Suponga que le dan la opción de vivir 120 años. La mayoría de los que ahora leen estas líneas firmaría inmediatamente la tentadora oferta. Recuerde, sin embargo, que en los últimos 40 años de su existencia (14.600 días) podría tener dolores, problemas de movilidad y dependencia, demencia, degeneración macular, cardiopatías y otras enfermedades crónicas. Muy probablemente rechazaría la propuesta. Ganar años de vida supone envejecer y el peaje no es menor. De momento.
El mundo se adentra en una revolución que lo cambiará absolutamente todo. La emergente industria del envejecimiento (o más bien del antienvejecimiento), cuyo valor se estima en 610.000 millones de dólares en 2025, trata de desentrañar los cambios y procesos que intervienen en el desarrollo de enfermedades, lesiones y discapacidades asociadas a la edad para retrasarlos, ralentizarlos o revertirlos.
La vejez, proceso fisiológico que ocurre en todos los organismos, deja marcas: inestabilidad genómica, acortamiento de telómeros, disfunción mitocondrial, senescencia celular, agotamiento de células madre e inflamación crónica, entre otras. Y dispara el riesgo de sufrir alzhéimer —afecta a unos 50 millones de personas en todo el mundo, unas 800.000 en España— y cáncer —a los 80 años, la probabilidad de tener la enfermedad es casi del 50%—. También párkinson, accidentes cerebrovasculares, patologías cardiacas, fragilidad muscular, artritis, fibrosis de los tejidos, diabetes tipo 2, obesidad y muchas más. “Estas enfermedades se pueden y se deben prevenir y, desde luego, retrasar”, dice José Viña, catedrático de la Universitat de València y director de investigación del instituto INCLIVA y del Centro de Investigación Biomédica en Red Fragilidad y Envejecimiento Saludable (CIBERFES).
Las investigaciones en biotecnología del envejecimiento y la longevidad están viviendo una época dorada apoyada por miles de millones en inversiones procedentes del capital riesgo, la industria farmacéutica, entidades sin ánimo de lucro y las grandes fortunas. Buena parte de la lluvia de fondos que recibe este sector procede del bolsillo de los hombres más ricos del mundo, como Jeff Bezos (Amazon), Sam Altman (ChatGPT), Larry Page (Google) o Peter Thiel (PayPal), que apoyan y financian, con cierto secretismo, start-ups de biotecnología que van un paso más allá: investigan la reprogramación celular para restablecer la salud, para tener vidas saludables durante más tiempo.
Los grandes de Silicon Valley han puesto sus ojos en este campo de las ciencias, que ha atraído la atención humana durante siglos y que ahora podría estar en disposición de cambiar por completo la forma en la que envejecemos. “Estos tecnólogos no tienen miedo a los grandes cambios y aman la innovación. También la gente del mundo del blockchain y las criptomonedas está muy interesada. De hecho, en 2021 recibimos casi 28 millones de dólares en moneda digital, fue la campaña filantrópica de moneda digital más grande de la historia hasta ahora”, dice Maria Entraigues, directora de desarrollo de la Fundación para la Investigación de la Senescencia Negligible Ingenierizada (SENS, por sus siglas en inglés).
Lo que está en juego es tan grande que las empresas biotecnológicas que demuestren ser capaces de lograr resultados tangibles se convertirán en los próximos Google, según exponen Dmitry Kaminskiy y Margaretta Colangelo en el libro Longevity Industry diez. Las cifras del ecosistema industrial de longevidad no se frenan: hay 50.000 empresas en 20 sectores y más de 10.000 inversores, según los datos de la Agencia de Análisis del Envejecimiento (Aging Analytics Agency, en inglés). La salud, la buena salud, es la nueva riqueza para los inversores. El nuevo maná empresarial.
En la próxima década, la investigación de la biología del envejecimiento podría brindar aumentos sin precedentes en la calidad y duración de la vida humana. Viviremos más tiempo porque nos mantendremos saludables. ¿Cuántos años más? “La idea es agregar años saludables a la vida. No es solo el lifespan (esperanza de vida), sino el healthspan (los años que una persona está libre de enfermedades). La extensión del lifespan sería una consecuencia de tener más salud por más años. Sin duda que podríamos vivir más de 100 años con buena salud”, sentencia Entraigues. Hoy, la esperanza de vida media a nivel mundial es de 72 años, y en España, el segundo país de la OCDE en la clasificación, es de 83.
