Mientras los analistas se sumergen en la crisis de la democracia y el deterioro del discurso público, dos elecciones recientes han revelado que los ciudadanos estadounidenses se sienten como perdedores, y eso está guiando su voto. En noviembre de 2024, un 75% de los votantes señalaron la inflación como su principal preocupación. Donald Trump no ganó porque convenciera sobre la prescindibilidad de la democracia; lo hizo al prometer reducir los precios. Al año siguiente, los demócratas obtuvieron victorias contundentes en Virginia, Nueva Jersey y Nueva York. ¿Había cambiado realmente la economía? En absoluto. Los precios seguían un 27% por encima de los niveles previos a la pandemia.
El impacto de la asequibilidad en las elecciones
Este fenómeno, que muchos identifican como la crisis de la asequibilidad, impulsó a Zohran Mamdani, un político casi desconocido de 34 años, a la alcaldía de Nueva York. Su plataforma era clara y contundente: control de alquileres, transporte público gratuito, cuidado infantil subsidiado y un salario mínimo de 25 dólares.
La inflación actúa como un shock redistributivo y, según la teoría económica, cuando ocurren crisis inflacionarias globales, el partido en el poder suele tener el doble de posibilidades de perder. La asequibilidad no discrimina por ideologías; cuando las personas no pueden pagar su alquiler, su descontento se dirige hacia quienes están en el poder. Esto reafirma que la desesperación es el motor que mueve a los votantes. Preguntas como “¿Por qué ya no puedo permitirme vivir aquí?” son más cruciales que las que surgen sobre la inmigración o las políticas culturales.
La conexión emocional en la política
Mamdani, en Nueva York, abordó el problema con una simple pero poderosa pregunta: “¿Puedes pagar tu alquiler?”. Si la respuesta era negativa, todo lo demás era irrelevante. Su coalición electoral era demográficamente diversa pero unida en su realidad económica: personas que trabajan sin poder ahorrar, que están empleadas pero viven con una ansiedad financiera constante, y que, pese a pertenecer técnicamente a la clase media, se sienten empobrecidas.
El ascenso del autoritarismo no es solo un fenómeno cultural; es una respuesta al deterioro de las condiciones de vida de la clase media, manifestándose en el único canal político disponible: las elecciones. La preocupación por la democracia aparece después de abordar la necesidad de pagar el alquiler, no antes. Las prioridades en la vida personal superan a las preocupaciones políticas; es una demostración clara de que la jerarquía de necesidades de Maslow prevalece sobre las consideraciones de valores políticos.
Propuestas y desafíos
Trump triunfó en 2024 al ofrecer soluciones económicas, mientras que Mamdani lo hizo al proponer medidas que, aunque radicales, respondían a las preocupaciones de la población. Lo significativo aquí no es la calidad de las ideas, sino su existencia y concreción. La gente no vota por programas abstractos, sino por quienes comprenden su vida cotidiana. Mamdani, antes de ser político, trabajó para evitar desahucios en Queens, y su biografía no es solo una mera anécdota, sino una conexión profunda con la realidad de sus electores.
Si bien sus propuestas son deliberadamente simples, su viabilidad es incierta. Como señala el economista Daron Acemoglu, la democracia liberal no puede permitirse promesas vacías. Las promesas que no se pueden cumplir socavan la credibilidad del sistema democrático en su conjunto. Para recuperar el sentido de pertenencia a la comunidad, es crucial fomentar buenos empleos y salarios decentes.
El futuro tecnológico y el contrato social
Esto significa abordar el aspecto tecnológico de nuestra era; solo a través de una innovación bien distribuida, como la inteligencia artificial, podremos encontrar oportunidades de crecimiento. Las decisiones sobre qué tecnologías adoptar y cómo distribuir sus beneficios serán determinantes para el contrato social.
Si la democracia liberal desea mantener su relevancia, debe centrarse en la empatía y en una prosperidad compartida. La asequibilidad se convertirá en el eje central de las campañas electorales en esta década. Los partidos establecidos que no reconozcan esta realidad se arriesgan a perder frente a cualquier candidato que hable ese idioma, sin importar cuán radical o retrocedido sea el mensaje.
