La vivienda en propiedad ha sido durante años el refugio que ha permitido a las familias españolas construir su patrimonio. Este «ladrillo», que ha representado tanto el hogar como un activo financiero fundamental, ha jugado un papel clave en la acumulación de riqueza, sirviendo de seguro intergeneracional y símbolo del ascenso social. Sin embargo, este motor se ha detenido, dejando a los jóvenes atrapados en un ciclo complicado. Enfrentan empleos precarios, precios inmobiliarios en constante aumento y herencias que llegan más tarde. Todo esto ha mermado su capacidad de ahorrar y, en consecuencia, de adquirir una vivienda, condenando a toda una generación a una posición patrimonial más frágil que la de sus predecesores a la misma edad.
La realidad de los jóvenes inquilinos
Alba Leira, una técnica de laboratorio de 29 años que vive en Madrid, expresa la frustración de muchos: “Gano 1.700 euros y mi alquiler asciende a 850 al mes. Ahorrar para una entrada es imposible. Comprar, ni siquiera lo considero.” Su historia refleja la tendencia observada en los datos.
La riqueza bruta mediana de los hogares cuyo cabeza de familia tiene menos de 35 años se desplomó con la crisis financiera, alcanzando en 2022 un 75% menos que en 2002. Este dato se resalta en la «Radiografía de la evolución del patrimonio de los hogares españoles» de EsadeEcPol y la Fundación Mutualidad, que aborda esta preocupante realidad, tanto en términos económicos como sociales.
Un cambio drástico en la propiedad
La vivienda, pilar de la economía familiar, ha vivido un cambio notable. A finales de 2002, aproximadamente el 70% de los menores de 35 años era propietario de su vivienda; en 2022, esa cifra ha caído a poco más del 30%. Este hundimiento de la propiedad juvenil ha «destrozado el principal vehículo de acumulación patrimonial del país», destacan los economistas Jorge Galindo y Javier Martínez. Sin acceso a una vivienda en propiedad, muchos jóvenes se ven obligados a alquilar, lo cual limita su capacidad de ahorro y perpetúa su exclusión del mercado inmobiliario.
El desencuentro intergeneracional
Desde 2008, la renta media anual de los jóvenes ha sufrido una leve disminución, pasando de casi 14.000 euros a alrededor de 13.500 euros en 2024. La tasa de desempleo juvenil se mantiene alrededor del 20%, el doble de la media europea. Aunque la temporalidad laboral ha disminuido, los nuevos empleos se agrupan principalmente en sectores de baja productividad y con jornadas parciales. En contraste, los mayores han visto un aumento en sus ingresos, en muchos casos gracias a los beneficios que obtienen como propietarios de vivienda.
Galindo advierte sobre la necesidad de evitar una guerra entre generaciones y sugiere que se busquen soluciones que beneficien a todos. “No se trata solo de repartir lo que existe; debemos atacar el problema a fondo: la falta de vivienda asequible. No será suficiente con medidas redistributivas; hay que aumentar la oferta de viviendas a precios accesibles”, enfatiza. Aunque esta estrategia podría moderar la revalorización de los inmuebles actuales, considera que es un costo justificable para ampliar las oportunidades y la riqueza colectiva, afirmando que la brecha generacional y de clase son expresiones de una misma fractura social.
El impacto de la burbuja inmobiliaria
La crisis generada por la burbuja inmobiliaria dejó una huella profunda. Quienes compraron antes han visto sus patrimonios revalorizados, mientras que las generaciones más recientes se han quedado rezagadas. A medida que las diferencias intergeneracionales se acentúan, la brecha entre ricos y pobres se amplía.
De acuerdo con la Fundación de Estudios de Economía Aplicada (Fedea), su informe sobre la «Evolución de la Riqueza de las Familias en España (2002–2022)» describe un giro generacional. “Los menores de 35 años han experimentado una caída dramática en la tasa de propiedad debido a la combinación del aumento de precios de la vivienda, el acceso limitado al crédito hipotecario y la precarización laboral”, explican los economistas José Ignacio Conde-Ruiz y Francisco García-Rodríguez.
Desigualdades que persisten
Desde 2002, la riqueza de los hogares españoles ha seguido un camino desigual, evidenciando un claro retroceso para las generaciones jóvenes. En 2002, los menores de 35 años concentraban el 8,2% del patrimonio nacional; en 2022, esta cifra ha caído a solo el 2,1%. Por contraste, los mayores de 75 han duplicado su porcentaje en ese periodo.
Otro punto crítico es la forma en que se transmite la riqueza. Aunque las herencias han cobrado más relevancia en el patrimonio total, se reciben a edades cada vez más avanzadas, limitando su potencial para facilitar la emancipación, realizar inversiones o formar una familia.
Caminos hacia la igualdad
Fedea también ofrece una perspectiva a lo largo del ciclo vital, mostrando cómo las condiciones económicas han impactado las trayectorias patrimoniales de cada generación. Aunque cada grupo muestra un patrón ascendente a medida que avanza en la vida, existen diferencias estructurales importantes. Los «baby boomers» (nacidos entre 1946 y 1964) acumulan más riqueza en igualdad de edad que las generaciones más jóvenes, quienes enfrentan un entorno laboral precario y un acceso más difícil a la vivienda.
Las proyecciones apuntan a que esta fractura creará una España más desigual y estancada. La dificultad para acceder a una vivienda retrasa la independencia, limita la natalidad y prolonga la dependencia familiar. Romper esta traba requiere políticas enfocadas en salarios estables, ampliación de la oferta de viviendas asequibles y la implementación de mecanismos de ahorro accesibles. Sin cambios estructurales en estos aspectos, España podría enfrentar una nueva frontera económica: la edad.
Diego Luna, un joven de 33 años que lleva cuatro años ahorrando para comprar una casa, subraya la frustración que siente. “Mi pareja y yo hemos soñado con adquirir nuestra vivienda, pero los precios no dejan de aumentar y la mayoría de nuestros ingresos se van en el alquiler”, confiesa. A pesar de su decidido esfuerzo, se siente atrapado en un ciclo sin salida: “Sigo sintiéndome en la casilla de salida”.
