El sala habría de ser el enorme laboratorio dónde se combata el analfabetismo del cerebro, el iletrado funcional que solo genera el diez% de su capacidad potencial.

Un iletrado funcional es quien sabiendo leer o pudiendo percibir no puede sacar partido de sus lecturas o de sus escuchas. Este déficit se extrapola a otras áreas de la conducta humana.

Otra forma de analfabetismo es leer por imágenes. En las elecciones se escogen aspirantes sin saber lo que plantean. Se los escucha sin comprender lo que ocultan en sus propuestas y se los vota por los impulsos derivados de lo que observan. ¿De qué sirve un voto que procede de ver imágenes calculadas para provocar  reacciones con mensajes sin que el receptor advierta la manipulación? ¿Se puede estimar que un sistema de gobierno es democrático si la enorme mayoría de los votantes ni tan siquiera lee los programas de gobierno que se le ofrecen?

Según los estudios, el cerebro procesa las imágenes y los textos de forma diferente. Las imágenes se procesan sesenta veces más velozmente que los textos verbales y generan más atención y retención. El texto, en cambio, requiere más esfuerzo cognitivo y activa otras áreas relacionadas con el lenguaje, la imaginación y la empatía.

La lectura de ficción puede inducir y crear una experiencia similar a la de vivir lo que leemos, activando las zonas motoras y emocionales del cerebro. El efecto de las imágenes en el voto es un tema que ha sido poco estudiado en el contexto latinoamericano y tiene que ver con el surgimiento del populismo. Las imágenes influyen en las emociones de los votantes y, por lo tanto, en sus preferencias electorales. Por ejemplo, las imágenes que muestran a los candidatos transmitiendo emociones positivas, como esperanza u orgullo, pueden aumentar la probabilidad de votar por ellos. Las imágenes que muestran emociones negativas, como rabia o miedo, pueden generar rechazo o desconfianzaAsimismo, las imágenes que muestran escándalos o situaciones comprometedoras de los candidatos pueden afectar su credibilidad.

Estos efectos pueden ser más o menos intensos dependiendo del contexto político, el nivel de información y el grado de identificación de los votantes con los candidatos.

Sin embargo no hay almuerzo gratis, esto crea un determinado tipo de pensamiento y de actitud. El cerebro tiene la posibilidad natural de procesar la  información secuencial o simultáneamente. Esto depende de quién imponga el ritmo. Al leer, es el lector quien manda: lee a su ritmo, regresa sobre un renglón, relee. Leer es como conducir un auto, en cualquier momento se puede detener la marcha y reflexionar. Ante la imagen es el medio quien se impone. El que percibe una imagen no puede interrumpir sus efectos. Es como viajar en avión, cuando uno se sube ya no se puede bajar.

La lectura verbal permite reflexionar, en cambio en el proceso simultáneo, como el generado por la televisión, predomina el impulso. Un impulsivo no espera, vota sin reflexionar. No escucha, se aburre porque el habla emite 100 palabras por minuto y las imágenes van 10 veces más rápido. Este vacío se llena con distracciones y desinterés.

Este término designa al que es incapaz de utilizar su capacidad de lectura, escritura y cálculo en las situaciones habituales de la vida. Se diferencia del analfabeto en que este no aprendió a leer o escribir, ni siquiera frases sencillas. Una persona con analfabetismo funcional puede leer y escribir, pero no comprende lo que lee o lo que escribe.

Hay otro tipo de analfabetismo funcional, es el de quienes se niegan a leer porque requiere esfuerzo mental  o por falta de tiempo. Se conforman con hacerlo de modo elemental. Hay profesionales perfectamente preparados que se desconectan de leer, escribir o aprender, y no vuelven a tocar un libro de su profesión para repasar ni actualizarse, ni leen informes técnicos fundamentales para su actividad. Es por eso que esas personas pueden estar preparados técnicamente pero ser incompetentes sociales e incluso depender en la estructura jerárquica de personas que no tienen titulación universitaria.

