Pese a la desgraciada y turbulenta historia de Europa en el siglo veinte, el continente se ha erigido en los últimos setenta años como una gran potencia comercial y económica, con el poder de imponer estándares de forma global. Sin embargo, es indiscutible el rezago en lo tocante al desarrollo de empresas tecnológicas en comparación a gigantes como Estados Unidos o China.
Resulta cuanto menos curioso que en Europa no hayan surgido empresas de la escala de los gigantes estadounidenses y asiáticos cuando aparentemente contamos con un mercado único similar o mayor a estas zonas. Sin duda, esta falta de presencia señalada en el escenario tecnológico mundial es multifactorial.
En primer sitio, Europa ha sido de forma tradicional famosa por su enfoque en la diversidad cultural y la protección de la privacidad de sus ciudadanos -un punto con muchos partidarios y opositores-, que ha derivado en una regulación más estricta en lo que concierne a la protección de datos y seguridad cibernética.
Las normativas como el Reglamento General de Protección de Datos (GDPR) han aumentado la dificultad y los costos asociados al manejo de datos en Europa. Y aunque esto es valioso para resguardar los derechos individuales, asimismo ha limitado el desarrollo de empresas tecnológicas cuyo negocio se centra en la colección y analítica de datos.
Además, el continente se ha enfrentado a lo largo de años a retos en lo que se refiere a la financiación y el apoyo empresarial en el campo tecnológico motivado, primordialmente, por la menor madurez del capital peligro con respecto a Estados Unidos y China. Aquí ya se han hecho los deberes y cada vez estamos más cerca de estas potencias.
El primordial reto es que en numerosas industrias el mercado único dista mucho de ser único, con numerosas barreras que los emprendedores solo descubrimos cuando llega el instante de internacionalizar los proyectos. Pese a ser un mercado de más de cuatrocientos millones de personas, la realidad es que habitualmente se trata de veintisiete, ciertos medianos y otros pequeños que fuerzan a las compañías a amoldarse a las particularidades regulativas de cada país en frente de Estados Unidos cuyo mercado cubre una población superior a los trescientos treinta millones de personas.
Un claro ejemplo que conozco en detalle como CEO de una plataforma de inversión es la diferente postura de los reguladores por los pagos por flujo de órdenes (PFOF por sus iniciales en inglés). Los pagos por flujo de órdenes son un servicio por el que las plataformas de inversión reciben comisiones de centros de ejecución como pueden ser los ‘market makers’ a cambio de mandarles órdenes de sus clientes del servicio en vez de remitirlas a los primordiales mercados. Muchas veces este modelo es publicitado como gratis cuando realmente no lo es, llegando aun a costarle más dinero de manera indirecta a los inversores que otras formas de inversión tradicionales.
Lo es cierto que este modelo no es exactamente el más transparente, y específicamente en España y otros países no cuenta con el asentimiento de la CNMV. Sin embargo, neobrókeres de otros países europeos defienden este género de operativa y aseguran que se trata de un modelo plenamente ventajoso para sus usuarios.
Sin entrar a discutir si es ventajoso o no de cara al usuario final, la realidad es que empresas europeas compiten entre sí con regímenes diferentes, creando incentivos para embarcarse en arbitraje regulativo y poniendo en una situación de desventaja a las compañías que no pueden o no desean efectuarlo.
Aunque se prosigue procurando aunar, y existen propuestas para quitar esta práctica por la parte de la Comisión Europea, no es un proceso ágil y múltiples países están procurando que la nueva legislación no llegue a buen puerto o deje ciertas salvedades. Si ciertos países dejan los PFOF y otros los limitan o prohíben, se produce una desigualdad entre plataformas y seguiremos teniendo múltiples mercados fragmentados sin una convergencia real, por lo que el potencial de desarrollo de las compañías tecnológicas proseguirá siendo inferior a los equivalentes de otros continentes.
En conclusión, la creación de un marco único que deje a los países europeos regirse sobre un mismo paraguas legislativo es un factor clave para el desarrollo y la innovación del continente, que requiere poco a poco más de una mayor independencia tecnológica y energética.
Los cimientos para hacerlo los tenemos: una gran base de talento y una conciencia de la necesidad del emprendimiento poco a poco más palpable en la sociedad europea. Si logramos crear un mercado único real conveniente a ese emprendimiento vamos a ser capaces de agilizar el proceso de conversión a una Europa tecnológicamente renovadora, puntera y con un parque empresarial referente a nivel del mundo.
***Ramiro Martínez-Pardo es cofundador y CEO de HeyTrade.
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