (38,5 millones). Esa diferencia de algo más de 600.000 visitantes no parece insalvable en plena temporada alta, máxime cuando el tráfico de pasajeros en los aeropuertos españoles ha superado en julio los 29,7 millones, un 1,2% más que en el mismo mes de 2019. Pero este dato no equivale exactamente a turistas (se cuentan todas las personas que viajan en avión, también en vuelos domésticos) y las previsiones apuntan en otro sentido: los expertos creen que julio y agosto se parecerán más en llegada de viajeros a junio que a la primavera.

“De acuerdo con nuestros datos, los resultados están todavía por debajo de 2019″, sintetiza Luis Millan, jefe de Investigación en ForwardKeys. Esta firma de “inteligencia turística” usa el big data del sector para predecir su comportamiento, especialmente a partir de los viajes aéreos. Su pronóstico actual, con las reservas de vuelos hasta el 3 de agosto y otras reservas anticipadas de viajes, es que España recibirá en julio y agosto un 7,4% menos de visitantes que hace cuatro años. Ni el Reino Unido (el principal mercado de emisor de turistas a destinos españoles) ni Francia ayudarán a mejorar el dato. La buena noticia es que las llegadas desde Alemania, una de las economías europeas que han entrado en recesión este año, sí podrían ser superiores a las de 2019, algo que no ha sucedido en todo el primer semestre del ejercicio. Y también son cada vez más los estadounidenses que visitan España.

Otra nota positiva es que, pese a quedar por debajo de la marca de cuatro años atrás, la comparativa con Europa es favorable: las llegadas al continente estarán en torno a un 15% por debajo de la época precovid, según las predicciones de ForwardKeys. El comportamiento de España será algo peor que el de Turquía (-6,7%), mientras que otros dos competidores directos sí esperan obtener mejores registros. En Portugal las reservas están por encima de las de 2019 por muy poco (0,2%), mientras que Grecia se destaca con un crecimiento del 13,8%. Se trata de tres destinos del Sur de Europa más baratos que España y los expertos creen que es porque el precio ha ganado peso como argumento a la hora de planificar un viaje. “Saliendo de la pandemia, la gente tenía menos sensibilidad al coste, pero la subida tan repentina de la inflación ha provocado que las personas se lo piensen antes de viajar tanto”, ejemplifica Santomà.

Un catamarán turístico que llega a uno de los muelles presentes en Playa de Muro (Mallorca), este martes.
Un catamarán turístico que llega a uno de los muelles presentes en Playa de Muro (Mallorca), este martes.FRANCISCO UBILLA

La covid y la guerra de Ucrania han encarecido el coste de la vida a un ritmo desconocido en mucho tiempo. Y el turismo no ha sido una excepción. El precio medio por noche en los hoteles españoles fue en el primer semestre del año de 135,8 euros, según los últimos datos del Barómetro del Sector Hotelero que elaboran la firma de análisis STR y la consultora Cushman & Wakefield. Es un 10% más que el año pasado y un 20% más que en 2019, cuando el importe medio era de 112,8 euros. Este estudio, que recopila cifras de unos 1.200 hoteles que suman 150.000 habitaciones, señala que los ingresos por habitación disponible (lo que en el sector se conoce con el acrónimo RevPAR) se sitúan en promedio en 95,4 euros, un 16% más que hace cuatro años. Este indicador aumenta menos que los precios porque la ocupación ha sido ligeramente más baja (70,2%, frente a 72,4%).

Visto desde la óptica del turista, esto solo puede significar una cosa: para viajar hay que rascarse más el bolsillo. Y ante una proyección de llegadas que probablemente no rebasará las cifras de 2019, pero tampoco andará muy lejos, para España eso significa recibir más ingresos procedentes del turismo que nunca. Así ha sido en los seis primeros meses del año, en los que el INE calcula el gasto turístico en más de 46.000 millones. Es un 14% más que en 2019 y solo con repetir la misma cifra en el segundo semestre ya se superarían los cerca de 92.000 millones de gasto que se recibieron en el que hasta ahora ha sido el mejor ejercicio de la historia para el turismo español. Ese otro récord, por tanto, está a tiro y es al que en buena parte se aferra el sector.

