La creciente promoción de pensiones privadas en Europa, presentada como la solución mágica frente a las caídas en las Bolsas, el deseo de estimular el emprendimiento y la creciente carga del gasto público derivado del envejecimiento de la población, está lejos de ser la respuesta a los problemas económicos actuales. Este sistema no solventará los desafíos que enfrenta una economía donde el poder adquisitivo se concentra cada vez más en las manos de los mayores.
Un cambio demográfico preocupante
La ONU advierte que la población europea de entre 20 y 64 años podría reducirse en un 31% hacia 2100, mientras que la esperanza de vida elevará en un 21% a quienes superen los 65 años. Proyecciones del National Transfer Accounts (NTA) estiman que, para ese año, los mayores consumirán el 57% de lo que se produce en la economía, comparado con solo un 30% en la actualidad. En América del Norte, la cifra ascenderá del 25% al 52%.
Sin embargo, las políticas para promover un mayor tiempo de trabajo se estancan en países como Francia y Alemania, creando un panorama presupuestario complicado. En naciones como Francia, Alemania, Italia y España, más de dos tercios del ingreso de las personas mayores proviene de transferencias financieras que dependen de los trabajadores y no de ahorros personales. Estos modelos, inspirados en el canciller Otto von Bismarck, a menudo resultan insostenibles, con compromisos fiscales que superan cuatro veces el PIB anual.
El giro hacia las pensiones privadas
Ante este escenario, el Centro de Política Europea y el Tribunal de Cuentas Europeo abogan por impulsar las pensiones privadas apoyadas por empleadores. La UE lanzó en 2022 un plan de pensiones personal paneuropea y busca fomentar la inscripción automática de trabajadores, aunque la aceptación ha sido moderada.
La propuesta sugiere que los sistemas estatales de pensiones comiencen a asemejarse a los modelos de Dinamarca, Países Bajos y Reino Unido, donde se privilegian pensiones universales y planes de ahorro privados. Estos países han acumulado activos financieros sustanciales para la jubilación, aunque muchos inicialmente ofrecían “prestaciones definidas”, corriendo el riesgo de déficits en épocas de bajo rendimiento. Con el tiempo, han cambiado hacia esquemas de “contribución definida”, donde la pensión se basa en el rendimiento de inversiones, garantizando así una sostenibilidad fiscal.
La limitación de una métrica económica
No obstante, la sostenibilidad financiera resulta ser una métrica insuficiente para abordar los problemas a futuro. El razonamiento a favor de fondos de pensiones privados se basa en una analogía engañosa entre individuos y el estado. A nivel personal, el ahorro asegura tranquilidad en la jubilación, pero no se puede aplicar la misma lógica a la economía nacional.
Los activos financieros, como acciones y bonos, tienen valor porque representan derechos sobre la futura actividad económica. Sin embargo, en una sociedad con una población envejecida, la disminución en la proporción de trabajadores puede hacer que esos derechos se devalúen. La discrepancia entre jubilados y trabajadores podría resultar en caídas de precios de activos o en un aumento de la inflación, lo que podría restringir el verdadero valor de los ahorros privados.
Los economistas sugieren que naciones con mayores tasas de ahorro podrían ver un incremento en la productividad, logrando así un círculo virtuoso que beneficia a los jubilados. Sin embargo, el ahorro no siempre se traduce en más inversión. Si los hogares reducen su gasto y las empresas ven disminuir sus ingresos, los recortes en inversión podrían ser inevitables, sin importar el tamaño de las huchas de jubilación.
Desigualdad y el futuro de las pensiones
Los datos demuestran que donde las pensiones públicas son escasas, la desigualdad de ingresos entre mayores es alarmante. Los sistemas privados, además, pueden estar sujetos a altas comisiones de gestión y no resuelven la necesidad de subsidios para la población mayor, dado que la capacidad de inversión es desigual. En muchas economías desarrolladas, el 10% de los hogares más ricos controla más del 50% de la riqueza.
Una alternativa viable podría ser adoptar modelos como el Plan de Pensiones de Canadá, que combina sistemas de reparto con pensiones financiadas, o implementar esquemas de reparto como en Australia, ajustando beneficios fiscales si el ahorro privado es excesivo.
El rediseño del sistema de pensiones es inevitable, pero la prolongación de la vida laboral es un aspecto que no se puede ignorar. Aunque se busque un equilibrio financiero, el hecho de que los mayores consuman una parte tan significativa de la economía plantea un reto que requiere atención urgente.