Vivir de forma saludable más allá de los 100 años podría ser común, al menos en sociedades avanzadas, en las próximas décadas, pero el catedrático José Viña cree que hay que descartar la idea de la vida eterna, de buscar límites inalcanzables, para no llevar a engaño a la gente. “Erradicando todas las enfermedades, muchos podríamos llegar a la vida máxima, unos 120 años. Varios grupos de investigación, entre ellos el nuestro, han conseguido alargar la vida entre un 20% y un 30% en ratones, el equivalente a 20 años en personas, pero no se ha conseguido doblar la longevidad en un ratón”. Viña no es partidario de generar falsas expectativas y mucho menos de “prometer cosas, como vivir 150 años o más, que ahora no están a nuestro alcance”.
Alejo Rodríguez-Fraticelli, investigador Icrea del IRB Barcelona (Instituto de Investigación Biomédica), trabaja en el envejecimiento de la sangre. “Se busca atajar las causas del envejecimiento y ver el impacto en diferentes enfermedades con el objetivo de llegar a los 90 años como si tuvieras 50″. Es consciente de los retos, pero también de que “las terapias serán capaces de favorecer una sociedad más justa y feliz”.
Gasto inasumible
Lograr que los seres humanos vivan más años con buena salud mental, neurológica y física sería uno de los pasos más importantes que la humanidad haya dado jamás. No solo por el sufrimiento que padecen millones de personas en todo el mundo, sino también por el impacto brutal que tendría en la sociedad, la economía y las políticas públicas de cualquier Estado, ahora bajo la amenaza de un gasto insostenible por el elevado coste de la cronicidad y las enfermedades degenerativas. En España, el gasto sanitario relacionado con la vejez crecerá un 18% en 2035, hasta los 95.000 millones de euros, según Moody’s.
No hay que olvidar que el planeta se asienta sobre una bomba de relojería, una de las megamenazas de las que habla el economista best seller Nouriel Roubini. La población envejece a un ritmo sin precedentes. Se estima que en 2030 las personas mayores de 60 años en todo el mundo serán 1.400 millones. En 2050 sumarán 2.100 millones, según la OMS. En España habrá 16 millones de ciudadanos de más de 65 años en esa fecha, el 30% de la población.
Es atrevido calcular el valor de esta gigantesca industria. Existen numerosas proyecciones, pero varían enormemente en función de los campos que se tengan en cuenta (van desde la medicina preventiva para lograr un envejecimiento saludable hasta el último escalón que sería la reprogramación de las células). Bank of America estima que el valor de la industria global ascenderá a 610.000 millones de dólares para 2025. En la actualidad, el mercado alcanza los 110.000 millones de dólares y el ritmo de crecimiento anual hasta 2025 será del 28%, señala Felix Tran, analista de inversiones temáticas de BofA Global Research. Tiene en cuenta cinco subtemas que serán clave: genómica, big data e inteligencia artificial, alimentación del futuro, amortalidad y medicina moonshot (proyectos que plantean ideas radicales a grandes inconvenientes ayudándose de tecnología). “Solo el mercado de la genómica está creciendo a un ritmo del 14% anual, alcanzando los 41.000 millones de dólares en 2025″, añade.
En cambio, la proyección de la Agencia de Análisis del Envejecimiento americana es más ambiciosa e incluso tiene en cuenta el mercado de servicios financieros (planes de pensiones, seguros…): estima que la economía de la longevidad pasará de 27 billones de dólares en 2022 a 33 billones en 2026.
Sin embargo, los riesgos y escollos de esta industria son tan altos como su potencial. El más evidente es conseguir que las pruebas en humanos tengan éxito. El segundo es demostrar a las autoridades reguladoras la validez o la necesidad de fármacos en este ámbito. Por ejemplo, la agencia regulatoria estadounidense de los medicamentos, la FDA, dificulta la aprobación de terapias de longevidad sin una afección clínica específica. El tercero es el tiempo para que un experimento se convierta en un medicamento o terapia. “El ciclo de las innovaciones biotecnológicas es muy largo y puede llevar hasta 12 años su llegada al mercado”, según Ion Arocena, director general de la Asociación Española de Bioempresas (Asebio). Esto al margen de cuestionamientos éticos o las desigualdades que podría generar el acceso a las terapias.
