Develar estos secretos podría costarles el negocio, o eso creen. Una nota que comparte en 1° persona el lado B de los emprendedores.

Como emprendedor a tiempo completo y dueño de múltiples negocios, y como alguien con una red bastante extensa y variada de contactos, soy el primero en aceptar que el «estilo de vida empresarial» no es todo cuanto semeja.

Aunque me chifla dirigir, crear y aconsejar empresas, hasta el punto de que seguramente lo haría sin coste (he admitido suficientes trabajos gratis durante los años para probarlo), hay bastantes temores y preocupaciones persistentes que asaltan mi psique y la de otros muchos empresarios.

Desgraciadamente, una parte de la estrategia empresarial socialmente admitida semeja consistir en ocultar esas feas verdades bajo la alfombra y presentarse como los líderes seguros, intrépidos y amantes de los negocios que nuestros colegas, compañeros y clientes del servicio aguardan que seamos.

Dejando a un lado la presentación que inspira confianza y la bravuconería, soy un enorme partidario de la sinceridad como mejor política, y creo que lanzar luz sobre estos secretos empresariales menos conocidos es lo mejor para los dueños de empresas y para nuestros clientes del servicio. Tal vez una ojeada a las partes más profundas y oscuras de la mente de nuestros dueños de empresas le asista, como colega, aspirante a empresario o usuario, a simpatizar mejor con el viaje empresarial que tiene sitio a puerta cerrada. Te sorprenderá lo que hallarás.

Por buenísimo que sea tu producto o servicio, si juegas al juego empresarial a lo largo del tiempo preciso, seguro que algunas veces te hallas con clientes del servicio insatisfechos -o tal vez, insatisfechos-. Como empresarios responsables del éxito de nuestro negocio, nuestra primera reacción frente a un usuario insatisfecho habría de ser una auditoría interna. ¿Nuestro producto se ha quedado corto y no ha cumplido con lo prometido? ¿Nuestro marketing hizo declaraciones falsas o promesas elevadas que no pudimos cumplir?

A veces la auditoría interna revelará que el usuario insatisfecho era un caso apartado y no era culpa de la compañía. En ocasiones, personajes desapacibles y aviesos con tendencia a hacer estruendos y ocasionar estragos se abren paso en su embudo de ventas o en su lista de clientes del servicio. Estos clientes del servicio son los «odiadores» que los empresarios no están habituados a aguardar, y en contraste a los odiadores de las redes sociales que pueden ser «bloqueados», estos tipos pueden tener un impacto negativo significativo en la reputación de su empresa.

En el planeta actual de la «cultura de la cancelación», en el que el público se pone de manera rápida del lado de los individuos en frente de las compañías, las disputas con los clientes del servicio, las devoluciones, las recensiones negativas, los comentarios desdeñosos e incendiarios y los anuncios falsos pueden pesar mucho en la psique de los dueños de empresas.

Cuando la sociedad asevera que «el usuario siempre y en todo momento tiene la razón», se da a la gente un poder ilimitado (ayudado por su extenso e inmediato alcance mundial mediante las redes sociales) para cercenar de forma permanente la reputación de una compañía sin dejarle un trato justo. Este temor hace que los empresarios paseen, charlen y hagan marketing sobre cascarillas de huevo, agachándose para calmar aun a los clientes del servicio más exigentes, sencillamente para resguardar su débil reputación de los caprichos de los coléricos guerreros del teclado y los pseudoinfluenciadores que procuran la atención de una riña digital.

Esto puede parecer contradictorio para un no-empresario, mas tener nuestro mejor mes en ventas no es realmente el logro más bienvenido. Por supuesto, deseamos ventas: es una métrica clave para el éxito del negocio, y cuantas más, mejor. El inconveniente es el siguiente: cada pico de ventas o jalón elevado marca un nuevo récord personal (PR); eso quiere decir que nos demandamos a nosotros mismos un nuevo y más alto estándar empresarial.

¿El inconveniente de los estándares elevados? Son más bastante difíciles de igualar o superar. En sitio de que el jalón de ventas nos infunda confianza en nuestra capacidad para «volver a hacerlo» o superar este logro el próximo mes, muchos empresarios se encaran a un inconveniente irremediable que empapa todos y cada uno de los negocios: la inseguridad.

Ser empresario significa sentirse cómodo -o por lo menos habituarse- a los dudosos avatares de la propiedad de un negocio. Las ventas del mes pasado no garantizan las del próximo mes ni nuestra capacidad para regresar a lograr ese increíble jalón en los ingresos. Sin embargo, crean una mayor presión para procurar hacerlo, acompañada de intensos sentimientos de vergüenza y descalabro si no somos capaces de recrear o superar ese elevado desempeño. Esa inseguridad persigue a muchos empresarios todos y cada uno de los días, en especial tras su mejor mes de ventas.

Se supone que los emprendedores deben tener un plan: de 3 meses, de 6, de dos, de 5, de diez y más. Y muchos de nosotros lo tenemos, aproximadamente. Tenemos planes provisionales: pueden ser impresionantemente detallados, hasta la data de lanzamiento de futuros productos, o pueden ser más generales, con objetivos mensuales o trimestrales.

