Actualizar un correo electrónico, darle “me gusta” a una foto en Instagram o enviar un simple emoticono depende de un puñado de materias primas con nombres de enigmáticas sonoridades: vanadio, germanio, wolframio, antimonio y muchas más. Solo en la palma de la mano, es decir, en un móvil, caben entre 30 y 120 minerales y metales (según lo sofisticado que sea el dispositivo), extraídos de varios rincones del planeta. Entre los elementos más famosos están el litio, el cobalto y el aluminio (usado en las baterías), así como el cobre, la plata o el níquel (en la electrónica). Todos ellos son el corazón de la vida moderna digital, pero también de un futuro más sostenible, pues son esenciales en el almacenamiento de energía de los vehículos eléctricos, en las turbinas eólicas y en los paneles fotovoltaicos por su cualidad de súperconductores y gran resistencia térmica. Nuestra alta dependencia hace que el mundo se haya enfrascado en una carrera sin precedentes para obtener estos elementos y así cumplir los objetivos de descarbonización.
“No son como el petróleo, pero en cierto sentido su importancia es parecida ante el nuevo modelo energético”, afirma Tae-Yoon Kim, analista sénior de la Agencia Internacional de Energía (AIE). Un coche que se enchufa a la luz necesita seis veces más minerales que uno convencional, y una planta eólica terrestre requiere de unas nueve veces más metales que una de gas. Ha sido este despliegue récord de tecnologías de energías limpias, como la solar, eólica y los sistemas de almacenamiento, el que está impulsando un crecimiento sin parangón en los mercados de minerales, algunos, que por sus efectos económicos y sus aplicaciones en diversas industrias, se han catalogado como críticos. Entre ellos está el litio, que entre 2017 y 2022, según las cifras de un estudio publicado recientemente por la AIE, ha triplicado su demanda, o el cobalto, cuyas necesidades han aumentado un 70% en el mismo periodo, o el níquel, cuyas necesidades han subido un 40% en todo el mundo.
Y las cifras irán a más. “La demanda de materiales críticos aumentará de manera significativa”, confirma Francesco La Camera, director general de la Agencia Internacional de las Energías Renovables (Irena, por sus siglas en inglés). En un escenario de emisiones netas cero para 2050, las necesidades de minerales críticos (cobre, litio, níquel, cobalto y neodimio, este último utilizado en los imanes de los motores de los vehículos eléctricos) crecerán 3,5 veces para 2030, alcanzando más de 30 millones de toneladas, según las últimas estimaciones de la AIE. “La transición hacia una economía de cero emisiones netas significa la mayor compra de metales en la historia moderna”, resalta Benedikt Sobotka, consejero delegado de Eurasian Resources Group (ERG), uno los grandes proveedores de materias primas y minería con sede en Luxemburgo y operaciones en Kazajistán y África Central.
Demanda sin precedentes
Limitar el aumento de la temperatura media del planeta a menos de 1,5 °C, a finales de este siglo, implicará multiplicar por diez la capacidad instalada de energías renovables hacia 2050, cuando se espera que copen el 91% del mix energético, de acuerdo con las estimaciones de Irena. Además, bajo este mismo escenario, el 90% de todos los vehículos tendrán que ser eléctricos y el hidrógeno representará el 14% del consumo total de energía final. “El sector minero no está preparado para la explosión de demanda que requiere la transición verde”, comenta Przemyslaw Kowalski, economista sénior de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Los recursos dedicados a la extracción y producción no siguen el mismo ritmo de la demanda.
“Las inversiones en materiales críticos son importantes”, explica La Camera. “Pero aún son pequeñas respecto a las necesidades que requiere una economía de cero emisiones”, abunda. Irena estima que el gasto en extracción y exploración en el mundo debe más que cuadruplicarse respecto a los niveles actuales. El año pasado, la inversión en proyectos relacionados con los minerales críticos alcanzó los 40.000 millones de dólares, un 30% más respecto al ejercicio anterior, de acuerdo con la AIE. “[Empresas y gobiernos] están tomando mucha más conciencia sobre la importancia en el suministro de estas materias primas”, comenta Patricia Bingoto, analista sénior de McKinsey & Company. Pero aún falta un esfuerzo adicional. Según un análisis realizado recientemente por esta consultora, las inversiones en minería, refino y fundición deberán aumentar aproximadamente entre tres y cuatro billones de dólares para 2030 (alrededor de 300.000 a 400.000 millones de dólares al año), incluyendo los gastos de capital para exploración y nuevos proyectos. “Eso representa un aumento del 50% en comparación con las inversiones que se materializaron entre 2010 y 2020″, explica Bingoto.
