En solo un par de años, entre dos mil diecinueve y dos mil veintiuno, el mercado de las apps de salud mental medró un cincuenta y cuatro con seis%. La pandemia disparó las descargas de estas aplicaciones, orientadas a asistir a administrar los efectos del agobio o la ansiedad, conforme la firma analista Grand View Research. Pero el desarrollo de estas plataformas tiene un lado alarmante. Un estudio de la Fundación Mozilla, que examinó treinta y dos aplicaciones de salud mental y otras destinadas a guiar oraciones, marcó a veintiocho de ellas con su etiqueta de alarma: Privacidad no incluida.

La mayoría de las apps analizadas compendian un sinnúmero de datos sensibles y los comparten con terceros. Todo en un contexto en el que debía primar la confidencialidad, teniendo presente que se trata de cuestiones muy íntimas, que van de la depresión o la ansiedad a trastornos alimenticios o pensamientos suicidas. La Fundación Mozilla asevera que muchas de estas aplicaciones piden más información de la necesaria para prestar sus servicios, como la geolocalización, permiso para acceder a los contactos de la agenda o para acceder a fotografías y vídeos.

Aunque lo más grave es la colección de información reservado. “Algunas de ellas hacen un cuestionario a la gente sobre cómo se siente, registran su diagnóstico, les preguntan si están tomando alguna medicación, cuál es su edad, su orientación sexual. Y lo hacen sin mostrarles antes su política de privacidad o pedirles consentimiento para usar sus datos”, explica Misha Rykov, uno de los estudiosos que ha trabajado en el estudio. “Estamos hablando de personas que generalmente están en un estado vulnerable. La gente acude a estas aplicaciones porque no se encuentra bien”, agrega.

Algunas de estas apps de salud mental conectan a usuarios con terapeutas, como BetterHelp o Talkspace, al tiempo que otras son chatbots, como Youper o Woebot, que personalizan la charla con el individuo para amoldarse a sus inconvenientes. Su modelo de negocio se fundamenta en subscripciones, mas asimismo en capitalizar los datos de los usuarios. “Hay muy poca transparencia sobre lo que sucede con los datos después de que sean recopilados. Lo único que vemos es que recogen una gran cantidad de ellos, y que, según sus documentos de privacidad, frecuentemente los venden o los comparten para fines publicitarios”, apunta Rykov.

Una de las aplicaciones, Talkspace, guarda las transcripciones de los chats entre los terapeutas y los usuarios, que obviamente deberían considerarse privadas. Según dos viejos empleados de la compañía contactados por The New York Times, los científicos de datos de Talkspace compartían oraciones de estas transcripciones con el equipo de marketing para personalizar la propaganda de los usuarios.

Mercado en auge

El mercado global de aplicaciones de salud mental está en apogeo. Se prevé que alcance un valor de seis mil doscientos millones de dólares americanos (cinco mil seiscientos ochenta millones de euros) en dos mil veintitres. Para dos mil treinta se espera que esa cantidad medre hasta los diecisiete y quinientos millones de dólares americanos, con una tasa de incremento anual del quince con ocho%, según Grand View Research. Las cifras de otra firma que ha analizado este mercado, The Business Research Company, coinciden notablemente: en dos mil veintidos registró un volumen de negocio de cinco mil cuatrocientos noventa millones de dólares americanos en el campo y para dos mil veintitres auguran seis mil trescientos sesenta millones de dólares americanos. En su caso, la estimación es hasta el año dos mil veintisiete, cuando calculan que se va a llegar a los once y seiscientos veinte millones de dólares americanos de facturación, anterior desarrollo del dieciseis con tres% anual.

Una de las cuestiones más preocupantes es la relación entre las apps de salud mental y los llamados data brokers, empresas que se dedican a adquirir datos y a venderlos a terceros. Las aplicaciones revisadas por la Fundación Mozilla emplean información de estas entidades y la combinan con la que tienen de sus usuarios. Pero asimismo ceden información a estos data brokers.

“Cuando los datos personales de un usuario terminan en un data broker pueden acabar en otras empresas que tienen capacidad para hacer más difícil la vida de esta persona”, apunta Rykov, quien se refiere a las trabas que puede hallar alguien en el momento de solicitar una hipoteca, contratar un seguro médico e inclusive conseguir un trabajo si cierta información, asociada al estigma de la salud mental, se comparte entre las compañías. “Por ejemplo, Woebot puede compartir datos personales de los usuarios con terceros y estos incluyen a autoridades administrativas, instituciones financieras, compañías de seguros, la policía, procuradores públicos, reguladores y consultorías externas. Todo está escrito en su política de privacidad”, resalta el estudioso de la Fundación Mozilla.

Qué sucede con los datos delicados

La información que se puede compartir con los data brokers va desde datos demográficos, como el nombre, la dirección postal, la edad o el género, a detalles más íntimos. Las apps saben (y pueden compartir) si un usuario tiene una relación sentimental, si piensa en el suicidio, si toma medicación, cuál es su trabajo, información sobre su salud, sobre su historial médico, sus síntomas.

“Los datos se usan para entrenar nuevos algoritmos y también para servir publicidad dirigida específicamente a personas en un estado de vulnerabilidad”, incide Rykov. Muchas de estas aplicaciones incluyen rastreadores de anuncios de terceros, entre aquéllos que se cuentan frecuentemente Google y Facebook. El analista Jen Caltrider, que ha dirigido la investigación de la Fundación Mozilla, explica las repercusiones que esto puede tener: “Si Facebook y Google, a través de rastreadores de anuncios, recogen datos de las apps de salud mental, como BetterHelp o Headspace, pueden incorporar esta información sensible a tu perfil como receptor de publicidad”.

Esto les da conocimiento sobre el usuario en cuestiones problemáticas donde los mensajes promocionales, con un interés económico detrás, pueden contribuir a enturbiar el inconveniente. “Google o Facebook podrían saber que usas frecuentemente una app de meditación o para reducir la ansiedad y podrían mostrarte anuncios de medicamentos para la ansiedad o de seudoterapias, que pueden causar más daño que beneficio”, aclara Caltrider.

Aparte del entramado para la rentabilización de los datos, las apps de salud mental asimismo adolecen de una falta de seguridad atractiva para el género de información que manejan. La Fundación Mozilla hace hincapié en que estas aplicaciones dejan claves de acceso enclenques y no ha podido descubrir si impulsan actualizaciones de seguridad con cierta frecuencia. Esto último es clave para resguardarse de ataques y eludir filtraciones de datos.

Adrian Cano

Santander (España), 1985. Después de obtener su licenciatura en Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid, decidió enfocarse en el cine y se matriculó en un programa de posgrado en crítica cinematográfica. Sin, embargo, su pasión por las criptomonedas le llevó a dedicarse al mundo de las finanzas. Le encanta ver películas en su tiempo libre y es un gran admirador del cine clásico. En cuanto a sus gustos personales,  es un gran fanático del fútbol y es seguidor del Real Madrid. Además, ha sido voluntario en varias organizaciones benéficas que trabajan con niños.