La investigación del envejecimiento ha evolucionado enormemente en los últimos años gracias a los avances científicos y tecnológicos. Hay diversas líneas de estudio que están en distintas fases de desarrollo, algunas con resultados prometedores. Es el caso de los fármacos senolíticos (hacen que las células senescentes que se acumulan en los tejidos envejecidos mueran y desaparezcan) y terapias de sustitución mitocondrial. Distintas start-ups trabajan en tratamientos para restaurar o sustituir las mitocondrias envejecidas, como Mitrix Bio, Cellvie, Stealth BioTherapeutics y Yuva Biosciences. También hay varios fármacos, entre ellos la metformina, un conocido antidiabético, que han demostrado su eficacia en animales y pequeños ensayos clínicos, pero que aún no se han confirmado en grandes ensayos aleatorios.
Federico Pallardó Calatayud, decano de la Facultad de Medicina y Odontología, catedrático de Fisiología de la Universitat de València e investigador en el CIBERER, cuenta que “se han descubierto diversos genes y rutas moleculares relacionadas con el envejecimiento que han ofrecido en modelos animales resultados muy prometedores, aunque el problema de la neurodegeneración es quizá el gran escollo; de poco nos sirve tener una buena actividad física si no tenemos a la par una cognición conservada”. De instante, la FDA ha aprobado este julio el Leqembi (lecanemab-irmb), indicado para el tratamiento de pacientes adultos con alzhéimer. El medicamento se incluirá bajo la cobertura de Medicare, el sistema público, lo que permitirá su acceso a millones de pacientes.
Si la reprogramación celular, que le valió a Yamanaka el Nobel de Medicina en 2012 y que se ha probado en células in vitro y con ratones, demuestra que es factible, podría restablecer la salud y resistencia de las células. “Los años 2021 y 2022 fueron los de la puesta a punto para la reprogramación, con miles de millones en financiación y varias empresas en marcha”, según un informe de QuadraScope. Las más reseñables son Altos Labs, NewLimit, Calico, Life Biosciences, Rejuvenate Bio y Turn Biotechnologies.
Altos Labs es una empresa de biotecnología fundada en 2021 con una financiación insólita: 3.000 millones de dólares americanos. Por comparar, el mayor organismo público de ciencia en España, el CSIC, tiene un presupuesto de 1.120 millones de euros anuales. Distintas publicaciones han afirmado que buena parte de ese dinero sale del bolsillo del multimillonario Jeff Bezos, que busca la vida eterna. La empresa, con sede en San Francisco, San Diego y Cambridge (Reino Unido), ni confirma ni desmiente el apoyo de Bezos y se limita a decir, por correo electrónico, que “los fundadores de Altos son Richard Klausner, Hal Barron y Hans Bishop. [El español] Juan Carlos Izpisúa Belmonte es el científico fundador. La empresa no ha revelado otros inversores aparte de ARCH Venture Partners”.
Altos, que ha fichado a cuatro ganadores del Premio Nobel, trabaja en programas de rejuvenecimiento celular con el objetivo de revertir enfermedades, lesiones y discapacidades que pueden producirse a lo largo de la vida. “Los medicamentos convencionales se centran en atacar partes de la biología de una enfermedad. Nosotros estamos explorando si podemos entender los mecanismos biológicos profundos de la salud y la resistencia celular y modularlos, potenciando la capacidad de las células para resistir o suprimir la enfermedad”, señalan. Respecto a la conquista de la vida eterna, niegan rotundamente que ese sea su objetivo. En palabras de uno de los fundadores, “si lo que Altos hace acaba prolongando la vida, será un feliz accidente”.
La compañía dice ser optimista, pero no da plazos. En una entrevista de marzo de 2022 en Forbes Hispano, Izpisúa señalaba: “Dentro de dos décadas podremos prevenir el envejecimiento”. No obstante, son conscientes del riego. “El potencial de crecimiento es enorme, pero el rendimiento de la inversión aún está por determinar. Cualquiera en este campo debe tener una alta tolerancia al riesgo”.
Hay más multimillonarios que están financiando esta industria. Sam Altman (ChatGPT) ha invertido en la biotecnológica Retro Biosciences, según MIT Technology Review. Larry Page, cofundador de Google, anunció en 2013 la creación de Calico, con sede en San Francisco. La compañía, que no ha respondido a la petición de información de este periódico, indica en su web: “Queremos descubrir y desarrollar intervenciones que permitan a las personas vivir una vida más larga y saludable”.