1. Le cuesta mucho leer, escribir, o hacer simples operaciones matemáticas.
2. Le resulta complicado analizar un mapa, responder un cuestionario, revisar una declaración jurada de impuestos.
3. No consulta el diccionario, no puede hacer trámites por sí mismo.
4. No puede seguir instrucciones escritas, analizar facturas o redactar su currículum vitae.
5. Además de no leer se limita a ver programas de TV, tan solo de entretenimiento.
6. No le interesan los problemas de la economía, la política, los temas sociales ni la tecnología.
7. Es renuente al cambio, prefiere el “status quo”, que nada cambie.  Su conocimiento es limitado, inexacto, vago y obsoleto.
8. Su gramática y su vocabulario son deficientes.
9. Desconoce cuál es su velocidad y comprensión en la lectura.
10. No intenta ni se esfuerza por mejorar su rendimiento intelectual

Se refiere al desconocimiento de las nuevas tecnologías. Tecnofilia es la pasión exagerada por la tecnología. Tecnofobia es el rechazo a lo tecnológico como miedo irracional que se justifica por la dependencia que genera.

Lo cierto es que la brecha digital crece: “la tecnología sube por el ascensor y el hombre por la escalera”. La fe exagerada en la tecnología hizo creer que podía bombear petróleo en el fondo del océano sin fallas. El derrame de petróleo en el golfo de México en 2010 fue el argumento de los tecnofóbicos para afirmar que las máquinas terminarán dominando o exterminando al hombre. Pero los tecnofílicos se preparan para “la singularidad”. Es el punto en el que las máquinas se volverán conscientes y el hombre pactará estratégicamente con ellas. Entonces los problemas de salud serán cosa del pasado y los grandes problemas desaparecerán. Los tecnofóbicos creen que no será una sociedad fantástica para todos, sino un bote salvavidas para los ricos.

Hay culturas policrónicas (orientadas a los eventos) y culturas monocrónicas (orientadas al reloj). Las culturas policrónicas funcionan haciendo multitasking, las monocrónicas hacen las tareas una por vez, siguen al reloj y respetan el plan; ya que consideran al tiempo como un recurso que se pierde, se gana, se optimiza, etc.

En las culturas  monocrónicas el tiempo es lineal, consecutivo y segmentado, a una cosa sigue la otra y empieza cuando termina la anterior, está predeterminado y se fija el que se puede dedicar a una cosa de forma única y no en simultáneo. Se respetan las prioridades y no se permiten las interrupciones. Cuando una acción tiene lugar no puede haber otra. El tiempo es rápido, dividido en bloques y con  fecha de caducidad.

Se refiere a la incapacidad de una persona para entender y manejar sus propias emociones y las de los demás. La tecnología cambió la forma en el cual el hombre trabaja. Hoy prevalece el Multitasking, creer que se pueden hacer varias tareas a la vez.  

Los medios de comunicación impusieron la cultura de la interrupción. La consecuencia es un pensamiento episódico, fragmentario, sin secuencias y a saltos provocados por los estímulos. Así se redujo el conocimiento basado en la experiencia y aumentó el que se recolecta en la web.

Más allá de lo cultural hoy es notable la dificultad de concentrarse en una tarea, en escuchar una larga sinfonía, en sostener un pensamiento o una experiencia, en leer sin ser invadido por ideas parásitas y en generar relaciones estables. Crece una atención saltarina, vagabunda, fragmentaria, multitarea que descrema la superficie sin penetrar en el fondo. La sensación es que se pierde algo importante, que intoxicarse con datos impide culminar con la tarea.

Así se percibe un universo atractivo que magnetiza una atención flotante, con falta de linealidad, que puede elegir entre multiplicidad de opciones y con capacidad de crear realidades virtuales. La ilusión de que no existen el espacio y el tiempo ofrece una percepción de presente continuo, en la que el tiempo pasa sin dejar secuelas y una espacialidad omnipresente evita el vacío de la soledad. Para McLuhan los medios de comunicación son extensiones del cerebro. Hoy las redes extienden el sistema nervioso.

Hoy se educa para un mundo inexistente. El átomo es pasado, el símbolo de la época son los chips y la red. La red no tiene centro, ni certezas. Combina la simpleza del átomo con el desorden del caos. El chip de silicona y la fibra de vidrio de silicato se unen a velocidad fantástica para revestir al mundo con un tejido de redes. Las redes tienen nodos y conexiones. Los nodos se achican y las conexiones crecen.