Las necesidades de minerales serán monumentales. El litio, las tierras raras, el cromo, el cobalto, el titanio, selenio y magnesio registraron las mayores expansiones en el volumen de producción en la última década, que oscilaron entre el 33% (para el magnesio) y el 208% (para el litio), detalla un estudio de la OCDE. Incluso estas cifras palidecen en comparación con los aumentos proyectados que van de cuatro a seis veces más, dependiendo del elemento, para satisfacer la demanda que requiere la transición verde. “Y no solo se trata de una cuestión de más dinero”, afirma Bingoto. La capacidad laboral deberá aumentar entre 300.000 a 600.000 profesionales especializados en minería, lo cual podría ser desafiante, destaca la experta de McKinsey & Company.
Una escasez de materias primas —como el litio, el cobre o las tierras raras— es una de las mayores amenazas que podría retrasar el cambio de modelo. Hace un par de años, la AIE ya había advertido sobre la creciente demanda de minerales y cómo esta podría estar en riesgo ante la falta de inversiones. A esta voz de alarma se habían sumado diversos bancos y consultoras. Hoy, sin embargo, la agencia internacional es mucho más positiva sobre el desarrollo de proyectos y el suministro. Si todas las inversiones y planes contemplados hasta el día de hoy se ejecutan, entonces la cantidad de materiales debería ser suficiente para mantener las promesas climáticas hacia 2030, advierten los expertos de la AIE. El camino no está libre de baches.
Estrés hídrico
Una ampliación de la oferta también requiere meter el acelerador en los trámites administrativos, un despliegue oportuno de infraestructuras, así como la disponibilidad de mucha más energía (verde, de ser posible) y recursos hídricos adecuados. Por ejemplo, tan solo para producir una tonelada de litio, según BloombergNEF, se pueden necesitar alrededor de 70.000 litros de agua. Si se considera que el 50% de las minas de este material, de acuerdo con Irena, están en áreas de estrés hídrico (como, por ejemplo, el “triángulo del litio”, una región delimitada por las fronteras de Argentina, Bolivia y Chile donde están el 65% de las reservas mundiales de este elemento), entonces el mundo tiene un reto titánico por resolver.
“Estamos en una carrera contrarreloj”, afirma Cameron Perks, analista de Benchmark. “La gran cantidad de dinero que debe gastarse requiere de tiempo para que un proyecto se apruebe y después se despliegue”, añade el experto de la consultora que ha cifrado en 116.000 millones de dólares hacia 2030 las inversiones necesarias en la industria del litio para cumplir con los objetivos. Ese dinero debe destinarse a la construcción de nuevas minas y refinerías, así como a la expansión de los activos existentes. “Las empresas no quieren apostarlo todo en una sola partida”, resalta. “Ello significaría inundar el mercado con litio demasiado rápido. Y quieren lanzarlo lentamente para maximizar su retorno”.
“Hemos empezado a ver un aumento en la inversión, pero gastar más no es como presionar un interruptor. Hay plazos para poner en marcha nuevas minas”, añade Michael Widmer, jefe de investigación de metales en BofA Global Research. “En promedio, se necesitan ocho años para que pueda empezar a funcionar una mina, por lo que el aumento del gasto ahora es poco probable que tenga un impacto inmediato”, destaca. Y a pesar de que los planes y las inversiones siguen en aumento, las amenazas sobre un desabastecimiento aún no se han mitigado del todo. La alta volatilidad en los precios, los cuellos de botella en la cadena de suministro y los conflictos geopolíticos representan también un peligro para una transición energética rápida y segura. En caso de que el mundo ingiera los ingredientes de este cóctel emponzoñado, se tendrán dos escenarios posibles. “O bien se retrasa el fin de la transición o esta se vuelve más costosa”, comenta Tae-Yoon Kim, de la AIE.
