En plena Guerra Fría, el submarino lanzamisiles soviético K-ciento veintinueve se hundió el ocho de marzo de mil novecientos sesenta y ocho y fue localizado a prácticamente cinco mil metros de profundidad, en el medio del Oceáno Pacífico, en algún punto jamás revelado entre la península de Kamchatka y las islas Hawái. La agencia de inteligencia estadounidense (CIA) aprovechó esa recóndita ubicación en aguas internacionales, muy próxima al meridiano ciento ochenta que marca la línea internacional del cambio de data, para montar una de las operaciones segregas más complejas, complejas y caras de aquella temporada de máxima tensión entre las dos grandes superpotencias del siglo veinte. Muchos detalles de aquel exorbitante reto tecnológico prosiguen sin desclasificar y han vuelto a despertar la fascinación tanto de los lectores de ciencia ficción como de los estudiosos en robótica submarina, sobre todo tras el accidente del sumergible Titan el mes pasado de junio.

En mil novecientos setenta y cuatro EE UU acabó su operación enmascarada y logró recobrar parte del sumergible y los cuerpos de 6 de submarinistas que iban en él, todo ello merced a la construcción de un navío con el brazo manipulador más grande del planeta. En su última novela, Three Miles Down (en inglés, 3 millas abajo, que es la profundidad aproximada de 5 quilómetros), el reconocido autor de ciencia ficción Harry Turtledove reanuda la historia del rescate del submarino, y pone en contraste la robótica de los años setenta con la presente, conforme un reciente artículo publicado por la gaceta Science Robotics. “La robótica es la única posibilidad de rescate para estas situaciones”, revela Robin R. Murphy, autora del análisis y maestra de la Universidad de Texas A&M.

Con el fin de recobrar el submarino soviético perdido, el K-129, la CIA edificó en secreto un navío llamado Hughes Glomar Explorer. En apariencia, se trataba de un navío minero comercial, propiedad del millonario Howard Hughes, y teóricamente desarrollado para extraer nódulos de manganeso del fondo del océano. Pero eso era solo una tapadera, a la que Turtledove da una vuelta de tuerca más. En su novela, la restauración del submarino es, a su vez, una forma de encubrir el rescate de una nave espacial alienígena que había colisionado con el K-129.

El barco, tanto en la ficción como en la realidad, contaba con una torre de perforación, una garra robótica gigante montada en el extremo de una tubería de 5 quilómetros de largo, llamada strong-back, y un pozo de atraque central para guardar el submarino una vez salvado. El proyecto, aparte de ampliar las fronteras de la construcción mecánica, superó los límites de la tecnología de perforación en altamar, conforme el reciente artículo científico. “Strong-back es el término que se utiliza para referirse a los tubos que conectan la perforadora con el barco o la plataforma en la superficie. Se superaron los límites debido a la extraordinaria longitud de la tubería y a que el Hughes Glomar Explorer se movía con el viento y las olas, mientras la corriente submarina desplazaba el tubo”, explica Murphy.

El análisis de Murphy narra de qué manera el sistema informático de mil novecientos setenta y cuatro fue clave en el éxito de la misión, por dos razones. Primero, por el hecho de que el navío se debía sostener estático en el océano, teniendo presente los cambios del estado del mar y sin un preciso sistema de posicionamiento por satélite como el presente GPS. Y segundo, por el hecho de que debía ser capaz de encontrar la situación de la garra (llamada Clementine) y compensar la deformación de la tubería por las corrientes. Los ingenieros crearon un complejo sistema de boyas, hidrófonos y sónares para medir olas, vientos y corrientes.

