Emilio Botín Sanz de Sautuola y López murió el segundo día del otoño de mil novecientos noventa y tres en El Promontorio, un precioso palacio de estilo inglés de la capital cantabria. Banquero, hijo y nieto de banqueros, a lo largo de los cincuenta y siete años que dedicó al Banco de Santander convivió con la dictadura del general Primo de Rivera, la República, el franquismo y la democracia. Hoy su nieta, Ana Patricia Botín, encabeza el banco familiar, que tiene una capitalización de prácticamente sesenta millones y es una de las mayores empresas del país. Muchas cosas han cambiado desde los tiempos de su abuelo, mas otras prosiguen ahí, como la pervivencia de una cultura familiar adherida al proyecto financiero que siguió su padre y que ahora descansa en ella.

Ortega, Del Pino, Entrecanales, Grifols, Escarrer, March, Carceller, Koplowich, Díaz Tejeiro, Loureda… numerosas empresas del Ibex treinta y cinco están participadas por fondos de inversión, de manera frecuente internacionales, mas un significativo porcentaje (hasta un catorce% de la capitalización total) prosigue a cargo de las primordiales familias creadoras o herederas de fortunas forjadas por sus ancestros. Fuera de la Bolsa hay genuinos imperios (los Roig en Mercadona, los Álvarez en El Corte Inglés, Andic en Mango, la familia Mahou…).

A veces, la permanencia en el tiempo de estas alcurnias puede despertar recelos: “Este es uno de los países donde el dinero ha cambiado menos de manos en los últimos cien años”, afirmaba a Forbes Hispano el empresario José Elías Navarro (Audax) hace unos meses. Pero probar esa aseveración (o todo lo opuesto) es una labor prácticamente inabarcable, pues alén de las fortunas conocidas, la mayor parte de las familias empresarias tienen una fuerte tendencia al anonimato, como apunta Paloma Fernández Pérez, catedrática de Historia Económica de la Universitat de Barcelona y una señalada estudiosa del fenómeno de la compañía familiar. “No suelen dejar las cosas por escrito, las suelen resolver en el comedor o mientras celebran el cumpleaños de la abuela”, sonríe .”Normalmente se habla de las grandes fortunas, las que salen en listados internacionales, mas son solo la punta del iceberg. Y en la piscina de las compañías familiares existen muchos icebergs”.

El rey Felipe VI saluda al presidente de Mercadona Juan Roig, en presencia de la presidenta del banco Santander Patricia Botín, en la inauguración del Congreso Nacional de la Empresa Familiar celebrado en Bilbao.
El rey Felipe VI saluda al presidente de Mercadona Juan Roig, en presencia de la presidente del banco Santander Patricia Botín, en la inauguración del Congreso Nacional de la Empresa Familiar festejado en Bilbao. LUIS TEJIDO ( EFE )

El Instituto de Investigación de Credit Suisse lleva desde dos mil seis examinando el modelo de negocio de mil empresas familiares en el mundo entero. En sus informes brotan debates sobre de qué manera ese modelo puede influir en el hambre por el peligro, la innovación, la productividad, o en cuestiones relacionadas con la sucesión, donde de manera frecuente brotan discusiones y riñas. En su estudio del año en curso, al examinar la evolución en Bolsa hallaron que ese millar de empresas familiares cotizadas producen de media unas plusvalías anuales de alrededor del tres% desde dos mil seis en todas y cada una de las geografías del planeta. “El desempeño es más fuerte en las empresas de generaciones más jóvenes (…) y las posteriores pueden enfrentar obstáculos al crecimiento debido a cuestiones relacionadas con la sucesión”. En cambio, encontraron que estas empresas gastan menos en investigación y desarrollo en frente de sus análogas no familiares.

Ocho billones

El índice de empresas familiares que realizan EY y la universidad suiza de St. Gallen, asimismo publicado este año, revela que las quinientos mayores empresas familiares del planeta medran más veloz que la economía global, prácticamente el doble que las economías avanzadas y uno con cinco veces la tasa de los mercados emergentes. Generan de forma colectiva ocho con dos billones de dólares americanos en ingresos (siete con tres billones de euros) y emplean a veinticuatro con cinco millones de personas. Casi la mitad son europeas y el treinta% están ubicadas en Estados Unidos, si bien el número de grandes imperios asiáticos no ha dejado de medrar desde dos mil quince. El ámbito del consumo prosigue siendo el que reina en el cosmos familiar (un treinta y siete%), mas las relacionadas con la movilidad y la tecnología aumentan su peso un año tras otro.