Sin embargo, hay una cosa que todos tenemos en común: ninguno de nosotros tiene una idea real de de qué manera va a ser nuestro negocio (o nuestra carrera, realmente) en los próximos 5 años.

Planificamos y después la vida pasa, como el viaje de la mayor parte de los humanos en el planeta actual. La diferencia para los emprendedores es que hemos creado la ilusión de que tenemos algún elemento mayor de certidumbre en torno a lo que nos depara el futuro, y nuestro plan de cinco años está meridianamente definido, es férreo y está apoyado por diez discos duros externos y 3 nubes para asegurar que se haga realidad.

La verdad es que los empresarios no son adivinos y no tienen ventaja sobre el resto en el momento de determinar lo que nos depara el futuro. La mayoría ni tan siquiera estamos seguros de que nuestras empresas proseguirán existiendo en los próximos 5 años. Incluso los que hemos experimentado años de desarrollo y éxito continuos en ocasiones nos preguntamos si nuestra fiebre del oro de las ventas es un pozo fugaz que se va a secar repentinamente y nos va a dejar rascándonos la cabeza y de vuelta al punto de inicio.

Cuando piensas en un jugador profesional, seguramente te imagines a un género de mediana edad en un casino con el pelo peinado cara atrás y un puro colgando de la comisura de los labios. Si estoy completamente equivocado, seguramente sea pues solo he pisado un casino una vez; estoy demasiado ocupado apostando a la forma empresarial: con nuevos productos y campañas de marketing.

Permítanme desvanecer el mito usado para lanzar a los empresarios a un elevado pedestal dorado, construido para los líderes mundiales y los colosos de la industria: No, no somos adivinos y no sabemos lo que pasará con nuestra próxima gran campaña de marketing o el lanzamiento de un nuevo producto. ¿Los resultados de esa resolución de veinte dólares americanos que terminamos de tomar? Es una sorpresa, tanto para nosotros para el resto. En serio.

Como empresarios, debemos aceptar peligros calculados. El hecho de que sean «calculados» no quiere decir que vayan a acabar en nuestro favor. «Calculado» significa sencillamente que hemos ponderado los pros, los contras y hemos determinado la cantidad que estamos prestos a perder en el caso de que este negocio ignoto se vaya al garete. Y sí, en ocasiones nos jugamos miles y miles de dólares americanos en nuevas campañas, productos, asociaciones e ideas, y no salen conforme lo previsto.

Ser un «empresario experimentado» no te hace inmune a un lanzamiento errado o a un producto no rentable. Nos pasa aun a los mejores. ¿Cuántas naves espaciales de Elon Musk deben explotar en pleno lanzamiento a fin de que nos percatemos de que los descalabros son una parte normal de la vida y de los negocios, aun para los empresarios más experimentados y consumados?

¿Recuerdas que acabo de decir que el descalabro es una parte normal del proceso empresarial, en especial cuando apostamos nuestro presupuesto y tiempo de marketing en nuevas empresas y campañas que pueden fallar completamente? Y lo que es peor: cuando los empresarios fracasan, aceptamos que todo el planeta lo sabe y se ríe de manera directa de nosotros, si bien absolutamente nadie fuera del equipo central de nuestra empresa privada debería tener acceso a esas estadísticas de ventas e informes financieros…

Como emprendedor que ha experimentado una buena cantidad de descalabros, puedo dar fe de que en el momento en que un nuevo producto se lanza con resultados mediocres, nos sentimos completamente expuestos, tal y como si nuestro descalabro fuera trasmitido a fin de que todos lo vean. Después de charlar con docenas de empresarios que se han enfrentado a incontables descalabros propios, puedo confirmar que no estoy solo. Algunos lo esconden mejor que otros.

Puede que procuren ocultar el descalabro bajo la alfombra o pasar de manera rápida a su siguiente lanzamiento, mas en secreto se sienten abochornados, tal y como si su público y el planeta acabasen de verlos como lo que verdaderamente son: un charlatán sin cualificación. Sí, se sienten como charlatanes, farsantes y pseudoprofesionales que no merecen el título de «empresario» en el momento en que un nuevo producto fracasa o un lanzamiento sale mal.

¿No debería un «empresario» saber más?

¿No debería su título de «director general» entregarle la sabiduría precisa para escoger los productos convenientes, planear las estrategias de lanzamiento adecuadas y ejecutar esas campañas de forma que se traduzcan en un flujo progresivo de éxitos y beneficios?

Los empresarios de forma frecuente se preguntan cuánto tiempo va a pasar hasta el momento en que se les «descubra» como los charlatanes poco cualificados que son realmente, y temen ser tan buenos como su último lanzamiento.

Juan Pablo Cortez

Bogotá (Colombia), 1989. Apasionado por la investigación y el análisis de temas de interés público. Estudió comunicación social en la Universidad de Bogotá y posteriormente obtuvo una maestría en periodismo investigativo en la Universidad de Medellín. Durante su carrera, ha trabajado en diversos medios de comunicación, tanto impresos como digitales, cubriendo temas de política, economía y sociedad en general. Su gran pasión es el periodismo de investigación, en el cual ha destacado por su habilidad para descubrir información relevante y sacar a la luz temas que a menudo se mantienen ocultos.