El tráfico negrero a Brasil y al resto de América fue negocio tan inhumano como gigante que podía ser exageradamente rentable. Implicaba inversores, compañías aseguradoras o capitanes de navío que llevaban la contabilidad. Uno de ellos anotó, tras atracar con la carga humana en Río de Janeiro en mil setecientos sesenta y dos, los ingresos por la venta de los africanos traídos por fuerza, descontó el valor de los cautivos fallecidos a lo largo de la travesía, y, en el capítulo de gastos, incluyó el transporte marítimo, su salario, la paga al sacerdote que bautizó a 5 cautivos, “la alimentación de los esclavos durante 76 días, a 60 reales al día y la comisión de venta, un 6%”, conforme se narra en Escravidão, una premiada trilogía sobre aquel atroz periodo. El tráfico negrero llegó a ser uno de los pilares de la economía brasileira. Siglo y medio tras la abolición, el Ministerio Público Federal brasileiro termina de abrir un caso para investigar la responsabilidad del Banco de Brasil (BB) en la compra y venta de humanos.

El Banco de Brasil es una de las marcas más conocidas del país, la cuarta entidad de ahorro. Omnipresente. De titularidad mixta, (el Gobierno tiene el setenta% de las acciones), cuenta con setenta y cinco millones de clientes del servicio (una tercera parte de la población) y sucursales por prácticamente todos los rincones del país. Más de la mitad de los doscientos tres millones de brasileiros desciende de los 5 millones de africanos secuestrados en África que fueron trasladados a la otra ribera del Atlántico en navíos negreros (en Estados Unidos son solo el trece%).

La iniciativa de examinar este capítulo de la historia del banco partió de un conjunto de historiadores. Estudiosos expertos en la esclavitud más que en esta entidad de ahorro fundada en mil ochocientos ocho, que nació poco tras la llegada de la Corte portuguesa a Brasil. Muchos de los primeros que aportaron fondos para crear el BB eran traficantes de africanos que, a cambio de su apoyo, recibían títulos nobiliarios. Fue sobre todo desde mil ochocientos treinta, cuando Brasil presionada por Inglaterra prohibió la compra y venta de africanos, que el negocio se volvió más rentable y aumentó exponencialmente su tamaño con la aquiescencia del imperio.

Grabado publicado en Londres en 1830 de las secciones de un barco esclavista brasileño.
Grabado publicado en Londres en mil ochocientos treinta de las secciones de un navío esclavista brasileiro.R. Walsh (Arquivo Nacional do Brasil)

El Ministerio Público Federal, que en Brasil ejercita asimismo las funciones de defensor del pueblo con la misión de velar por los derechos humanos, velar por la memoria o combatir el racismo, de forma inmediata recogió el guante. Analizada la petición de los académicos, a fines de septiembre abrió una investigación, paso al que dio una extensa difusión, y convocó al Banco de Brasil a una asamblea el próximo día veintisiete. También están convidados al encuentro los ministros de Igualdad Racial y de Derechos Humanos del Gobierno que encabeza Luiz Inácio Lula da Silva, aparte de ciertos historiadores. El Banco de Brasil de manera rápida se puso a predisposición de los estudiosos para “acelerar el proceso de reparación”.

Uno de los historiadores es Thiago Campos, estudioso del laboratorio de historia oral de la Universidad Federal Fluminense. Explica al teléfono que “cualquier institución brasileña del siglo XIX estaba directa o indirectamente relacionada al tráfico de personas o a la esclavitud”. Agrega que el banco fue escogido pues es de las pocas instituciones nacidas en aquella temporada que aún existe, si bien padeciera múltiples refundaciones durante estos más de dos siglos. “Este es un debate que ya existe en otros países y nosotros vamos muy atrasados”, apunta, ya antes de agregar que en Brasil “se normalizó” el capítulo esclavista “sin cuestionar en todo este tiempo que el banco que lleva el nombre de nuestra nación fuera fundado sobre la esclavitud”.

Detalla el historiador que, en mil ochocientos cincuenta y tres, el primordial accionista privado del Banco de Brasil era uno de los mayores traficantes de africanos, José Bernardino de Sá, que “desembarcó a más de 20.000 personas [en puertos brasileños] en más de 50 viajes”. Eran tiempos en los que una sola travesía podía traducirse en una fortuna siempre que la mayor parte de la carga humana subsistiera al viaje.

Para ahorrar, los traficantes limitaban las raciones de comida de los esclavos a lo largo del viaje marítimo y en los días finales la aumentaban. También cubrían de aceite el cuerpo de los africanos. Todo con el propósito de que, al atracar, aquellos hombres y mujeres estuviesen más fuertes (o menos enclenques), mostraran mejor aspecto y poder venderlos a mejor coste, conforme cuenta Escravidão. El magnate De Sá era uno de los hombres más ricos del imperio, patrón de un teatro y dueño de fincas.

La sede del Banco do Brasil en Brasilia, en octubre de 2019.
La sede del Banco do Brasil en Brasilia, en el mes de octubre de dos mil diecinueve.Adriano Machado (Reuters)

Julio Araujo, uno de los miembros del Ministerio Público, que firmó la resolución de abrir esta investigación explica que el propósito prioritario es abrir la discusión: “Este es un tema muy importante, crucial, que tiene que entrar en la agenda publica, en el debate”, afirma por teléfono. Tras los contactos entre el banco, el ministerio público y los historiadores, el objetivos de los estudiosos es ampliar el foco para agregar a los movimientos de activistas negros y al resto de la sociedad. Araujo remarca que el final de este proceso no está aún escrito: “No sabemos si el banco va a reconocer violaciones, si va a pedir perdón, si va a profundizar en la investigación de su historia. La prioridad ahora es colocar el tema en la agenda”.

Al historiador Campos le ha sorprendido agradablemente la celeridad y la predisposición con la que la entidad respondió a la apertura del caso. “El Banco de Brasil tiene capacidad de recontar su historia, de investigar sus archivos, y participar así en la reconstrucción de ese pasado borrado de nuestra historia”.

Mercedes Cruz Ocaña