Ello no significa que haya una escasez actual, asegura La Camera. “Las reservas de materiales críticos son abundantes”, expresa el máximo representante de Irena. Pero las oportunidades de ser beneficiados con el maná de recursos y proyectos que implicará la transformación de la economía no es igualitaria. La exploración del proceso de refinado y el procesamiento de los materiales críticos está bajo el control de un puñado de actores. Un 70% de la extracción de cobalto depende de la República Democrática del Congo. En el níquel son tres los principales productores: Indonesia, Filipinas y Rusia, con dos tercios de la tarta. Y en el caso del litio, Australia, Chile y China acaparan más del 90%. No solo eso. La industria minera es un negocio de grandes corporaciones multinacionales y empresas controladas, en algunos casos, por el Estado, que en conjunto constituyen un oligopolio. Por ejemplo, en el mercado del litio cinco principales firmas— Albemarle (EE UU), Sociedad Química y Minera de Chile, Pilbara Minerals (Australia), Allkem (Argentina) y Tianqi Lithium (China)— controlan el 61% de la producción. En el caso del cobalto otros cinco jugadores tienen el 56% de la tarta: Glencore (Suiza), CMOC (China), Eurasian Resources Group (Kazajistán), Gécamines (República Democrática del Congo) y Vale (Brasil).
El procesamiento de materiales críticos también está en manos de un grupo selecto de países. Las posiciones dominantes las ocupan Australia (litio), Chile (cobre y litio), China (grafito, tierras raras), Indonesia (níquel) y Sudáfrica (platino, iridio). Esta concentración es más pronunciada en el caso de ciertos minerales. China actualmente es responsable del 100% del suministro refinado de grafito natural (indispensable en las baterías de los vehículos eléctricos) y disprosio (un elemento de tierras raras), del 70% del cobalto, y casi 60% del litio y manganeso (utilizado en las baterías recargables). “Durante el proceso de globalización, Occidente ha abandonado grandes sectores de materiales básicos y China llenó ese vacío. Por lo tanto, el país asiático domina la producción de los minerales esenciales para la transición energética”, destaca Widmer, de BofA Global Research.
Y además ha expandido su dominio más allá de sus límites territoriales a golpe de talonario. De acuerdo con el estudio China Global Investment Tracker del American Enterprise Institute, la inversión extranjera directa del gigante asiático en el sector metalúrgico asciende a más de 175.000 millones de dólares en el periodo 2005-2023. Australia es uno de los destinos favoritos de China, pero también la República Democrática del Congo (donde controla 15 de las 17 minas de cobalto), Perú (el segundo productor de cobre del mundo, después de Chile) e Indonesia (el líder en la producción de níquel). “Es indudable la ventaja que tiene China”, comenta Chris Heron, experto en Eurometaux (European Metals Association). “Su dominancia en la cadena de suministro es una preocupación geopolítica importante para la transición energética de Europa”. Cuando hay una concentración, explica Tae-Yoon Kim, de la AIE, cualquier tipo de evento (desastres naturales, disputas comerciales, eventos geopolíticos) puede incidir en el suministro y en los precios. “La diversificación es crucial en este sentido”, agrega.
El gigante asiático sabe que tiene la sartén por el mango y en el pasado ha utilizado esa ventaja a su favor. En 2010, por ejemplo, detuvo las exportaciones de tierras raras a Japón dos meses por una disputa pesquera. Y a pesar de las advertencias sobre su creciente poderío, el gigante asiático sigue avanzando. Sus inversiones en la extracción de litio podrían darle casi un tercio del suministro mundial a mediados de la década, según UBS. Hoy, controla un 15% del mercado.
Territorios inestables
En los últimos dos años, las compañías chinas han invertido 4.500 millones de dólares en la adquisición de participaciones en casi 20 minas de litio, la mayoría de ellas en América Latina y África, según The Wall Street Journal. Estas inversiones están en naciones como Malí, donde se enfrentan a desafíos de seguridad debido al terrorismo; Nigeria, donde una junta militar mantiene el poder tras el golpe de Estado de hace un par de semanas, y México o Chile.
Ante este escenario, diversos países buscan asegurarse un buen suministro de minerales mediante una ola de nuevas políticas económicas. Entre dichas iniciativas están la Ley de Materiales Críticos de la UE, Inflation Reduction Act, de EE UU (que remodelará las cadenas de suministro de baterías y minerales críticos), la Estrategia de Minerales Críticos de Australia y la Estrategia de Minerales Críticos de Canadá, entre otras. La AIE ha identificado casi 200 regulaciones en todo el mundo, 100 de ellas publicadas en los últimos años.
Algunas de estas intervenciones tienen implicaciones para el comercio y la inversión, y otras han incluido limitaciones a la exportación o importaciones. La OCDE cree que este tipo de acciones han aumentado cinco veces desde 2009 en todo el mundo. Indonesia, por ejemplo, ha prohibido la exportación de mineral de níquel para fomentar su cadena de valor intermedia, y está considerando una posible prohibición de exportación para la bauxita, el estaño y el cobalto. Namibia (un productor pequeño de litio) y Zimbabue (que extrae oro y platino) están siguiendo estrategias similares. A estas se suman la decisión del Reino Unido de imponer aranceles adicionales del 35% a las importaciones de cobre, plomo, níquel, aluminio primario y aleaciones de aluminio de Rusia o la de EE UU, que han introducido un tributo adicional de importación del 200% sobre el aluminio ruso.
