El Gobierno español ha comenzado a incorporar, por primera vez, indicadores de pobreza y desigualdad en su cuadro macroeconómico, con el objetivo de ofrecer una visión más precisa de la realidad socioeconómica del país. Este esfuerzo surge en un contexto donde la tasa de crecimiento del PIB no refleja adecuadamente la calidad de vida de los ciudadanos.
La desconexión entre riqueza y bienestar
Desde la pandemia, numerosos gobiernos en todo el mundo han reconocido que la relación entre el bienestar ciudadano y el nivel de riqueza nacional es más compleja de lo que parece. Se ha iniciado una búsqueda global por alternativas para medir el bienestar que trasciendan el PIB, reconociendo que este indicador ha demostrado ser insuficiente y, en ocasiones, engañoso.
El Producto Interno Bruto fue inicialmente diseñado como una herramienta para evaluar la capacidad de un país en tiempos de guerra. Sin embargo, su aplicación para medir la prosperidad en tiempos de paz ha dejado al descubierto varias limitaciones. Por ejemplo, actividades cruciales como el trabajo doméstico no remunerado o la valoración de la naturaleza quedan fuera de su alcance. En cambio, el PIB contabiliza la venta de productos nocivos como el tabaco, ignorando sus efectos perjudiciales sobre la salud y el bienestar.
Nuevas métricas para un nuevo enfoque
A partir de la crisis de 2008, países desarrollados empezaron a replantear sus métodos de evaluación y buscar herramientas más integrales. La ONU introdujo métricas multidimensionales para evaluar el desarrollo, y la OCDE estableció en 2011 un marco amplio para medir el bienestar. Sin embargo, no todos los países cuentan con la infraestructura necesaria para implementar estas métricas con la calidad requerida.
A medida que la sociedad evoluciona, también lo hacen las preguntas sobre cómo medir la realidad. Las estadísticas tradicionales como el PIB han sido cuestionadas por no representar adecuadamente la desigualdad y las realidades económicas de diversas comunidades. En su obra Midiendo lo que realmente importa, la economista Diane Coyle destaca cómo estos indicadores actuales a menudo pasan por alto la digitalización, el ocio y el impacto negativo de la contaminación ambiental.
La incapacidad para valorar correctamente los servicios que ofrece el capital público también plantea un desafío considerable. La directora del Instituto Complutense de Análisis Económico, Antonia Díaz, subraya que mientras los servicios de mercado se pueden cuantificar con precisión, los de no-mercado presentan un complejo enigma que aún debe resolverse.
El caso de España: desafíos y realidades
España se encuentra en una situación única, donde el crecimiento económico convive con una percepción de empeoramiento en la calidad de vida. Aunque el país ha registrado tasas de crecimiento entre las más elevadas del mundo, los indicadores de bienestar indican que la satisfacción de vida no es tan alta como era en años anteriores. En varias áreas, como las condiciones materiales y el disfrute de ocio, muchos españoles se encuentran en una situación similar o incluso peor en comparación con 2008.
A nivel internacional, Finlandia puede considerarse el país más feliz del mundo, aunque enfrenta sus propios desafíos económicos. En contraste, España ocupa el puesto 38 en el Índice Mundial de la Felicidad, reflejando una desconexión entre su aparente prosperidad económica y la felicidad de sus ciudadanos.
Aprendiendo de otros modelos
Algunas naciones han comenzado a integrar el bienestar en su planificación estatal. Irlanda, Italia y los Países Bajos, por ejemplo, han incluido el monitoreo del bienestar en su enfoque presupuestario, alineándolo con políticas públicas que impacten positivamente en la vida de sus ciudadanos. En el caso de los Países Bajos, esos informes se discuten en el Parlamento, incluyendo conceptos contemporáneos como sostenibilidad y resiliencia.
Fuera de Europa, países como Nueva Zelanda y Bután han incorporado la promoción del bienestar en sus Constituciones, priorizando el equilibrio entre naturaleza y prosperidad.
Conclusión
Mientras que el concepto de bienestar sigue siendo complicado y variado culturalmente, es fundamental reconocer su importancia para comprender las insatisfacciones sociales. Este enfoque integral no solo busca abordar las necesidades inmediatas de la población, sino que también se posiciona como un antídoto contra el crecimiento de los populismos. Comprender y aplicar estas nuevas métricas de bienestar será clave para desarrollar políticas que verdaderamente mejoren la calidad de vida de los ciudadanos.
