La figura del inversor Pedro de Álava está enraizada en esa una parte del emprendimiento que busca solucionar inconvenientes reales, que se distancia de las especulaciones -un activo valiosísimo actualmente- y que, en vez de centrarse en intangibles, prefiere sostener el contacto directo con las empresas, universidades y statups para saber en todo instante what is next.
Reconoce que no acostumbra a moverse por los círculos frecuentes startaperos y que, a veces, ha pecado de ser -demasiado- eminentemente práctico. «Me he dado cuenta de que hay muchas cosas que funcionan en modo ecosistema, porque, al final, de lo que no te enteras por un lado, te enteras por el otro».
Es uno de los grandes aprendizajes que ha tenido en su trayectoria como inversor, un currículo que en la una parte de mayor proyección pública lo ubica como un referente en este país en el ámbito foodtech bajo el paraguas de la gestora navarra Clave Capital.
Lo que quizás es menos conocido es su aportación a la transferencia del conocimiento entre las universidades y la sociedad. Su espíritu inquieto y práctico -afirma de sí que no es el mejor inversor mas sí el que tiene el mejor oído- le llevó a montar en dos mil dieciseis el primer fondo de trasferencia tecnológico de una universidad pública en España de la mano de la Universitat Politècnica de Valencia y con el apoyo del gobierno valenciano de aquel instante.
Tech Transfer UPV es el primer fondo de trasferencia tecnológica impulsado en una universidad pública de España. «Le propuse a la UPV montarlo porque que una universidad pública tuviera un vehículo, yo nunca lo había visto aquí en España. En aquel momento estaba Francisco Mora de rector y Mónica Bragado de presidenta del Consejo Social, que todavía sigue», explica a D+I.
Su paso por la Universidad de Oxford a lo largo de la realización de un máster fue clave a fin de que Pedro de Álava quisiese trasladar a España aquella fórmula que tan buenos resultados daba en Inglaterra.
Por aque entonces, el inversor vivía una de sus primeras experiencias profesionales en el planeta de la mano del corporate venture y de un grupo cooperativo valenciano donde había diferentes actores -una universidad, unos supermercados, industrias, etc- que usaba una parte de las ventajas generadors para crear una suerte de fondo común, con el que asisten a los cooperativistas.
«Teníamos un fondito de 15 millones de euros para ayudar a empresas del grupo y terceras. Yo era junior entonces», reconoce con una sonrisa confortante que indica añoranza por aquellos primeros instantes en el ámbito de la inversión.
Una aventura errada para montar un fondo de nutrición con aquella primera incursión en el corporate venture, le facilitó que se cruzase en su camino la gestora navarra Clave Capital, interesada en hallar a algún responsable con experiencia en Valencia y el arco mediterráneo para desarrollar el capital peligro.
«Cuando vi que aquella propuesta del fondo alimentario no salía adelante, acepté la propuesta de Clave Capital en 2006». Fue el comienzo de una provechosa relación que se ha prolongado hasta la actualidad.
Y eso que los principios no fueron exactamente alentadores. La crisis económica y financiera de dos mil siete se planteó testar al límite las capacidades del inversor.
«Mi primera inversión en Clave Capital fue el mismo día en que quebraron dos bancos norteamericanos; fue un momento muy duro derivado de la crisis de 2007»
«Mi primera inversión fue el mismo día en que quebraron dos bancos norteamericanos… fue un momento muy duro. Me tocó aprender un modelo de capital riesgo que no tenía nada que ver con la alegría de los años 2014, 2015 ó 2016″.
«No fue una buena añada», acepta con resignación. «Hice 10 inversiones y dos desinversiones, pero en un contexto siempre complejo y desfavorable».
Trasladar a Valencia lo que funcionaba en Oxford
No obstante, su espíritu práctico y despierto le puso sobre la pista de aquello que facilitaría en los años siguientes la trasferencia de conocimiento tecnológico desde la universidad a la sociedad en este país.
