Jaime Medina, consejero encargado y creador de la compañía.

Hay un camino largo desde el acelerador de partículas en Suiza hasta una aséptica oficina en la calle Orense de Madrid; exactamente el mismo que va desde la física teorética a la consultoría financiera de una startup. Jaime Medina (Madrid, treinta y dos años) lo ha transitado: partiendo de una obsesión temprana con “el último ladrillo del universo”, este biofísico computacional terminó fundando, anterior paso por la asesoría The Startup CFO, una consultoría financiera y gestoría de empresas emergentes que el año pasado facturó uno con ocho millones de euros.

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Medina estaba, afirma, “100% destinado a la ciencia”, y cuando habla de ella se le nota la pasión: “En el instituto te afirman que el riñón informa al cerebro de no sé qué. Aquí absolutamente nadie informa a absolutamente nadie. Lo que ocurre es física y química”. Primero de su promoción en la carrera de física, en dos mil doce, cuando fue descubierto el bosón de Higgs, estaba de prácticas de verano en el CERN, la Organización Europea para la Investigación Nuclear. Tras un intercambio en Estados Unidos, efectuó un máster de biofísica computacional en Rockefeller University, donde estuvo programando hasta el momento en que le llegó el desencanto.

“No es exactamente lo mismo trabajar ciencia que estudiar ciencia. La carrera es un mar enorme con 5 centímetros de profundidad”, cuenta, “el doctorado es un espacio enano a cincuenta quilómetros de profundidad”. Resultó que pese a su inicial vocación, no tenía la pasión precisa para investigar: “Tiene que apasionarte tu tema, quitarte el sueño”. Y decidió, inspirado por un compañero de unas prácticas en el reputado MIT, dar el salto a la asesoría estratégica en la multinacional McKinsey.

No fue un salto simple: “No tenía ni la más mínima idea de qué hacía la gente en las empresas”, afirma entre risas. Se preparó los procesos a conciencia y terminó entrando. Se halló con una mitad de jóvenes que habían estudiado ADE, la otra mitad ingeniería, “y dos tíos raros”. Él fue uno de ellos, y en un año en McKinsey aprendió a ser un trabajador de lo más eficaz, si bien, eso sí, leal a sus orígenes científicos: “Yo pienso como un físico para todo”.

De la asesoría, como de la investigación, terminó cansado: “La mejor resolución de mi vida fue entrar; la segunda, irme”. El siguiente salto fue a una startup, donde empezó su romance con las finanzas. Allí, por una carambola, termina dirigiendo el equipo financiero de la compañía, y nuevamente a marchas forzadas, haciendo un máster vital. Tras un paso por otra compañía, empezó a prestar sus servicios como CFO —las iniciales en inglés de lo que en España se conoce como directivo financiero—para otras empresas como autónomo.

Capital público y privado

El negocio siguió medrando, y Medina terminó fundando The start-up CFO, una compañía que, si bien incluya la palabra en su denominación, insiste en que no es una startup al uso. La empresa, que ha sido rentable desde su nacimiento, ha levantado para sus clientes del servicio cuarenta millones de euros en capital privado, ocho con cinco millones de euros de financiación pública y tres con cinco millones de euros en financiación bancaria. Con veinticinco empleados, a fines de dos mil veintidos comenzó su expansión internacional con la apertura de una oficina en Berlín.

La empresa de Medina, que comparte planta en su sede madrileña de la calle Orense con el Cobrador del frac, combina la asesoría financiera con tareas de gestoría y con una academia financiera para startups. Ha asesorado ya a ciento sesenta empresas. En un contexto económico dudoso, lograr financiación para sus clientes del servicio se va a complicar. Pero, con todo, que se corte el grifo que ha inflado la burbuja de la gran pluralidad de empresas emergentes fundadas en los últimos tiempos “no necesariamente es malo” para Medina. “Aquí te va bien si cubres una necesidad. Las crisis son considerablemente más buenas que malas: creo que ha habido un exceso de start-ups”.

Su próximo objetivo es invertir en otras empresas emergentes. El emprendedor que “siempre piensa como un físico” —y que, reconoce, trabaja mejor delante de una tabla con datos que de un gráfico— tiene clarísimo cuál es el factor determinante para invertir en una compañía y, paradógicamente, no es su flujo de caja, ni su resultado bárbaro de explotación: “Me fijo un noventa% en las personas, un nueve% en el mercado y un 1% en la idea”.

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Adrian Cano

Santander (España), 1985. Después de obtener su licenciatura en Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid, decidió enfocarse en el cine y se matriculó en un programa de posgrado en crítica cinematográfica. Sin, embargo, su pasión por las criptomonedas le llevó a dedicarse al mundo de las finanzas. Le encanta ver películas en su tiempo libre y es un gran admirador del cine clásico. En cuanto a sus gustos personales,  es un gran fanático del fútbol y es seguidor del Real Madrid. Además, ha sido voluntario en varias organizaciones benéficas que trabajan con niños.