Volviendo a España, las compañías familiares reinan en el tejido productivo del país. Generan el sesenta y siete% del empleo (seis con cincuenta y ocho millones de puestos) y el cincuenta y siete% del PIB, conforme el el Instituto de Empresa Familiar (IEF). En cuanto a la supervivencia en el tiempo de las grandes dinastías, aproximaciones existentes charlan de que, entre mediados del pasado siglo y principios del XXI, la genuina elite empresarial familiar de España tenía intereses en el ámbito de la construcción, ingeniería, distribución comercial y servicios auxiliares y en menor proporción en empresas de nutrición, bebidas o minería. Era el tiempo de los Cros, Sarrió, Hidalgo, Osborne, Urquijo, Benjumea, Gut, Comas y Blanco, Ballvé, Lao, Lara, Pascual, Carbó, Aresti-Ortiz, Daurella, Fierro-Viña, Fluxá, Polanco, Ybarra, Antolín o Lladó. Algunas de estas dinastías han perdido poder sobre ciertos negocios, pero han diversificado su patrimonio en otros.

Jesús María Valdaliso, catedrático de Historia de la Universidad del País Vasco, aconseja no olvidar que tras los apellidos hay una actividad empresarial que acostumbra a tener efectos “positivos” sobre la economía: “Todos los que acaban siendo grandes han hecho bien las cosas, han arriesgado en momentos de incertidumbre”. ¿Su permanencia en el tiempo debería preocupar a los fieles a la meritocracia? “Una cosa es el poder duradero de las dinastías familiares y otra la meritocracia”, responde Valdaliso. “La figura del empresario fundador o hecho a sí mismo es uno de los mejores ejemplos de meritocracia. Pueden coexistir, y de hecho lo hacen. Las dinastías familiares necesitan un sistema meritocrático, puesto que suelen mezclarse y renovarse con la incorporación de outsiders a la familia”.

Antonio Garrigues Walker, presidente de honor del despacho que lleva su apellido, lo ha visto en muchos clientes del servicio. “El futuro de una empresa familiar depende de que se haga la siguiente pregunta: ¿cuándo dejar de ser familiar? Al principio la familia-empresa está poco desarrollada, pero cuando comienzan a aparecer muchas caras el tema se complica. Se generan apetitos, vanidades, ambiciones tremendas”. Pero hacerse esa pregunta no es nada fácil. Cuando desde el Instituto de Empresa Familiar (IEF) preguntan a sus asociados por cuál es su primer objetivo, un muy alto porcentaje menciona a la supervivencia. “Casi diría que consideran el proyecto empresarial como un ancla sobre el que gira el proyecto familiar”, medita Esteban Sastre, directivo de Economía del IEF. “Los nucleos familiares cada vez más grandes tienen que generar ambientes que permitan convivir diferentes puntos de vista”.

Señala así un inconveniente que es común a cualquier dinastía en cualquier sitio del planeta, conforme coinciden la quincena de especialistas consultados. Pero si lo que se trata es de distinguir patrones en las familias empresarias españolas, Rafael Castro, maestro de la Universidad Autónoma de Madrid, identifica unos cuantos: “Si uno analiza las élites empresariales en los últimos 150 años, todas están ligadas a tres lugares: Madrid, Barcelona y el País Vasco. La primera, porque concentra el poder político y financiero y las segundas, por su peso industrial. Si analizamos a los 100 mayores empresarios encontramos que la mayoría son ingenieros, de buena familia, tienen muy tasada la sucesión y ven más allá del corto plazo”. También reconoce que están rodeadas de opacidad: “Creen que cuanto menos se sepa de ellas, mejor”. En cambio, desde la Universidad de Santiago de Compostela, el profesor Xoán Carmona piensa que hay que derruir un mito diferenciador: “En los años 90, los libros de dirección de empresas distinguían a las españolas del resto. Hablaban de aquel tópico de que las italianas eran fuertes en diseño industrial, las inglesas en finanzas y las alemanas en tecnología. Puede que fuese cierto en el mundo de las pequeñas empresas, pero no de las grandes”.

