En estos instantes brotan dos grandes interrogantes sobre la economía estadounidense. Uno es por qué va tan bien. El otro es por qué tantos estadounidenses insisten en que va fatal.
No me hago ilusiones con respecto a persuadir a los conservadores de que la economía está en buena forma; no van a cambiar de parecer, y indicar hechos que contradigan su opinión no hace más que irritarlos.
Pero asimismo semeja haber un número significativo de progresistas que, por diferentes razones, son reluctantes a admitir las buenas noticias. Y por lo menos este conjunto podría estar presto a oír los razonamientos de que el presidente Biden ha logrado más de lo que creen, como la premisa de que media hogaza es mejor que ninguna y mucho mejor de lo que lograrían los contrincantes de Biden si se les diese la ocasión.
Sobre las buenas noticias económicas: esta semana se agregaron al montón dos geniales informes económicos. El miércoles, la Oficina de Estadísticas Laborales notificaba de que en el tercer trimestre la productividad laboral había aumentado a una tasa anual del cinco con dos%, lo que es un ritmo muy, mas que rapidísimo. Es pronto para charlar de tendencia, mas cada vez existen más razones para aguardar que nuestra economía sea capaz de medrar considerablemente más deprisa de lo que pensábamos. Ah, y los costos laborales unitarios solo subieron un uno con seis% el año pasado, un indicador más de que la inflación está bajo control.
Otro informe señala que los puestos laborales sin ocupar han disminuido. El año pasado muchos economistas mantenían que el alto nivel de vacantes quería decir que precisábamos un desempleo elevado para supervisar la inflación. Ahora esa diferencia ha desaparecido en buena medida. Es uno de los múltiples signos de que la economía se está recobrando tras la covid. Y este proceso de sanación explica por qué hemos logrado que la inflación baje sin provocar una recesión ni un incremento del paro.
No obstante, muchos estadounidenses prosiguen teniendo una opinión muy negativa de la economía. Esto puede deberse en parte al hecho de que, si bien la inflación ha bajado mucho, los costes prosiguen siendo altos en comparación con el pasado reciente. Es posible que este efecto desaparezca con el tiempo; como escribía no hace mucho, debe haber algún estatuto de restricciones que establezca cuánto puede remontarse en el tiempo la gente para hacerse su idea de lo que deberían valer las cosas. Un interesante análisis llevado a cabo últimamente da a comprender que la reducción de la inflación tarda unos un par de años en reflejarse en la confianza de los usuarios, en tal caso los estadounidenses podrían sentirse mejor para las elecciones del próximo año.
Por otra parte, la inflación ha sido un fenómeno mundial, mas la gran brecha entre los indicadores económicos convenientes y las sombrías percepciones de la opinión pública es exclusiva de EE UU, donde la gente cree muchas cosas malas sobre la economía que sencillamente no son ciertas.
Puedo aseverar por experiencia que charlar de estos temas con personas de derechas es esencialmente imposible. Si uno apunta que los ingresos de la mayor parte de los trabajadores han crecido considerablemente más de forma rápida que la inflación desde la temporada precedente a la pandemia, le afirman que es un miembro de la elite que no tiene ni la más mínima idea de lo que cuestan verdaderamente las cosas. Y si asevera que los estadounidenses son más propensos a expresar creencias positivas sobre la situación financiera de su familia y que el fuerte gasto de los usuarios desmiente las aseveraciones de que los hogares lo pasan mal, le contestarán que es un esnob que le afirma a la gente de qué forma debe sentirse. Es una pescadilla que se muerde la cola.
Sin embargo, un conjunto que podría estar presto a dejarse persuadir es el de los progresistas que se niegan a reconocer las buenas noticias económicas pues piensan que prosigue habiendo muchas cosas que no van bien en Estados Unidos. No sé lo abundante que es este conjunto, mas semeja que conozco a muchos de ellos, y su negatividad podría estar influyendo en el tono general de la charla.
Por cierto, el Estados Unidos de Biden no es un paraíso progresista. Demasiada riqueza y poder prosiguen concentrados a cargo de unos pocos, mientras que millones de ciudadanos de esta rica nación prosiguen viviendo en la pobreza y carecen de una atención médica conveniente.
No obstante, se han producido avances. Por fin estamos tomando medidas serias contra el cambio climático e invirtiendo en infraestructuras. El incremento de las subvenciones ha contribuido a ampliar la cobertura médica y hay un hecho poco conocido, que es que la economía de pleno empleo de Biden ha llevado a una enorme caída de la desigualdad salarial que favorece en buena medida a los trabajadores peor pagados.
Las cosas pintarían aún mejor si los demócratas hubiesen conseguido una victoria solo levemente mayor en las elecciones de dos mil veinte. Concretamente, uno o dos miembros del Senado demócratas más habrían significado una extensión permanente de la ampliación de las desgravaciones fiscales por hijo, que habría reducido drásticamente la pobreza infantil, y aún podría hacerlo si los demócratas hallan una forma de ganar en grande en dos mil veinticuatro.
En los últimos meses, el relato político republicano ha dado un giro brusco a la derecha, con renovadas promesas de derogar el Obamacare –lo que pone en riesgo la cobertura sanitaria de más de cuarenta millones de estadounidenses– y de recortar la Seguridad Social.
Así es como lo veo: los resultados de la victoria de Biden en dos mil veinte han estado lejísimos de los sueños de los progresistas, mas una derrota del presidente el próximo año sería una pesadilla para ellos. ¿Serán capaces los estadounidenses de izquierdas de retener los dos hechos en sus psiques y obrar en consecuencia?
Paul Krugman es premio Nobel de Economía. © The New York Times, dos mil veintitres. Traducción de News Clips.
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