Porque a pesar de la invasión en Ucrania, los metales críticos, procedentes de Rusia, han evitado las sanciones. En su lugar se han introducido derechos y aranceles de importación. Por ejemplo, el gigante ruso Norilsk Nickel, un proveedor clave de níquel y paladio, ha quedado exento de cualquier tipo de sanción. Además, el país sigue adelante con sus proyectos. Entre ellos, Udokan (Siberia), que pretende ser la mina de cobre más grande de ese país, y que comenzará a operar este año. Su mercado objetivo es China y la India. “Ningún país puede satisfacer su demanda de todos los materiales críticos”, dice La Camera. “Los mercados son pequeños y no elásticos no solo por las concentraciones geográficas, sino también por muy pocas empresas. Esto debe cambiar para satisfacer los volúmenes anticipados y la resiliencia requerida”, concluye.
Europa tiene un problema serio
La invasión rusa de Ucrania y la crisis energética resultante ha puesto a Europa frente al espejo, evidenciando su adicción al gas ruso. Hoy, el continente busca, a marchas forzadas, nuevas fuentes de energías limpias, pero este viraje lo puede llevar a embarcarse a nuevas dependencias. Para crear una turbina eólica, un panel solar o un coche eléctrico, por ejemplo, el Viejo Continente tiene que comprar al exterior el 99% de tierras raras a China, el 93% del magnesio (importante para la electrónica y fabricación de acero), el 83% de niobio (un superconductor) a Brasil, el 86% del cobalto a la República Democrática del Congo, Finlandia y la Guayana Francesa, y el 100% del litio a Chile y EE UU. Hasta hace no mucho, Rusia contribuía con aproximadamente un 4% del litio que se consumía en la zona.
“La UE nunca será autosuficiente en el suministro de tales materias primas y seguirá dependiendo de las importaciones para la mayoría de su consumo”, ha reconocido en reiteradas ocasiones la Comisión Europea. Pero mientras la región intensifica sus aspiraciones sostenibles, su nivel de dependencia también va en aumento. La Comisión, a través de la Ley de Materias Primas Críticas, quiere que en 2030 al menos el 65% del consumo anual de cada materia prima estratégica venga de un único país de fuera de la UE; además, su objetivo es que el 10% de la demanda de minerales esenciales se cubra con explotaciones de la región y un 15% provenga del reciclaje.
“Dar ese salto requiere de una inversión inmensa”, asegura Sobotka, consejero delegado de Eurasian Resources Group y copresidente de la Global Battery Alliance. “Históricamente, Europa ha estado ligeramente rezagada en la carrera para explorar, explotar y producir los minerales estratégicos esenciales para la transición hacia la energía verde, como el litio, el cobalto y los elementos de tierras raras”, agrega. Hoy, las naciones europeas avanzan para reducir esa brecha. Por ejemplo, en Noruega se ha descubierto un importante depósito de roca de fosfato (que puede tener aplicaciones indirectas en la industria de los vehículos eléctricos) y en los que se depende completamente de Marruecos (un 24%), Rusia (20%) y Finlandia (16%). Aunado a ello, en Cornwall, en el Reino Unido, se desarrolla un proyecto conjunto entre la minera francesa Imerys y el grupo de extracción British Lithium, que debería impulsar el suministro de este mineral en Europa. En otros países como Alemania, Portugal, Suecia y España, también se han lanzado a la búsqueda de algunos elementos claves para la transición ecológica.
“Es necesario que los permisos se aceleren, porque su proceso es bastante largo y engorroso”, argumenta Chris Heron, experto en Eurometaux. La Comisión Europea ha propuesto plazos de aprobación de 24 meses, como máximo, para proyectos mineros estratégicos, y de 12 meses los de refinación y reciclaje. En el continente —donde existe una importante conciencia ecologista y donde el término NIMBY (not in my back yard, no en mi patio trasero) ha calado en una parte de la sociedad—, el plazo para que pudiera arrancar una mina podía llevar hasta 15 años. “Veremos cómo funciona la nueva regulación, pero es realmente necesario que se avance rápidamente”, concluye Heron.