Andrés Villena, maestro de Economía Aplicada de la Universidad Complutense y autor de Las redes de poder en España, distingue que al calor de esas fortunas se ha desarrollado “una tecnoestructura”, de manera frecuente de altos funcionarios, de manera frecuente de abogados de Estado o técnicos comerciales y economistas, que sin ser precisamente ricos, se pasan al ámbito privado para regentar la riqueza de los grandes patrimonios.

Empresas cotizadas

Guste aproximadamente, en el planeta, el poder con mayúsculas está concentrado en las familias (y eso incluye a la política). En teoría, la apertura de las compañías al mercado por medio de las Bolsas debería haber arrinconado el poder de los grandes estirpes, repartiendo el capital entre una pluralidad de inversores. Pero, ¿verdaderamente es así? Pese a la ausencia de estudios concretos a este respecto, semeja ser no, si bien con matices.

El historiador económico y profesor de la Universidad Carlos III, Miguel Artola, medita sobre lo esencial que es el poder de resolución, alén de dominar un pedazo de tarta aproximadamente grande en una compañía. “Hace 40 años tener un 2% de una empresa podía no ser decisivo, y ahora puede serlo. La lógica de la Bolsa nos dice que hay más accionistas institucionales, como los fondos del tipo Blackrock, que muchas veces no tienen un papel tan activo en la gestión”, y que dejan a otros el peso del gobierno. Raymond Torres, directivo de Coyuntura en Funcas, agrega que son las compañías que desean ganar tamaño las que por fuerza se terminan abriendo a otros inversores, y ahí se da el peligro de la pérdida de control, mas al tiempo les da una ocasión de medrar que de otro modo no tendrían.

Paloma Fernández lo examina con perspectiva europea. “En los años 70 los italianos, franceses o alemanes empezaron a dejar entrar a fondos de inversión en sus empresas. En España eso se produjo más tarde. Cuando España entra en la Unión Europea hay un know how importante detrás, por las experiencias de otros países. Es cuando se expande el negocio de la consultoría en España, con un objetivo teórico de aconsejar en la sucesión de empresas familiares, que en realidad tiene que ver con manejar el patrimonio de grandes fortunas en un mundo cada vez más abierto y global. Es cuando los bancos empiezan a abrir sus divisiones de banca privada”.

Se genera una evolución, las familias empresarias diversifican sus inversiones conforme cada vez existen más herramientas financieras a su alcance. “La mayoría de las empresas familiares desaparecen antes del primer relevo. Que desaparezcan no es un problema, pero sí lo es que desaparezcan las familias empresarias”, cree Valdaliso. Quizá en el imaginario colectivo, esas familias empresarias ejercitan, como describió César Molinas en su libro Qué hacer con España, un capitalismo tradicional, basado en la atrapa de rentas y la cercanía a un poder típicamente madrileño. Aunque para su autor, por influyente que sea ese poder, hay que observarlo de manera cuidadosa. “Creo que la política en España es bastante independiente del poder familiar. Las grandes empresas familiares evidentemente saben a qué puerta llamar. Pero en esto no creo que sea tan distintas a las de otros países”.

Los líderes empresariales acostumbran a lamentarse del poco reconocimiento social que supone su figura, y tal vez ese sea un aspecto muy engastado con el papel de las familias empresarias en la historia. Alberto Gimeno, maestro del departamento de Dirección General y Estrategia de Esade, distingue entre aquéllas que se orientan a la creación de valor económico, para ellas y para la sociedad en la que están, y las que solo aspiran a preservarlo, que sintetiza en dos palabras: stay rich. “Estas últimas van perdiendo apetito empresarial y la capacidad de impactar en la sociedad. Son familias que invierten en el sector inmobiliario, en fondos, en deuda, en activos de diverso tipo que gestionan otros con mentalidad conservadora”. Luego están, afirma, las que han llegado a un estado de trascendencia que procuran perpetuar su legado por medio de fundaciones filantrópicas.