De hecho, en el recurrente debate sobre la sostenibilidad del turismo, hace años que muchas voces han pedido fijarse en nuevos objetivos como la desestacionalización (un reparto más uniforme de las llegadas durante el año) o la diversificación (complementar la oferta del tradicional sol y playa, que atrae un tipo de visitantes muy sensibles al precio). Y, al contrario, fijarse menos en atraer cada vez a más y más gente. España fue el segundo país más visitado del mundo, por detrás de Francia y por delante de EE UU, en 2019; y el año pasado la normalidad volvió a situar a las tres superpotencias turísticas en esas mismas posiciones. “Se lo digo a todo el mundo que quiere escucharme: batir récords de volumen llega un momento en que no debe ser el objetivo”, valora en este sentido Juan Molas, presidente de la Mesa del Turismo.

Turistas frente a la basílica de la Sagrada Familia, este martes.
Turistas frente a la basílica de la Sagrada Familia, este martes.MASSIMILIANO MINOCRI

Esta organización —que agrupa a un centenar de profesionales en representación de empresas, patronales e instituciones— se muestra optimista respecto al récord económico. “En el año 2019 el turismo aportó 46.600 millones de saldo positivo en la balanza de pagos española, siendo el sector que más aportación hizo”, recuerda Molas, “y me atrevo a pensar que este año lo incrementaremos, que se acercará a los 50.000 millones”. Exceltur, el grupo donde se reúnen las grandes compañías turísticas españolas, calculó en su último balance de situación, difundido a mediados de julio, que este año el PIB nominal generado por el sector se acercará a los 179.000 millones, un 13,6% más que en 2019. Aunque si se descuenta la inflación que ha habido desde entonces, el PIB real estaría un punto por debajo desde entonces (y, por tanto, el peso del sector en el conjunto de la economía).

El desafío climático

No obstante, las organizaciones empresariales también advierten de los múltiples retos que afrontan las compañías del sector. Algunos son coyunturales, como un alza de los costes que se come parte de los márgenes, y otros tienen carácter más estructural, como todos los que se derivan del cambio climático. En este verano han abundado las opiniones sobre los efectos de las olas de calor o de los incendios forestales. Y laComisió n Europea de Viajes (un ente que agrupa a 35 organismos nacionales del continente, como TurEspaña) abrió fuego al publicar en julio un informe en que destacaba que “los destinos mediterráneos han visto caer la intención de viajar a ellos en un 10% respecto al año pasado”. Y añadía: “Esto puede atribuirse a viajeros que buscan destinos menos abarrotados y temperaturas más suaves”.

Molas insiste en una de las medidas (medio centenar en total) que la Mesa del Turismo ha enviado a todos los partidos políticos de cara a la nueva legislatura. “El PERTE turístico, que ciframos en unos 12.000 millones, es fundamental para acometer reconversiones en lo que es prestación de servicios y atención a medidas de sostenibilidad”, dice el presidente de la organización. Y en los efectos más inmediatos, Millan, de ForwardKeys, descarta grandes movimientos de turistas: “No vemos un efecto de cancelaciones a consecuencia de las olas de calor, y en los incendios en Grecia sí hemos visto una oleada de cancelaciones a Rodas, pero ha durado lo que duró la crisis. Una vez superada, la demanda ha remontado en cuestión de días”, afirma.

En definitiva, una campaña de verano que, más allá de la expectativa de récord, está siendo normal, lo que no es poco. Así lo perciben hoteleros como Toni Mayor, expresidente de la patronal valenciana Hosbec y propietario de una cadena con 11 establecimientos en Valencia y la costa alicantina. “Hay tantos datos que al final no sabes a quién hacerle caso”, relata al teléfono desde su Benidorm natal, “nosotros estamos teniendo una temporada con mejores resultados que el año pasado y mejor que en 2019, pero dependerá del hotel, el producto y el destino”. En la meca turística de la Costa Blanca “la sensación es de una temporada buena en mayúsculas”, aunque el olfato del veterano hotelero apunta que los visitantes gastan en destino con menos alegría que el año pasado: “No hay tanta mariscada, pero las sardinas van que vuelan”, sentencia.

Mercedes Cruz Ocaña