“Imprescindible dominio del inglés”. Casi todos y cada uno de los anuncios para puestos especializados requieren el conocimiento hablado, e inclusive escrito, de la lengua de Shakespeare. Y es que el inglés se ha transformado en la lengua franca de los negocios, las finanzas, el turismo, la ciencia, la tecnología, la medicina, el cine, la música popular, los organismos internacionales, los medios sociales digitales y el deporte, entre otros campos. Es simplemente consecuencia de la lengua hablada por la potencia hegemónica global, tras las guerras napoleónicas, el Reino Unido y Estados Unidos, tras la Segunda Guerra Mundial.

Es de más conocido que la población de España tiene uno de los niveles más bajos de conocimiento del inglés en nuestro ambiente europeo, así como Italia. Sin embargo, no se trata de un mal mediterráneo o del sur de Europa, pues Portugal, Grecia y los Balcanes nos superan extensamente. Ni tampoco podemos culpar al promuevo del bilingüismo en determinadas comunidades autónomas, pues el País Vasco, Galicia y las zonas más urbanas de Cataluña exhiben niveles superiores de conocimiento del inglés que los de la media de España.

El inconveniente conlleva ciertas consecuencias dañinas. Por un lado, las compañías se quejan de la carencia de preparación de los aspirantes a puestos. Nuestras multinacionales se ven limitadas en el momento de invertir en el extranjero por la escasez de personal directivo formado en idiomas. Por el otro, las faltas de la educación primaria y secundaria se han traducido en un incremento insólito del gasto de las familias en profesores particulares o en academias —por término medio, de unos setecientos euros al mes— sobre todo para fortalecer el aprendizaje de matemáticas, lengua castellana e inglés. Huelga apuntar que, pese al acceso universal a la educación como derecho constitucional, las desigualdades sociales se reproducen y amplían por motivo de un gasto que no se halla al alcance de todas y cada una de las familias. Según el INE, la mitad de los hogares españoles con menores dependientes de dos o más adultos ingresan menos de mil doscientos cuarenta y uno euros al mes, cantidad que se reduce a ochocientos cincuenta euros si únicamente hay un adulto. Una estimación aproximada del gasto agregado se ubica en el ambiente de los setecientos.000 millones de euros. Se ha transformado ya en un ritual el que, a la vuelta del verano, las familias con suficientes recursos empiecen a planear las actividades extracurriculares y de refuerzo académico de sus descendientes.

En lo que concierne al aprendizaje del inglés, con frecuencia se comenta que no únicamente la proporción de la población de España que lo habla con fluidez es parcialmente baja, sino además de esto las poblaciones de Países Bajos, los países escandinavos y el este de Europa tienen “mejor acento” en el momento de expresarse. Aprender un idioma y hablarlo con buen acento requiere adiestrar el oído y desarrollar una buena dicción. Y es acá donde en España hemos cometido un fallo histórico al no exponer a la población a la lengua inglesa por medio de la T.V., el cine y la radio. Me refiero a los efectos dañinos del doblaje de películas y series. Quiero destacar el muy, muy alto nivel profesional de nuestros actores de doblaje. Pero asimismo deseo dejar bien claro que la formación de nuestra fuerza de trabajo con vistas a los desafíos que presenta la economía global del conocimiento sería superior si nos viésemos obligados desde pequeños a percibir la tele y los dibujos animados en V. O. (muy seguramente en inglés). El colmo del disparate consiste en asignar ayudas oficiales en los campos estatal y autonómico para el doblaje de contenidos audiovisuales a las lenguas cooficiales y en ciertos casos al de España.

Por tanto, urge por lo menos que se interrumpan las subvenciones al doblaje, aunque podrían convertirse en ayudas a la subtitulación. Pero creo que deberíamos dar un paso más y reducir gradualmente la proporción de contenidos originalmente en inglés que se doblan para consumo interior. Les aseguro que podríamos charlar inglés como los neerlandeses o los suecos, mas únicamente si nos sumergimos en la lengua franca global desde la más temprana edad. Como solución media, prohibamos el doblaje de los contenidos audiovisuales infantiles. Más adelante vamos a poder reducir gradualmente el doblaje de contenidos para adultos conforme esa población infantil se vaya haciendo mayor. Llega la hora de tomar una resolución. ¿Prefiere gastar miles y miles de euros al año en que cada uno de ellos de sus hijos aprenda inglés en una academia o a lo largo de un costoso viaje al extranjero?

Mercedes Cruz Ocaña