Es frecuente que uno de los temas de discute público sea qué políticas públicas deben efectuarse para terminar con la brecha de género. Sin duda, este es un inconveniente estructural que, en mayor o en menor medida, está presente en todos y cada uno de los mercados de trabajo que se examinan. Aunque hemos avanzado, es un inconveniente persistente, de carácter estructural, y que pone en duda uno de los derechos y principios básicos, el de la igualdad. La participación en el mercado de trabajo de la mujer prosigue siendo inferior a la de los hombres, específicamente, en dos mil veintidos la tasa de participación de la mujer era un diez% inferior a la de los hombres. A esa diferencia se le suma la brecha salarial, que se ubica cerca del trece%. Para cualquier interesado en la economía es un buen ejemplo de lo que significa una situación que es, a la vez, ineficiente y dispar.

No puede comprenderse, desde una perspectiva de justicia social, que, efectuando exactamente el mismo trabajo, o teniendo exactamente la misma capacidad de aportar valor, el salario sea diferente. Implica un uso no eficaz de los recursos el que, pese a la mejora en los niveles educativos, la mujer prosiga mostrando una tasa de participación en el mercado de trabajo inferior a la del hombre. El primer día que los pupilos pisan la universidad y tienen su primera clase de Economía siempre y en toda circunstancia les pregunto: ¿qué es la economía? Y es prácticamente en el cien% de las ocasiones que alguien afirma que debe ver con el dinero. La Economía es una ciencia social que va considerablemente más allí, que procura comprender de qué forma tomamos resoluciones y los efectos que exactamente las mismas tienen en nuestro bienestar individual y colectivo. La brecha de género es un perfecto ejemplo de los temas que como sociedad deben preocuparnos y que deben preocupar a los economistas.

Sin embargo, un inconveniente esencial es intentar solventar la brecha de género sin comprender verdaderamente sus causas. Tenemos leyes que de forma clara decretan la igualdad salarial. Por otro lado, se ha producido un avance enorme en el acceso de la mujer a la educación, en particular a la educación superior. Aunque, desgraciadamente, no en el mundo entero. Basta con rememorar el sufrimiento y la violación de derechos esenciales de la mujer en Irak. Sin embargo, la brecha de género persiste. Y es acá donde el trabajo de Claudia Goldin adquiere relevancia. Profesora de Historia Económica en la Universidad de Harvard, ha centrado su investigación en el análisis del mercado de trabajo, particularmente, en la brecha de género. Sus trabajos aportan luz sobre un tema complejo y dan una valiosa función para asistir a diseñar políticas que sean verdaderamente eficaces.

Ya en los años noventa, Goldin se preguntó por la persistencia de la brecha de género. Su análisis de datos incluye un periodo de prácticamente doscientos años y lanza conclusiones de mucho interés. En primer sitio, desmiente el mito de la existencia de una relación entre desarrollo económico y reducción de la brecha de género. Puede haber desarrollo económico, mas son otras variables las que determinarán que la desigualdad de género aumente o se reduzca. Fiar la reducción de la brecha de género al desarrollo económico es un fallo. Por ejemplo, en Estados Unidos se generó una esencial minoración de esta distancia y un incremento de participación de la mujer en el mercado de trabajo en los años setenta.

El análisis de los datos de ese periodo deja acabar a la maestra Goldin que dos motivos explican dicha mejora, uno de ellos es la mejora en la educación y el otro el acceso a la pastilla anticonceptiva. El hecho de casarse después y postergar unos años la maternidad, dejó que muchas mujeres se pudiesen proponer una carrera laboral y promovió su voluntad de incorporarse al mercado de trabajo. El quid de la cuestión es que la resolución con respecto a la integración de la mujer en el mercado de trabajo se fundamenta en los costos de ocasión que lleva asociados, en las opiniones y experiencias que de pequeñas han vivido en su casa. La brecha salarial es una cuestión que va alén de la promulgación de leyes convenientes, de más inversión en educación, que son precisas, mas no suficientes. Requiere de un cambio cultural. Una de las cuestiones más interesantes del trabajo de Goldin es la constatación de que la cultura empresarial promueve habitualmente una promoción que se fundamenta en quién está más horas en el puesto. Goldin asevera, con razón, que la cultura empresarial que premia de forma exagerada el trabajar más horas, y que es contraria a modelos de flexibilización laboral, tiene un impacto directo en las resoluciones de la mujer con respecto a su vida laboral.

Goldin merece, sin duda, el reconocimiento a su trayectoria con el Premio Nobel de Economía y nos enseña ciertas lecciones interesantes. La primera es que elaborar el interrogante conveniente es más esencial que la contestación. Cuando poco se charlaba de la brecha de género, se hizo el interrogante y no se conformó con las contestaciones que son tópicos en nuestros cafés de sobremesa. La segunda lección es que tomar resoluciones atinadas es más simple cuando se ha sido estricto en el análisis de los datos. Además, Goldin nos recuerda la relevancia de mirar al pasado para comprender el futuro. No cabe duda de que la recién premiada maestra ha dado un primer paso, que ha de ser seguido por más. Y no solo por la comunidad académica, sino más bien asimismo por los responsables de políticas públicas y toda la sociedad, desde las relaciones personales hasta la más alta dirección empresarial.

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Mercedes Cruz Ocaña