¿Quién no ha oído charlar de Bitcoin a esta altura?

Noticiable hasta el extremo por los bandazos de vértigo en su cotización, floreció tras su estela una enorme lista de criptomonedas que han tenido diferente fortuna. Si suprimimos el lógico humo tras las criptomonedas y los estafadores, lo que queda como esencia es una forma nueva de dinero que ha venido para quedarse.

Este nuevo dinero es etéreo, intocable, virtual. Un apunte de bits en algún sitio de la nube. Y esto provoca no pocos inconvenientes a los mortales para imaginar de qué forma marcha algo distribuido (sin supeditación a un poder central) bajo la conocida cadena de bloques (véase El BitCoin y la desintermediación, de Rafael Caballero).

Las ventajas del dinero digital son innegables: posibilidad de pago a nivel del mundo (sin un punto central de fallo), con menores comisiones, veloces y fiables sin la necesidad de intervención de un tercero (el banco). Su intangibilidad asimismo es útil en lo que se refiere al peso, no hay que transportarlo de un sitio a otro y no se echa a perder si se moja o se quema el papel que lo representa.

¡Bendita criptografía! Con sus algoritmos basados en funciones difícilmente reversibles nos ofrece garantías esenciales como la no perturbación de mensajes a través de funciones de resumen (hash), la firma digital, la no repudiación o la encriptación de mensajes para su lectura solo por el receptor escogido. Sin esta base, el dinero digital no sería posible.

Tanto éxito debe representa, al tiempo, una ocasión y una amenaza para los bancos centrales de todo el planeta.

Por eso el Banco Central Europeo, la Reserva Federal de Norteamérica y sus equivalentes bancos centrales en China y Japón, por refererir los más relevantes, se están lanzando con prisa a arrancar pilotos de lo que va a ser su equivalente moneda digital. Aplicando la máxima bien conocida: “Si no puedes con tu enemigo, únete a él” o mejor dicho, reemplázalo por algo alternativo, van a dar sitio al euro-digital, al dólar-digital, etc.. A todas y cada una estas monedas digitales emitidas por sus respectivos bancos centrales se las llama de modo genérico Monedas digitales de Bancos Centrales (por sus iniciales en inglés CBDC).

La emisión de estas monedas empezará con exactamente el mismo valor nominal que su homónima física. Y va a ser así hasta el momento en que los bancos centrales decidan que ya carece de sentido sostener el dinero físico. Por ejemplo, en Suecia el valor del efectivo en circulación se ha reducido al 1% de su PIB, hasta el punto que se están proponiendo quitar el efectivo en su totalidad.

Las tecnologías, per se, son neutrales y pueden utilizarse para el bien común o abusadas para mal, o beneficio de unos pocos.

En este sentido las CBDC tienen ciertos claroscuros en lo que se refiere a su diseño propuesto que es bueno conocer.

En primer sitio, está el hecho de que la moneda digital está absolutamente gestionada (centralizada) por el Banco Central, que va a tener potestad para producir nueva moneda o reducirla conforme la conveniencia de los Estados y las circunstancias económicas. La capacidad potencialmente infinita de producir nueva moneda determina que esta va a ser inflacionaria y tenderá a perder valor toda vez que se «acuñen» nuevas unidades. Este enfoque contrasta con monedas tipo Bitcoin, cuya emisión total está delimitada a determinada cantidad inicial, y, por lo tanto, la predispone a no perder valor transcurrido el tiempo en la medida en que la oferta es cerrada por adelantado y la demanda de forma previsible creciente.

En segundo sitio, está el derecho a la privacidad y anonimato. El papel moneda tradicional brinda privacidad en el sentido de que absolutamente nadie puede saber de forma fácil quién gastó, dónde y en qué momento. Este nivel de privacidad es buenísimo cuando velamos por la privacidad de las personas: absolutamente nadie desearía que su información financiera al céntimo fuera pública o cayera en malas manos, ya que abriría la puerta a una segmentación extrema como consumidor (sabemos lo que consumes, lo que te agrada, dónde y en qué momento y, por lo tanto, podemos venderte mejor de modo adaptado), o llevar de forma directa al abuso, o a la extorsión pura y dura si la información sensible cae en malas manos.

Pero este nivel de privacidad es asimismo un obstáculo para advertir y frenar las actividades ilegales, la economía sumergida, el blanqueo de capitales y la financiación del terrorismo.

Los Estados y los Bancos Centrales están apostando fuerte por acrecentar el control de capitales (como muestra, las propias palabras de Christine Lagarde, presidente del Banco Europeo) aun a costa de sacrificar derechos como la privacidad y el anonimato en el dinero veinte poniendo como motivos primordiales las actividades ilegales ya antes mentadas.

Sin embargo, hay disponibles soluciones técnicas de compromiso como la mezcla de monedas, la firma anónima y la prueba con cero-conocimiento para conservar el anonimato del ciudadano de a pie en transacciones rutinarias al paso que se consigue una trazabilidad completa de operaciones desde un determinado importe.

En tercer sitio, el dinero digital centralizado dejará estimular y dirigir políticas económicas de forma directa desde los bancos centrales. Por ejemplo, frente a una pandemia o una catástrofe natural, el dinero en forma de ayuda directa puede fluir de manera rápida a las personas perjudicadas. Pero mal empleado, esta capacidad al contrario deja expropiar los capitales de un ciudadano sin intervención de terceros. Característica a la que va a haber que poner límites éticos y legales.

Incluso va a ser técnicamente posible producir dinero programable con peculiaridades como la data de caducidad para alentar el consumo en ciertos ámbitos de modo puntual, lo que no va a ser del agrado de los tenedores.

Marcar los límites y eludir el recorte de derechos y libertades es una resolución política, no tecnológica.

Habrá que estar atentísimos para explicar, difundir e influir en nuestros políticos a fin de que velen por el interés común y no orienten las CBDC de tal modo que puedan decaer en herramientas de control social.

Pedro J. Molina es Doctor Ingeniero en Informática por la Universidad Politécnica de Valencia y creador de la compañía de software Metadev S.L.

Crónicas del Intangible es un espacio de divulgación sobre las ciencias de la computación, ordenado por la sociedad académica SISTEDES (Sociedad de Ingeniería de Software y de Tecnologías de Desarrollo de Software). El intangible es la parte no material de los sistemas informáticos (o sea, el software), y acá se narran su historia y su devenir. Los autores son profesores de las universidades españolas, ordenados por Ricardo Peña Marí (catedrático de la Universidad Complutense de Madrid) y Macario Polo Usaola (catedrático de la Universidad de Castilla-La Mancha).

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Juan Pablo Cortez

Bogotá (Colombia), 1989. Apasionado por la investigación y el análisis de temas de interés público. Estudió comunicación social en la Universidad de Bogotá y posteriormente obtuvo una maestría en periodismo investigativo en la Universidad de Medellín. Durante su carrera, ha trabajado en diversos medios de comunicación, tanto impresos como digitales, cubriendo temas de política, economía y sociedad en general. Su gran pasión es el periodismo de investigación, en el cual ha destacado por su habilidad para descubrir información relevante y sacar a la luz temas que a menudo se mantienen ocultos.