Hoy en día, el desarrollo tecnológico es mucho mayor: uno solo debe equiparar su teléfono de ahora con los prototipos que existían a inicios de los años setenta, explica el ingeniero Iván Masmitja, del Instituto de Ciencias del Mar (ICM). Los actuales iPhone tienen un microprocesador de tres gigahercios, una velocidad seiscientos veces mayor que la de los ordenadores que controlaban la garra Clementine. “Los sistemas de control, posicionamiento y localización submarina han cambiado mucho. Tenemos robots autónomos pilotados por inteligencia artificial, capaces de navegar y localizar objetos debajo del agua. Los ROV (vehículo operado remotamente, en sus siglas en inglés) pueden transmitir imágenes HD y en 4K, con lo cual mejora mucho la exploración”, especifica.

Recreación de la operación para rescatar el submarino soviético 'K-129' con el buque encubierto 'Hughes Glomar Explorer'.
Recreación de la operación para salvar el submarino soviético ‘K-129’ con el navío enmascarado ‘Hughes Glomar Explorer’.Claus Lunau / Science Source

Para la operación de busca del Titan, el submarino de la compañía Ocean Gate que desapareció el pasado junio con 5 turistas a bordo para poder ver el Titanic, se usó el robot francés Víctor seis mil, capaz de estudiar y explorar el océano. El ROV está conectado con un cable, como cordón umbilical, a un navío en la superficie, donde unos pilotos tienen acceso directo a los instrumentos y cámaras, explica Masmitja. Debido a su configuración, no es capaz de arrastrar grandes pesos, como un sumergible, mas puede anudar un cable al submarino o al dispositivo que se quiera levantar. Después, se sube a bordo con el cabrestante del navío. “Como cuando los barcos pesqueros arrastran y levantan redes de grandes dimensiones”, ilustra Masmitja.

Al procurar subir el K-129 a la superficie a lo largo de la operación de rescate, una sección del sumergible se rompió y se cayó al suelo, conforme descubrió la CIA en una versión muy genérica del informe sobre el proyecto Azorian, que tiene además de esto abundantes detalles tachados. El reciente artículo científico plantea si la caída se debió a un fallo de los dedos de la garra o a la pérdida de integridad estructural de la nave a profundidades extremas, como mantiene Clyde Burleson en su libro de investigación sobre aquella gigante operación encubierta. Esto último, conforme Murphy, es lo que le ocurrió al sumergible Titan. Antonio Crucelaegui, directivo de la Escuela de Ingenieros Navales de la Universidad Politécnica de Madrid, explica que la compresión de la estructura se debe a la alta presión: “En el Titan era equivalente a tener encima 10 edificios como el Empire State, de 375.000 toneladas cada uno. Ese mismo peso es el que justifica la implosión”, explica.

A pesar de las complejidades y riesgos de la tecnología marina, el Proyecto Azorian recobró los restos de múltiples marineros soviéticos, que después fueron sepultados en el mar, conforme descubrió la CIA tras la filtración en la prensa del auténtico objetivo del navío Hughes Glomar Explorer. En el reciente caso del Titan, la Guardia Costera estadounidense notificó en el primer mes del verano sobre el descubrimiento de posibles restos humanos entre los fragmentos del sumergible. En los dos casos se pone de manifiesto el valor de la robótica a fin de que los humanos puedan actuar en ambientes tan extremos. La robótica marina es, conforme el análisis de Robin R. Murphy, la única opción para recobrar un sumergible hundido; tanto en nuestra realidad como en una realidad opción alternativa en la que el auténtico objetivo es salvar una nave espacial alienígena del océano profundo.

Adrian Cano

Santander (España), 1985. Después de obtener su licenciatura en Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid, decidió enfocarse en el cine y se matriculó en un programa de posgrado en crítica cinematográfica. Sin, embargo, su pasión por las criptomonedas le llevó a dedicarse al mundo de las finanzas. Le encanta ver películas en su tiempo libre y es un gran admirador del cine clásico. En cuanto a sus gustos personales,  es un gran fanático del fútbol y es seguidor del Real Madrid. Además, ha sido voluntario en varias organizaciones benéficas que trabajan con niños.