Cuenta Andrés Trapiello en su libro ‘Madrid’ que en sus años de juventud paseaba por la Cuesta de Moyano mirando libros viejos. Y agrega que «ha puesto uno más fe e ilusión en los libros viejos que en los nuevos, pues a la mayoría de ellos se les ha ido ya toda la farsa y tontería, si la tuvieron, y lo que han de decir, lo afirman en voz baja». Es cierto que, algo de eso ocurre cuando uno va y viene por la Cuesta hojeando libros, se le va a uno la chulería pensando en la que cantidad de libros que aún quedan por leer.

Por esta calle, la única en el planeta dedicada solamente en venta de libros, paseó cantidad de veces Pío Baroja, cuya escultura corona esta pendiente, como un sinfín de escritores e intelectuales españoles, una cosa excepcional. Otro de los grandes milagros que ocurren en este sitio, es que los libros son inmortales, puesto que pasan de mano en mano y viven por los siglos de los siglos

En una de estas casetas, más específicamente en la diecisiete, es donde tiene su librería Hugo Prestel, empleado en Moyano desde el año dos mil. En su establecimiento puede uno localizar, primordialmente, libros dedicados a la historia del arte, la filosofía y el ensayo. Lo que hace única la historia de Hugo es que por las mañanas trabaja como conductor de un camión del servicio de recogida de basura del Ayuntamiento de Madrid, y por las tardes es librero en Moyano. Un relato de amor a los libros, y a una tradición familiar.

Hugo con el camión en el que trabaja.

Jose Verdugo.

La jornada de trabajo de Hugo empieza muy pronto, se levanta a las 5:20, puesto que vive en un pueblo en las afueras de Madrid. Hacia las 6:30 llega al parking donde duermen los camiones, y a las siete empieza, así como sus compañeros, la senda por distintos puntos de la capital recogiendo la basura. Suelen finalizar cara las dos y media del mediodía, mas Hugo sigue trabajando por las tardes.

Ese tiempo lo dedica a su librería en la cuesta de Moyano. Como se hace cargo de la adquisición de libros, y del catálogo que entonces se vende allá, acostumbra a aprovechar estos ratos de la tarde para ir a ver bibliotecas a casas de posibles clientes. Trabajando como basurero ha amontonado ciertas anécdotas. Como esta en la que un día le adquiero a una mujer múltiples libros de su biblioteca, y poquitos días después paso por la puerta de su casa con el camión. Cuando Hugo le saludó la mujer se quedó muy sorprendida.

Así comenzó todo

Forbes Hispano ha podido dialogar con Hugo, a fin de que nos cuente los detalles de su oficio de librero, y porqué decidió coger el camión de la basura como empleo complementario. «Yo comencé en la cuesta en el año dos mil a raíz de un accidente de tráfico. Yo trabajaba en una compañía de reparto, y siempre y en todo momento había tenido la Cuesta de Moyano un tanto descuidada. En el año noventa y cinco, estuve trabajando con mi tío en su librería de la Calle Ibiza. Después, me fui a hacer el servicio militar, y a la vuelta no deseé proseguir trabajando con la familia, y dejé un tanto de lado el tema de los libros. Pero tuve un accidente de tráfico, estuve muy fastidiado, dejé de conducir, y decidí que debía buscar una salida laboral, y como teníamos la librería del abuelo, me apeteció comenzar allá a trabajar», declara a este periódico.

Hugo con el camión en el que trabaja.

Jose Verdugo.

Esto fue en el mes de mayo del dos mil, y en el último mes del año de ese año le brotó la posibilidad de trabajar en el servicio de recogida de basura de Madrid. Esto le deja tener un salario estable todos y cada uno de los meses, y poder emplear a una persona en su caseta. Actualmente, Hugo trabaja por las mañanas en su camión de recogida de restos, y por las tardes se dedica a los libros. En su caso, más a la tarea de adquirir y organizar lo que entonces se ofrece en su caseta.

Cuando se le pregunta por de qué manera es este proceso narra que, «a la librería viene bastante gente a ofrecer sus libros. Desde personas que sus hijos se han ido de casa y los progenitores no tienen más espacio, a gente que ha fallecido y sus familiares nos venden sus libros. Al principio me lo llevaba todo. Lo bueno lo defendía, y lo malo lo procuraba vender veloz. Ahora procuro elegir más, si voy a una casa que tiene mil quinientos libros intento adquirir únicamente lo vendible«.

