Los grandes bancos centrales han acaparado la atención de los mercados esta semana. Aunque no se esperan movimientos inmediatos en los tipos de interés por parte del Banco Central Europeo o la Reserva Federal de Estados Unidos, los inversores están expectantes por conocer el tono de sus discursos. Agustín Carstens, director gerente del Banco Internacional de Pagos (BIS), ha reconocido que estamos viendo el final de un periodo de endurecimiento excepcional, pero ha advertido: “Este no es el final del viaje”. Carstens ha señalado los riesgos que podrían provocar un repunte en la inflación, destacando las tensiones geopolíticas y la resistencia de los gobiernos para retirar los estímulos fiscales como posibles desencadenantes.
En los últimos dos años, los bancos centrales han llevado a cabo «el mayor y más sincronizado» endurecimiento monetario a escala mundial en una generación, según Carstens. Hasta el momento, las autoridades monetarias han logrado reducir la inflación de las economías avanzadas del 7,5% al 3,2% a finales del año pasado. Las proyecciones de organismos internacionales indican que la actividad económica no se verá gravemente afectada, sino que experimentará un aterrizaje suave. Carstens afirma que la lucha contra la inflación ha tenido un coste pequeño en términos de crecimiento del PIB o aumento del desempleo.
El director gerente del BIS ha expresado un «optimismo prudente» en su evaluación de la situación actual. Aunque uno de los principales temores de los banqueros centrales, la espiral salarios-precios, aún no se ha materializado. Carstens atribuye esto al trabajo de los bancos centrales, que ha evitado que empresas y hogares tomen decisiones basadas en expectativas de inflación permanentemente elevada.
Carstens también ha señalado que las consecuencias del enfriamiento económico en el mercado laboral serán “modestas”. Además, prevé una mejora en la productividad y destaca que los institutos monetarios pueden reducir los tipos de interés si la situación económica empeora.
Sin embargo, el coordinador de los bancos centrales advierte que la fase actual del proceso puede ser la más difícil. Destaca los efectos negativos que la crisis en Oriente Próximo podría tener en la lucha contra la inflación, especialmente en los mercados de materias primas y el comercio global. Carstens también menciona la desglobalización y la demografía como factores que empeoran la situación.
Consolidación fiscal
Otra preocupación importante del BIS es la demora de los gobiernos en reducir los déficits y la deuda generada durante la pandemia para apoyar a empresas y empleados, así como para proteger a los segmentos más vulnerables de la población ante el aumento de los precios energéticos. Carstens destaca que, si bien los bancos centrales han cumplido su cometido endureciendo la política monetaria y conteniendo la demanda agregada, la política fiscal no ha seguido el mismo ritmo. Subraya la importancia de implementar medidas de consolidación fiscal cuanto antes.
Carstens identifica dos amenazas adicionales, siendo una de ellas el posible impacto aún no materializado del aumento de los tipos de interés en el crecimiento económico y la estabilidad financiera. Este escenario podría derivar en consecuencias para la inversión empresarial y el consumo familiar, poniendo en riesgo la resiliencia económica observada hasta ahora.
La otra amenaza, según Carstens, es que los bancos centrales cedan a la presión de los mercados y relajen prematuramente sus políticas. Sin embargo, asegura que no hay indicios de que Fráncfort, Washington o Londres contribuyan a una presión inflacionista. Finaliza apuntando que los institutos monetarios pueden decidir mantener los tipos de interés «tan elevados como sea necesario» e incluso incrementarlos si es preciso.
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