Uno de los jalones vitales que aún recuerda Cirilo es aquella entrevista con María Teresa Campos a inicios de los años noventa. Su nubosa memoria la sitúa ahora en lo alto de un edificio: realmente, se grabó en el plató de ‘Día a día’, el programa de TVE que conducía entonces la sempiterna reina de las mañanas. Tampoco se le olvida la que tuvo con José Luis Coll en Telecinco. Fue en ‘Hablando se entiende la gente’, esa suerte de ‘late night’ que igual acogía al humorista Benny Hill que comentaba los detalles del futbol con Ramón Mendoza, presidente del Real Madrid en la temporada.
Y de qué manera no mentar aquella recepción informal en mil novecientos noventa y ocho al rey retirado, Juan Carlos I, de la que guarda una copia enmarcada. O el resto apretones de manos a políticos y celebridades que se aproximaban por su guarida. Allí, Cirilo les obsequiaba su sonrisa y brindaba con el producto que le dio la fama: el Ciripolen. Esta bebida, una mezcla de miel, jalea real, polen y yerbas de la zona, circuló por diferentes esferas del panorama nacional y transformó a su inventor en un nombre coreado a los 4 vientos: “¡Ciri, échame un polen!”, titulaban múltiples publicaciones.
Cirilo Marcos, o Don Cirilo, se erigió como una figura famosa por ser el autor de la llamada “viagra española”. La poción que había elaborado en la una parte de atrás de su negocio prometía energía y vigor. Algunos aun le atribuían efectos mágicos como el antídoto a la esterilidad. Su semblante se imprimía en todos y cada envase y daba pábulo a las bondades del producto con lemas infalibles: “Si quieres hacer el amor tres veces todos los días, Ciripolen por la mañana, por la noche y a mediodía”, rezaba uno de ellos. Al autor, además de esto, se le acuñó la imagen de embajador de Las Hurdes, región extremeña donde nació todo.
Porque el origen de esta historia con propiedades afrodisiacas se cuece en Las Mestas, un pueblo extremeño de poquísimos habitantes y geografía preocupado. Este rincón del mapa era un hueco vacío en la ya desierta Comunidad Autónoma. La gente trataba de salir adelante entre construcciones precarias y trochas que conducían a otros núcleos más animados. Allí se dirigía Cirilo de joven. Junto a su padre, Anastasio Marcos, iba a la vecina Béjar, a Salamanca o a Hervás para vender sus productos de las abejas o del ganado. ‘El tío Picho’, como se apodaba su progenitor, era alguien conocido.
Anastasio era el panadero del sitio, mas asimismo quien se movía con sus colmenas y alababa en versos la “hidalguía, el honor y la hermosura” de la zona. Con 16 hijos, los progenitores de Cirilo disfrutaban de determinada situación para sostenerles en un emplazamiento que, en aquellas décadas, se caracterizaba por sus altas tasas de pobreza y de analfabetización. Bastaba con invocar a Las Hurdes a fin de que se le acompañase con el apodo de “tierra sin pan” que les acuñó Luis Buñuel en su mítica película, de mil novecientos treinta y tres.
Tierra sin pan, mas fértil
Las Hurdes, con una extensión de cuatrocientos sesenta y cinco quilómetros cuadrados, cargaban con el estigma de la miseria. En ‘La España vacía’, el escritor Sergio del Molino recoge las palabras de Miguel de Unamuno o Maurice Legendre en sus incursiones por “esta región mitológica escondida entre pliegues montañosos”. “En cualquier otro lugar, la tierra espera a que el hombre muera para apoderarse de sus despojos. Aquí la tierra los atrapa vivos”, anotó el intelectual francés. Aún hay quien lo piensa. Sin embargo, esta zona ha ido mudando su historia de leyenda despectiva por la de rincón apicultor, cuna de la miel.
Y es cuando se comienza a forjar la identidad de Cirilo. Una personalidad que atraviesa diferentes etapas hasta ese saludo borbónico o esas apariciones televisivas. El autor del Ciripolen fue el asistente de su padre desde la niñez hasta la adultez. Después, con la mili terminada, se casó con Piedad, vecina del pueblo. Y el influjo comercial de la familia le llevó al mercadeo de colmenas o de carne ya antes de oficiarse como chofer.
“He llevado gente a Bilbao, a Madrid, a San Sebastián. He hecho muchos kilómetros pero también bastante dinero. Era joven y no me importaba conducir”, declaraba Cirilo en un libro que le encargaron a una cronista para inmortalizar su historia. Se titula ‘Un emprendedor de Las Hurdes’ y se ajusta de manera perfecta a su carácter. Esa definición es la que le empujó a trabajar unos meses en un matadero de Holanda o a continuar la herencia hostelera en Alagón del Río (Cáceres), donde se instaló con sus descendientes cuando esta colonia franquista aún preservaba el apellido “del Caudillo”.
Todo, sin dejar a un lado su anhelo viajero: prosiguió con el taxi, favoreciendo el éxodo interno a otras partes con mayores esperanzas, y acabó abriendo otro establecimiento de comidas en Las Mestas. Con una propiedad que le dejó su padre, Cirilo montó la tasca que le dio el ‘Don’ de su nombre. Pegada a la iglesia de Nuestra Señora del Carmen, del siglo XVI, al lado del obrador paterno y a unos metros de la casa donde se refugió en la clandestinidad el sindicalista Nicolás Redondo, alumbró lo que sería su negocio más mediático.