“Las familias empresarias y las grandes fortunas forman parte de la élite de nuestra sociedad. Me parece relevante, —y hablo en términos que utilizaría Ortega y Gasset—, saber hasta qué punto son más o menos virtuosas”. En su lectura, en frente de esas elites virtuosas, estarían las “élites corruptas”, que edifican sociedades mediocres que dejan de opinar en ellas. “Estamos en una sociedad que pierde la confianza. El capitalismo ha sido capaz de crear un nivel de riqueza inigualable, pero se ha transformado y buena parte carece de alma”, lamenta. Silvio Berlusconi o Donald Trump podrían ser buenos ejemplos de lo precedente. “Sin embargo he conocido a empresarios que en la crisis del Procès se plantearon sacar su capital del país (legalmente). Pero decidieron que no, porque el dinero lo habían ganado aquí. Es un ejemplo de lo importante que es cierta reconstrucción moral”.

El caso de Rockefeller

Quizá el presente no se distinga tanto del pasado. John D. Rockefeller, uno de los más ricos de todos y cada uno de los tiempos, usó ingeniería financiera para crear sociedades pantalla a las que supervisar cuando le forzaron a fragmentar Standard Oil. Lo mismo hicieron otras dinastías, desde los Ford a los Mellon, para desplazar el dinero veloz y de formas imaginativas. “En España durante el franquismo, muchos hijos de familias adineradas enviaron a sus jóvenes herederos a estudiar a escuelas de las islas Jersey para conseguir visados con los que abrir allí cuentas corrientes”, recuerda Paloma Fernández.

Otras dinastías, en cambio, lograron subsistir a sacudidas mundiales merced a tener un compromiso con el territorio donde operaban. “Después de una gran guerra o una pandemia se demuestra que las familias empresarias son mucho más productivas que las que no lo son. Sakichi Toyota se podía haber arruinado después de la Segunda Guerra Mundial, pero durante los periodos más duros ofreció a sus empleados, con los que tenía una relación de semi familiaridad, cultivar legumbres en el suelo de la fábrica”. Tras la guerra, todos retornaron para asistirle a reconstruir la compañía. Quizá en España ese tiempo de cooperación no ha estado tan presente, y de ahí la memoria colectiva de explotación o la carencia de vínculos estructurales de apoyo recíproco en temporadas duras. Y tal vez el buen tiempo del diálogo social que patronal y sindicatos han desplegado en los últimos tiempos sea el punto y aparte en esa relación en ocasiones tormentosa entre trabajadores y empresarios.

Control sindical

Una información fechada el 1 de abril de mil novecientos setenta y nueve en este periódico hacía públicos múltiples listados con lo que los españoles pagaban a Hacienda. Lo encabezaba José María Ruiz Mateos (Rumasa), y lo proseguían el industrial guipuzcoano José María Aristrain, Ramón Areces (El Corte Inglés), el banquero Ignacio Coca (absorbido por Banesto) y el segoviano Nicomedes García Gómez (Whisky DYC).  Seis páginas que hoy serían irreproducibles por la ley de protección de datos ponían nombre y apellidos a la elite social que desembarcaba en una democracia recién estrenada. cuarenta y cuatro años después, las reflexiones sobre el poder prosiguen provocando un discute extenso. “Uno de los avances civilizatorios de la democracia está en que el poder no sea permanente, pero nos encontramos con que el económico es más permanente, y eso genera el problema de la captura de  reguladores, políticos, de las puertas giratorias”, piensa Carlos Martín, miembro del Congreso de los Diputados de Sumar. “Creo que el siguiente salto civilizatorio, como defienden Thomas Piketty o Gabriel Zucman, es plantear que ese poder sea más temporal. Ya lo hemos conseguido en la composición musical, en donde se han acortado los tiempos de uso de las patentes. ¿Por qué no hacerlo con la propiedad de los medios de producción?”. En su relato, Martín introduce la propuesta del acuerdo de Gobierno para añadir a representantes de los trabajadores en los consejos de administración comenzando por las grandes compañías, algo que marcha desde hace unos años en países como Alemania y que la patronal ha rechazado para España. “Si el progreso nos lleva a un mundo cada vez más robotizado donde conseguimos liberarnos del trabajo, en ese nuevo mundo tendremos que articular formas nuevas de participar en los beneficios que se generen de los medios de producción”, desarrolla. Pero aun así, apunta  Andrés Villena, tal vez solo se logre incoporar a la elite sindical a los consejos, y no facilitar un control real de la base de trabajadores. 

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Mercedes Cruz Ocaña