Son la punta del iceberg. Lo que hay debajo es una eclosión de start-ups biotecnológicas centradas en la longevidad que necesitan grandes cantidades de capital y que están siendo financiadas desde el ámbito privado, tanto por fondos de inversión especializados como por entidades de capital riesgo, que hasta hace poco estaban centradas en compañías tecnológicas y que ahora han puesto su mirada en este sector.
Capital privado
El creciente número de inversiones en este ámbito se ha visto impulsado por el cada vez mayor conocimiento científico del proceso biológico del envejecimiento. “La longevidad podría convertirse en la mayor industria del futuro, ya que todo el mundo está interesado en tener una vida sana, feliz y quizás también más larga”, señala Marc P. Bernegger, socio fundador de Maximon, compañía suiza que apoya y financia la creación de empresas centradas en longevidad. Con cuatro compañías del ramo en su porfolio, entre ellas Avea y Biolytica, acaba de anunciar que eleva a 33 millones de dólares el volumen de inversión.
En Europa y en Estados Unidos ya hay fondos de inversión centrados exclusivamente en start-ups que intentan plantar cara a los efectos devastadores que el paso del tiempo tiene en las células y moléculas. “Alrededor de 5.200 millones de dólares de fondos fueron captados por empresas en distintas fases de su desarrollo en la industria mundial de la longevidad”, calcula Damien Ng, director ejecutivo de investigación temática de Julius Baer. Por comparar, hace una década el sector apenas recibió 500 millones de dólares en fondos. Ng cree que las inversiones seguirán al alza: “El mercado debería ser capaz de recaudar más de 15.000 millones de dólares de aquí a 2030 en ámbitos terapéuticos innovadores como la programación celular, la restauración de membranas celulares y la medicina regenerativa”.
También las farmacéuticas empiezan a meter la cabeza, sin olvidar el importante papel que tienen las fundaciones sin ánimo de lucro. La familia real saudí quiere convertirse en uno de los inversores más importantes en investigación contra el envejecimiento y para ello ha puesto en marcha Hevolution Foundation, que tiene previsto invertir 1.000 millones de dólares anuales en la financiación de la investigación antiaging. “Nuestro objetivo es comprender mejor la biología y el proceso de envejecimiento para facilitar el desarrollo de terapias, en el mejor de los casos, y de medicamentos preventivos que puedan ser útiles contra muchos de los males que nos aquejan a medida que envejecemos”, indica por correo electrónico Mehmood Khan, director general de Hevolution Foundation, que antes fue endocrinólogo de la clínica Mayo y director científico de PepsiCo. Y añade: “Permitir y ampliar la esperanza de vida con buena salud no es solo una oportunidad, es un imperativo”.
España se engancha
En España el sector no ha dejado de crecer, aunque es emergente si se compara con otros países europeos y, sobre todo, con Estados Unidos. “La industria española de la biotecnología cuenta con más de 400 líneas de investigación para el tratamiento de múltiples enfermedades asociadas al envejecimiento como el alzhéimer, el párkinson o los desórdenes musculoesqueléticos”, explican en Asebio. Desde el punto de vista del diagnóstico y los biomarcadores, aglutina 114 líneas de investigación, un área en la que destacan empresas como Life Length, el único laboratorio en España con una tecnología patentada propia, TAT, en la medición de telómeros para conocer la edad biológica y el estado de las células. “Nuestro objetivo principal es la prevención, lo que resultará en una mayor longevidad y una mejor calidad de vida”, cuentan en la compañía.
La biotecnología española, en la que se engloba el sector del envejecimiento, suma cerca de 900 compañías centradas mayoritariamente en salud humana y alimentación, que en 2021 facturaron más de 13.000 millones de euros, lo que supone un 1% del PIB español. Las biotech, que generan 118.000 puestos de trabajo, el 0,65% del empleo, captaron 142 millones en inversión, un 21% menos que el año anterior. A pesar de ello, la cifra sigue estando “muy por encima de los datos anteriores a la covid”, indica Arocena.
