El creciente recelo entre el Este y Occidente está dibujando un escenario geopolítico que para muchos evoca la era de la Guerra Fría. Un tiempo en el que los mercados domésticos avanzaban bajo el peso de políticas intervencionistas, y los países se relacionaban bajo una lógica beligerante y altamente volátil. Una volatilidad que hoy, de reaparecer, se entrelazaría con tres complejos desafíos sin precedentes en la historia de la humanidad: un cambio climático impulsado por la acción humana, una población cada vez más envejecida y una inteligencia artificial potencialmente disruptiva en lo político, económico y social.
En este contexto, varios analistas de Occidente han acogido con alivio la persistente desaceleración china. Una economía que está dando señales de un enfriamiento estructural que socava su modelo económico y el escalamiento de tensiones. Una falta de dinamismo, en parte instigada por la enérgica contraofensiva de Estados Unidos, pero que encuentra sus raíces en las altas tasas de apalancamiento interno y la incertidumbre que emana de la postura autoritaria y dirigista del Gobierno de Xi Jinping.
No obstante, sería un error pensar que la ralentización china reportará beneficios a Occidente. Al contrario, no olvidemos que el país ha desempeñado un rol primordial en las cadenas de valor mundiales de las últimas décadas, beneficiando directamente tanto a consumidores en naciones desarrolladas como a productores de materias primas en países emergentes. También recordemos que, durante la década previa a la covid, China representó más del 40% del crecimiento global, un milagro económico que en gran parte explica la baja inflación que acompañó a países desarrollados y el histórico desacoplamiento con el que los emergentes pudieron sortear lo peor de la Gran Recesión de 2008.
Por ello, un fin del milagro chino sólo acrecentaría la volatilidad económica global, acercándonos a ese mundo más inflacionario en el que los resfriados de EE UU implicaban neumonía para el resto. Y un fin abrupto tampoco favorecería la estabilidad geopolítica. Por el contrario, el Gobierno chino, al fin y al cabo, está compuesto por seres humanos; y sabemos que nuestra naturaleza no siempre se muestra sumisa cuando enfrenta el dolor o la adversidad.
Son múltiples los aspectos que debemos mejorar en el ámbito internacional. Y la reciente invasión rusa es un ejemplo que resalta los peligros de un laissez-faire que acaba en dependencia energética. Pero, la lección ha de ser que cualquier dependencia, interna o externa, conlleva riesgos; y abordarlos no requiere necesariamente reemplazarla, sino más bien diversificarla. En su mayoría, esto nos ha de instar no a reducir sino a incrementar la globalización, bajo una lógica que no busque el fracaso del otro y sí una colaboración que permita abordar unidos los importantes retos de este siglo.