En ese trasiego de libros, Hugo amontona una cantidad ingente de anécdotas relacionadas con los libros y con las vidas de sus dueños. «Ayer exactamente estuve en la casa de un señor que sostenía una relación epistolar con Max Aub, y me enseñó un libro dedicado por el escritor a él y a su mujer. Otro libro muy curioso que vendí fue uno que estaba dedicado por Martin Scorsese. La gente me preguntaba como podía autenticar que fuera su firma, solo puedo decir que el que me lo vendió me afirmó que era de él. Y creo que es así, de una vez que estuvo Scorsese en Valencia», cuenta Hugo a este diario.

Hugo en su caseta de la cuesta de Moyano.

Jose Verdugo.

¿De qué manera está la Cuesta?

Cuando se le pregunta a Hugo por el estado actual de la Cuesta de Moyano nos narra la diferencia que se ha producido en la venta de libros últimamente. Ahora, en un buen día de ventas en la Cuesta, los lectores pueden llevarse unos cincuenta o sesenta libros, una cantidad inferior a la de tiempos pasados. “A nosotros nos ha afectado mucho el que haya que pagar para aparcar, la peatonalización de la calle, y sobre todo, la diversificación de las ventas de libros. Antes solo se vendían en las librerías, luego pasaron a vender los grandes almacenes, las gasolineras, los quioscos, ahora también la venta por Internet. Hay mucha competencia de gente que ni siquiera son libreros, gente que tiene libros en su casa y los vende a través de páginas web”, declara Hugo a Forbes Hispano.

Este librero asimismo nos afirma que le agradaría que todas y cada una de las casetas estuviesen abiertas, puesto que existen algunas en las que sus dueños murieron, y hoy día continúan cerradas. También cree Hugo que sería positivo que desde el gobierno municipal se les diese más visibilidad, con medidas como prosperar la señalización de la calle y su iluminación, o la construcción de un café literario, proyecto que en su instante estuvo sobre la mesa.

En dos mil veinticinco se festeja el centenario de la Cuesta de Moyano, y para recobrar su vigor, ya antes de esta data, se ha creado la asociación civil Soy de la Cuesta, apoyada por gentes anónimas mas asimismo por cronistas, escritores o intelectuales con renombre. Hugo confiesa que para ellos esta iniciativa es muy importante, asevera que, «Soy de la Cuesta para nosotros ha sido un trampolín, que nos ayuda abriéndonos muchas puertas a nivel municipal, somos mercaderes, y no estamos habituados a organizar acontecimientos. Todas las actividades que se hacen desde Soy la Cuesta son de un gusto exquisito. Habría que ponerles un monumento al lado de Pío Baroja.»

Hugo en su caseta de la Cuesta de Moyano.

Jose Verdugo.

—Oye, Hugo ¿cuáles son los motivos que te empujan a proseguir siendo librero de la Cuesta de Moyano?

—Tengo dos, el primero por la añoranza de seguir con lo que empezó mi abuelo. Y el segundo, pues me agradan los libros. Me agrada ir a las casas, y ver las bibliotecas de la gente. Comprar libros utilizados es muy enriquecedor, es vida de otras personas. Puedes conocerles realmente bien mediante sus gustos literarios. Hace poquísimo adquiera la biblioteca de un acto lírico, que estaba en nómina en el Teatro Real, y era una biblioteca muy, muy buena.

—¿Y que hace tan singular a este sitio?

—En la Cuesta vas a localizar el libro que no buscas.

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Adrian Cano

Santander (España), 1985. Después de obtener su licenciatura en Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid, decidió enfocarse en el cine y se matriculó en un programa de posgrado en crítica cinematográfica. Sin, embargo, su pasión por las criptomonedas le llevó a dedicarse al mundo de las finanzas. Le encanta ver películas en su tiempo libre y es un gran admirador del cine clásico. En cuanto a sus gustos personales,  es un gran fanático del fútbol y es seguidor del Real Madrid. Además, ha sido voluntario en varias organizaciones benéficas que trabajan con niños.