Oscillum fue iluminada por un trío de amigos y compañeros de piso sin nada en la nevera. Pilar Granado, Luis Chimeno y Pablo Sosa se habían conocido estudiando biotecnología en la Universidad Miguel Hernández de Elche. Un domingo, a fin de mes, Pablo se quedó sin comida. Tenía la opción de solicitar algo a domicilio o recobrar “el mítico filete de pavo que queda de un paquete familiar que llevaba días en el frigorífico”, describe. Pero olía realmente fuerte y tenía una textura algo viscosa. “Mi compañera me ofreció su comida, y en broma le respondí que solo se fijaba en factores organolépticos. El color y la textura de mi filete no señalaban que fuera inseguro, solo señalaban que había perdido calidad”. Pilar fue rápida: “¿Ah sí?, puesto que cómetelo”. Pablo se lo hizo al horno. “Sobreviví”, sonríe.

Con la gracieta los 3 comenzaron a meditar en de qué manera solucionar esas dudas que le entran a cualquiera que se lleva al estómago un producto que está en el tope de su lozanía. “Otras veces nos comemos cosas que tienen una pinta estupenda y nos ponemos malos. El olfato y la vista no son suficientemente buenos para determinar si algo está verdaderamente bien. Sin embargo, tiramos grandes cantidades de comida por prevenir ya antes que curar”, explica Sosa. Terminada la carrera, los 3 se sumaron a un programa de emprendimiento en la universidad y accedieron, de manera gratuita, a un laboratorio para montar un prototipo que estuvo listo en dos mil diecinueve. El impulso del centro público fue esencial. “Todos mis profesores tenían una spin-off o patentes. Sabíamos que era posible aprovechar la innovación de la universidad y hacerla llegar al mercado”.

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En Oscillum emplean la metabolómica, el estudio de las huellas que generan los procesos celulares, para generar sensores que, tal y como si de un semáforo se tratara, notifican del estado de un producto en tiempo real. Y sobre todo, son capaces de ofrecerlos a un costo bajísimo, de unos céntimos, y marchan con el envase del producto una vez abierto. Inicialmente, su enfoque estaba muy pegado al consumidor, a lo que sucede en los hogares. Pero el negocio estaba en la industria hortofrutícola, la cosmética y la farmacéutica, que de forma rápida se interesaron por el producto. Facturan por el momento una cantidad modesta, sesenta euros, no ganan dinero, mas ya han invertido en el producto ochocientos, más de la mitad merced a ayudas públicas y premios y el resto con capital propio. Con una patente, saben que no han inventado la rueda, mas sí creen tener ventaja sobre la competencia. Y han escogido Elche para quedarse, si bien ninguno de los 3 es de la urbe alicantina.

Contaminación

Confían de forma ciega en que aportan algo al mercado que va a ayudar a que no se desaprovechen muchos productos. “La mayoría de las contaminaciones se generan en el hogar, no en la industria. Pero aun así, la industria desea poder supervisar toda la cadena de producción, pues retirar un lote polucionado, como en ocasiones ocurre, supone un costo para una marca”.

Emprender no es un camino simple, mas los creadores de Oscillum afirman haber encontrado un equilibrio repartiendo sus papeles en torno a la figura de Pilar Granado, la única de los 3 que ya venía de trabajar en metabolómica, —Chimeno es bioinformático y Sosa trabajaba en el campo de la genética—. “Pilar tiene una enorme visión técnica”, encomia Sosa.

Lo próximo que van a hacer va a ser dar el salto a Latinoamérica y a países con inconvenientes de seguridad alimenticia. “Nuestro producto tiene mucho impacto, transforma algo en inteligente. Podemos comercializar nuestra tecnología en países con escasos recursos y progresar la cadena alimentaria”, aseveran.

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