Este entramado se paralizaría sin ideas que motiven a trabajar en equipo. El poder del futuro consistirá en aprovechar la comunicación. En una red el talento se multiplica por el de todos los demás. De lo que se trata entonces es de sincronizar el cerebro humano con las redes digitales, el sistema de redes que ha creado un poderoso y enigmático cerebro social.

Una de las grandes preguntas es si la imaginación es previa o posterior a la adquisición del lenguaje. El lenguaje cambió el modo de imaginar. Es algo muy complicado que el cerebro hace aunque nos parezca de lo más simple. La imaginación requiere que para poder armar imágenes creativas se enciendan numerosas áreas del cerebro.

La imagen y la palabra se conectan a través de los hemisferios cerebrales. Si bien una imagen vale más que cien palabras una palabra puede generar 100 imágenes. La mayoría de las veces se nos ocurren ideas cuando estamos caminando, durmiendo o en la ducha. Los momentos eureka ocurren cuando menos los esperamos: cuando estamos pensando en otra cosa o en nada. Para eso la mente debe tener conocimientos (nada surge de la nada) y tener algún problema sin resolver  (el problema es el motor de la inteligencia). Imaginar parece aumentar el deseo, hasta hacerlo irresistible. Fue Disney el que dijo: “Si lo puedes soñar los puedes hacer”.

Las orejas no tienen párpados, están expuestas a todos los sonidos. Oír, sin embargo, no es escuchar. Escuchar es prestar atención.  Hoy que los oídos se taponan con auriculares y los ojos por pantallas, pierden puentes hacia el mundo y resonancia con su entorno. La resonancia es el diálogo de la persona con el mundo y con las voces propias desoídas y con las necesidades sensibles y espirituales abandonadas. Se va perdiendo la capacidad de escuchar al otro y también la de escucharse a uno mismo. No se puede lograr que algo resuene sin escuchar y sin mirar. Los mensajes desde las pantallas de los celulares y los sonidos desde los auriculares, nos hacen ajenos al mundo. Llegó el instante de devolver a los oídos y a los ojos su función principal, que no es oír y ver, sino la de escuchar y mirar.

En el mundo del trabajo las amenazas no son las innovaciones, sino la posibilidad de asimilarlas a la velocidad en que ocurren e incorporarlas al ámbito laboral.

Los sistemas educativos no son dinámicos en cuanto a la comprensión del mundo y en adecuarse a los cambios que se suceden y están lejos de ser la industria pesada de una nación. Es fundamental que la sociedad logre que sus actores actualicen el modo de formación con las competencias que la realidad y las perspectivas demandan. En este contexto, una articulación público-privada (empresas, escuelas y Estado), es la clave para lograr el dinamismo necesario para achicar la brecha entre las demandas del sistema productivo y las ofertas de talento.

En los primeros años de la adolescencia, la parte del cerebro que procesa emociones experimenta grandes cambios. Los seres humanos desean más las recompensas inmediatas que las recompensas mayores en el tiempo.

Las neurociencias avanzaron mucho desde la “década del cerebro” (1990-2000) pero no han llegado a la educación. Tanto es así que si resucitara un neurocirujano del siglo pasado no sabría qué hacer en el quirófano, en cambio, si el que resucitara fuese un maestro podría dar sus clases sin ningún problema. El aula debería ser el gran laboratorio dónde se aprenda a alfabetizar el cerebro, el analfabeto funcional que solo produce el diez% de su capacidad potencial.

* Dr.Horacio Krell. CEO de Ilvem – [email protected]

Juan Pablo Cortez

Bogotá (Colombia), 1989. Apasionado por la investigación y el análisis de temas de interés público. Estudió comunicación social en la Universidad de Bogotá y posteriormente obtuvo una maestría en periodismo investigativo en la Universidad de Medellín. Durante su carrera, ha trabajado en diversos medios de comunicación, tanto impresos como digitales, cubriendo temas de política, economía y sociedad en general. Su gran pasión es el periodismo de investigación, en el cual ha destacado por su habilidad para descubrir información relevante y sacar a la luz temas que a menudo se mantienen ocultos.