«Nos dimos cuenta en Clave de que había una oportunidad en el mundo de la transferencia de tecnología. Me fui a estudiar un máster a la Universidad de Oxford y a la vuelta quise montar aquí un fondo de transferencia de tecnología y aterrizarlo en la Universitat Politècnica de València«, narra.
«Monté el primer fondo de transferencia de tecnología de una universidad pública en España en 2015. Vi lo que se hacía en Oxford y, simplemente, me pregunté si se podía aplicar aquí».
No fue una labor simple, puesto que tratar con científicos, acepta, no es exactamente lo mismo que hacerlo con el equipo de una start-up al uso. «Esas personas igual llevan 20 años investigando en un campo muy concreto, y es muy complejo gestionar la salida al mercado de estos proyectos científico-técnicos».
Un nuevo fondo para demandantes de tecnología
Pero Pedro de Álava no iba a quedarse ahí. Tras el fondo de trasferencia de tecnología con la UPV, su próximo objetivo fue montar otro centrado en los demandantes de tecnología y con el foco puesto en el ámbito agrifood.
«En Oxford también vi otro tipo de fondo, de demanda tecnológica». Fue la génesis de Tech Transfer Agrifood, nacido asimismo bajo el paraguas de Clave Capital, con un total de veintiseis empresas participadas, «desde Heura a Aberyne, una startup francesa que propone una alternativa vegana al tradicional foie gras. Son todas ellas compañías muy disruptivas en alimentación, y también coinvertimos con otros fondos».
«Ahora no me alíaba aquí con la universidad, sino con los demandantes de tecnología, exactamente con diez de las principales empresas de alimentación de España. Ellas me decían qué necesitaban y yo me iba a las universidades a buscarles esta tecnología», apostilla.
Y ahí brota una de las peculiaridades que más definen su inversión: la necesidad de soluciones problemas reales.
«Conozco muy bien lo que pasa en la industria alimentaria en este momento, pero no porque sea el más listo, sino porque tengo el mejor oído»
«Porque yo tengo un fondo con industriales detrás que tienen problemas reales. Conozco muy bien lo que pasa en la industria alimentaria en este momento, pero no porque sea el más listo, sino porque tengo el mejor oído».
Su fotografía fija como inversor se componen de un total de 9 empresas en el campo de la UPV, una de ellas Endurance Motive, de baterías de litio, que la hemos sacado al mercado BME Growth, y por el otro lado, empresas de nutrición, ciertas que facturan treinta millones de euros, compañías grandes y pequeñas, todas y cada una con un denominador común: «no las he invertido porque sean las que más crecen, sino porque son las que más solucionan problemas en la industria agroalimentaria».
De alguna forma, Pedro de Álava ha vuelto al corporate venture tras aquella primera incursión en el ámbito de la mano de aquel conjunto cooperativao valenciano. «Con este último fondo, vuelvo a trabajar de la mano de un corporate, pero en lugar de ser un corporate venture como la primera vez que trabajé, es un multicorporate venture«.
Su carácter inquieto y ávido por saber siempre y en toda circunstancia dónde se encuentra lo próximo le lleva a companigar múltiples facetas, alén de sus empresas. Da clases en San Telmo Business School, en la Universidad de Sevilla, ejercito de comunicante en KM ZERO Innovation Hub. «Siempre estoy pensando what it next, qué está pasando y cómo puedo aportar valor».
Sobre sus habilidades como inversor asegura que se centra en procurar que proyectos que aún no tienen rentabilidad la logren. «A la industria alimentaria no le gusta comprar expectativas, le gusta comprar realidades. Es un sector diferente, por ejemplo, a vender software», matiza.
«Tanto en el fondo de la UPV como en el centrado en alimentación, siempre digo que yo vendo átomos o células, no vendo bits. Y al final, tienes que mover un cargador, una manzana, etc, y eso tiene su coste logístico y de transformación. Soy más experto en átomos y células que en bits. No es la misma valorización, porque las cosas físicas las tienes que llevar a los sitios», concluye.
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