[¿Por qué es tan peligroso comprar viagra en la web? Lo mejor que puede pasar es que la pastilla sea azúcar]
La fonda de Cirilo
Bar Casa Cirilo nació como un avituallamiento a quienes se venían desde Las Batuecas, por el norte y ya en la provincia de Salamanca, o por Plasencia, la ciudad más próxima de Cáceres. Allí repostaban los visitantes y allá nació ese mejunje que intentaba bienestar y brío. Su origen tiene un factor que resulta conveniente resaltar: Cirilo, merced a ese ímpetu aventurero, decidió volar unas semanas a Cuba para visitar a unos primos que vivían allí. No se le dio mal: comía en los mejores bares de la isla y siempre y en todo momento tenía a su alrededor una pandilla que le acompañaba. Pero la relación con sus allegados se torció y las faltas alimentarias de esta joya del Caribe no favorecieron.
Al regresar, Cirilo se sentía cansado. Los factores de los análisis no eran buenos y optó por lo familiar. En sitio de tener que ir periódicamente al ambulatorio más próximo, y observando de qué manera los niveles de colesterol o ácido úrico se le habían disparado, decidió probar con sus ingredientes. En una olla puso a hervir plantas, miel y leche. Le salió un batido reconstituyente. Y comenzó a glosar sus ventajas entre los paisanos. Sin ánimo de lucro. De vez en cuando, servía un vaso por doscientos pesetas (uno con veinte euros) que ciertos aderezaban con unas gotas de whisky.
Hasta que esta ambrosía local se extendió. Cada vez eran más quienes se arracimaban en la barra para chillarle eso de “Ciri, échame un polen” que llegó a las redacciones de Madrid, Barcelona o Galicia. Al dueño de esta bebida le comenzaron a llamar de periódicos, radios y teles. Él se embarcaba sencillamente de vira con su producto y repartía lingotazos hasta en discos o garitos donde dejaban un espacio para su ‘stand’. El nombre se lo prestó un amigo chileno y le sirvió para poner en el mapa a Las Hurdes sin connotaciones negativas.
El bar era, conforme resume su hija Sonia -la menor, de cuarenta y ocho años- un sitio “de peregrinación y confesión”. Ella es quien radica allá ahora con su pareja y lo abre en verano. Además, guía la charla de Cirilo, algo encapotada a los ochenta y nueve años. Según recuerda, se extendieron sus beneficios cuando aún no había un “bum” del turismo: “Me vi desbordado. Tuve que llamar a unas chicas del pueblo para que me ayudaran. Ellas lavaban las botellas que tenía vacías para llenarlas con el Ciripolen que elaboraba en grandes cantidades para satisfacer la enorme demanda”. Se resaltaron sus cualidades estimulantes y había quien le confesaba sus trabas en la alcoba o quien asistía tal y como si fuera un médico.
[La verdad sobre los alimentos afrodisíacos: esto es lo que mejora realmente la vida sexual]
La fórmula del polen
Se hizo eco en todo el territorio nacional y aparecieron los conocidos documentales que anunciaban cosas como esta: “Cirilo Marcos, un taxista de Las Hurdes, presenta un afrodisiaco con el que los hombres se suben por las paredes”. El fenómeno era irrefrenable. “Había un obstáculo, y es que tenía que registrarlo y llevarlo por el cauce legal. Así que estuvo buscando empresas para el embotellado y la fabricación. Además, había mucha gente por la zona que estaba detrás de la fórmula para patentarlo”, especifica Sonia.
Poco a poco lograron ampliar el cupo. Se asociaron con una envasadora y el Ciripolen aterrizó en los anaqueles de tiendas ‘gourmet’ fuera de Extremadura o hasta en las camisetas del Rayo Vallecano: la marca de Don Cirilo fue el patrocinador de este equipo madrileño en la época noventa y dos-noventa y tres. “A todo el que lo probaba le sentaba bien. Y las mujeres se me abrazaban, me achuchaban”, agrega el inventor como resumen a aquel periodo. Después, la demanda y ciertos imprevisibles con los asociados hicieron que se desinflase. Algunos lo tacharon con la máxima ‘morir de éxito’. Sonia lo contesta con una afirmación implacable: “No morimos de éxito porque ni hemos muerto ni tuvimos éxito”.
Ciripolen logró ser una enseña de Las Mestas y, por lo tanto, de Las Hurdes. Gozó de un apogeo esencial que se ha sostenido modestamente y que ahora está en proceso de reconstrucción. Mientras el creador divaga sobre los efectos de la miel de encina, de la jalea o de su brebaje, sus descendientes tratan de renovar la web, hacer envíos y afianzar su nicho. Le han añadido algo de alcohol a fin de que se conserve mejor y se mueven con la calma de quien solo pretende que se conozca y se prosiga el legado. “Eso es lo importante, porque nunca nos hicimos ricos ni nos arruinamos”, sentencia Sonia.
Lo bonito, añade la hija, es que Ciripolen “ya es parte de la cultura popular”. Algunos se habrán olvidado, otros aún se imaginarán consultando a Cirilo tal y como si fuera un chamán del sexo. “Lo que siempre fue es eso: un emprendedor, un inventor, un buscavidas”, describe su hija. Los retratos con autoridades o los carteles de promoción dan una fe indeleble de esos rasgos, y su protagonista lo tiene claro: “Ya me he movido por todos los sitios, ahora solo me falta una escalera para subir al cielo”.
Lo va a poder hacer canturreando la canción que le compuso Pepe Extremadura: “Suelen decir las mujeres / que en las cuestiones del amor / no es más hombre el que más tiene, / sino el que cumple mejor. / Mas cuando ven que al esposo / la “cosa” comienza a fallar, / no aguantan el reposo / y solicitan más cantidad. / ¿De qué? ¿De qué? / ¡De Ciripolen! ¡De Ciripolen! / Hay que ver de qué manera se ponen / los que toman Ciripolen”.
Sigue los temas que te interesan