Desde Ysios Capital, gestora española de venture capital que proporciona financiación a empresas de ciencias de la vida, destaca lo ocurrido tras la pandemia: “Hemos notado un mayor interés por parte de inversores que antes no consideraban incluir un fondo de capital riesgo de biotecnología entre sus inversiones debido al riesgo asociado”. Gestiona más de 400 millones de euros en tres fondos. En Asabys Partners, otra gestora de capital riesgo que invierte en ciencias de la vida, dispositivos médicos y salud digital, con 117 millones de euros bajo gestión, reciben unas 25 propuestas de inversión cada semana. “Hemos invertido en 15 compañías hasta ahora, es decir, mucho menos del 1% de lo que vemos”, señala Clara Campàs, fundadora junto con Josep Lluís Sanfeliu de la compañía en 2019.
Retrasar, ralentizar o incluso anular la decadencia de la vetustez supondría una revolución social y económica. Un análisis de la London Business School y la Universidad de Oxford demostró que una desaceleración del envejecimiento que aumente la esperanza de vida en un año tiene un valor de 38.000 millones de dólares, y de 367.000 millones si crece 10 años.
Maria Entraigues, de SENS, habla de una enorme prosperidad económica “liberando el potencial de los humanos con más experiencia que a causa del deterioro de la vejez quedan descartados en la sociedad de hoy en día”. Esto supondría ahorrar cantidades inmensas de dinero a las arcas públicas. Damien Ng, de Julius Baer, comparte visión: “Tiene el potencial de contribuir al crecimiento del PIB a través del cambio de los patrones de consumo, empleo, ahorro y capital humano”. Estaríamos añadiendo más años de vida productiva y saludable para una gran parte de la población. “Podría significar no solo evitar el estancamiento económico, sino potenciar el crecimiento”, afirma Khan. El problema será si los gobiernos serán capaces de mirar la vejez con otros ojos. “El presupuesto gubernamental en EE UU para estudiar la biología del envejecimiento es diminuto comparado con el que tenemos para tratar síntomas y alargar el periodo de la vejez”, afirma Entraigues. Coincide Rodríguez-Fraticelli: “Tenemos que cambiar las perspectivas públicas de inversión en envejecimiento y para eso tenemos que cambiar esa percepción que tienen los gobiernos de que buscamos ser inmortales”. El Gobierno destinó 325 millones en 2022 para impulsar la I+D+i biomédica y sanitaria en España.
Abróchense los cinturones porque este viaje no ha hecho más que empezar. Respecto a la hipótesis de una vida eterna, quizá debamos prestar atención al Nobel José Saramago: “El peor castigo sería vivir eternamente”.
Una jugada a largo plazo
No hace falta ser Jeff Bezos para invertir en biotecnología, un sector que suele considerarse arriesgado, debido a la incertidumbre que rodea a los ensayos clínicos y las aprobaciones reglamentarias (pasan por tres fases de ensayos clínicos antes de que se autoricen y se pongan a disposición de los pacientes). Es un proceso muy complejo, ya que el ciclo de las innovaciones biotecnológicas oscila entre 10 y 15 años, incluso más. “La traslación de los intrigantes estudios con animales a los seres humanos es complicada y la mayoría de los ensayos clínicos de nuevos fármacos no funcionan”, dice Mehmood Khan, director general de Hevolution Foundation.
“La rentabilidad de estas compañías depende de los datos clínicos”, explica Álvaro de la Rosa, selector de fondos temáticos de renta variable en Abante, firma de asesoramiento que tiene un fondo para el sector salud, Life Science Fund, que invierte en distintos segmentos, desde biotecnológicas hasta aseguradoras y software médicos. Por esto, “la mejor opción de inversión es diversificar entre las pequeñas compañías que no tienen medicamentos aprobados y que son más volátiles, y las grandes, con productos en el mercado”, sostiene De la Rosa, que no cree que se esté gestando una burbuja de la biotecnología. “En 2021 y 2022, las biotech se han quedado bastante rezagadas y, por ello, las valoraciones son bastante atractivas”. La rentabilidad del Nasdaq Biotechnology en los últimos cinco años ha sido del 4,2%, frente al índice MSCI World (8.5%).
El peligro, que además de cuestiones clínicas o científicas abarca aspectos comerciales y financieros, es inherente a las inversiones en biotecnología. “La clave radica en identificarlos en etapas tempranas, trabajar para reducirlos y saber tomar las decisiones adecuadas”, comentan en Ysios Capital. Como afirma Damien Ng, de Julius Baer, los inversores y creadores de empresas de longevidad han de estar dispuestos para jugar a “largo plazo”.