El exceso de peso está muy cerca de ser insostenible en un planeta enfermo. Más de 1.500 millones de adultos y casi 400 millones de niños —una de cada cuatro personas en el mundo— vivirán con obesidad dentro de 12 años, si antes no se pone freno a este mal que ahora se está cebando con la población infantil y los países con menores recursos. Pocas enfermedades crónicas han avanzado tan rápidamente en las últimas décadas —independientemente del contexto económico y geográfico— como la obesidad, que la Organización Mundial de la Salud (OMS) califica como una epidemia. Silenciosa, pero devastadora. Y eso, a pesar de que en la última década se han hecho esfuerzos para fomentar hábitos de vida saludables, algunos tan mediáticos como la campaña Let’s Move, que Michelle Obama puso en marcha en 2013 para reducir la tasa de obesidad infantil en Estados Unidos en un 5% en 2030.

No ha sido suficiente. La obesidad es el elefante en la habitación al que los Gobiernos deben plantar cara, más pronto que tarde, por su demoledora factura. Si nada cambia, el impacto económico del sobrepeso y la obesidad en el mundo alcanzará los 4,32 billones de dólares anuales (poco más de 4 billones de euros al cambio) en 2035 por gastos médicos, absentismo laboral, baja productividad, jubilación prematura y muerte. Supone casi el 3% del PIB mundial actual, comparable con el impacto de la covid-19 en 2020. La factura de los michelines avanza rápidamente: en 2019 supuso el 2,19% del PIB y crecerá al 3,29% en 2060. Son las previsiones del Atlas Mundial de la Obesidad 2023, publicado por la Federación Mundial de la Obesidad (World Obesity Federation), que analiza las repercusiones económicas en 161 países.

Las farmacéuticas han visto en el peso corporal insalubre un negocio mayúsculo y han convertido la lucha contra la obesidad en su cofre del tesoro. Se cree que será el mercado biofarmacéutico más grande de la década; Goldman Sachs calcula un negocio potencial de 100.000 millones de dólares anuales en 2030. La llegada al mercado de los medicamentos de Novo Nordisk y Eli Lilly, originalmente desarrollados y comercializados con éxito para la diabetes que han demostrado su eficacia para la pérdida de peso, podría marcar un punto de inflexión en el avance descontrolado de la enfermedad. A su popularidad han contribuido personajes famosos —la droga de Hollywood, la llaman—, como Kim Kardashian o Elon Musk (Tesla), que ha confesado haberse pinchado semaglutida, que reduce el apetito.

La otra cara de la moneda es la industria alimentaria, que ha llenado sus bolsillos en las últimas décadas con la venta de alimentos ultraprocesados. Se enfrentan a una posible pérdida de negocio, pero también al reto de reformular sus productos para que sean más sanos sin perder su sabor, lo que implicará importantes inversiones. También miran con cierta preocupación e incertidumbre estos medicamentos que adelgazan los fabricantes de dispositivos médicos para la apnea obstructiva del sueño, la osteoartritis y la enfermedad renal crónica, cuyos ingresos también se podrían recortar.

En 2020, 2.600 millones de personas vivían con exceso de grasa —sobrepeso y obesidad—, el 38% de la población mundial, según la Federación Mundial de Obesidad. Si hablamos solo de obesidad, son algo más de 1.000 millones de personas (650 millones de adultos, 340 millones de adolescentes y 39 millones de niños). Es decir, uno de cada siete ciudadanos, según el organismo.

Es preocupante que tantos millones de personas tengan un índice de masa corporal alto. La OMS define la obesidad como una cantidad anormal o excesiva de grasa acumulada que es un riesgo para la salud. El índice de masa corporal (IMC) es el método más utilizado y consiste en dividir el peso, expresado en kilos, entre la estatura, en metros, elevada al cuadrado (kg/m2). Para los adultos, el sobrepeso representa un IMC superior o igual a 25; la obesidad es un IMC superior o igual a 30.

Una bola de nieve

La obesidad es un problema de salud pública que se ha extendido a gran velocidad por todos los países. Desde 1975, ha aumentado a casi el triple, algo a lo que ha contribuido sobremanera el avance del sedentarismo y el mayor consumo de comida rápida y de alimentos azucarados y ultraprocesados. Hay que tener en cuenta que en muchos países no hay alternativas de alimentación o el acceso a frutas y verduras es demasiado caro. “Ningún país es inmune a los efectos de la epidemia de la obesidad, que se ha convertido en una emergencia sanitaria mundial que exige una respuesta urgente e imperativa”, constata Francesco Branca, director del Departamento de Nutrición y Seguridad Alimentaria de la OMS.

Por esto, la Federación Mundial de la Obesidad proyecta que el 51% de la población mundial vivirá con obesidad y sobrepeso en 2035. La cifra es alarmante: son más de 4.000 millones de personas condenadas por esta enfermedad compleja, asociada a más de 200 problemas de salud y que es responsable de la muerte de más de cuatro millones de personas cada año. Las enfermedades vinculadas con la gordura se encuentran entre las tres principales causas de defunción en todo el mundo, excepto en el África subsahariana, según el informe Obesity: Health and Economic Consequences of an Impending Global Challenge (Obesidad: Consecuencias sanitarias y económicas de un desafío global inminente), del Banco Mundial.

El país con mayor porcentaje de población con obesidad está en las islas del Pacífico. En Nauru, el 94% de los habitantes tiene sobrepeso y la diabetes alcanza al 66% de las personas de 55 años. Aunque la población es tan pequeña (12.511 personas), que no es representativa a nivel global.

Entre los sospechosos habituales está Estados Unidos, donde más del 70% de los adultos sufren obesidad o tienen sobrepeso y donde la enfermedad es la principal causa de muerte. También México: cerca del 73% de la población excede de su peso recomendable. Además, el 34% de esas personas enfermas sufren obesidad mórbida (IMC superior a 40). En realidad, el continente americano es uno de los más azotados por este mal, que tendrá un impacto económico anual del 3,7% del PIB en 2035, de acuerdo con las estimaciones del Atlas Mundial de la Obesidad.

EE UU es uno de los países con mayores tasas de obesidad.  
EE UU es uno de los países con mayores tasas de obesidad.  Bruce Gilden ( Magnum Photos / Contacto)

A la cola está Vietnam, con un 2,1% de incidencia de la obesidad en la población adulta mayor de 18 años, según el informe El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo (SOFI, por sus siglas en inglés), que también señala a Myanmar, con un 0,8% de prevalencia de sobrepeso en niños menores de cinco años. Sin embargo, los tentáculos de la enfermedad son largos: Vietnam es uno de los países del sudeste asiático donde más está aumentando. El crecimiento económico de la zona ha provocado cambios en el estilo de vida de los ciudadanos y un consumo mayor de dietas menos saludables.

España no es una excepción en el avance de esta epidemia invisible y demoledora, lo que evidencia que los españoles no siguen fielmente la aclamada dieta mediterránea. La patología crece desde 1980. Cerca del 24% de la población adulta española tiene obesidad. Si se tienen en cuenta también las personas con sobrepeso, la cifra se eleva al 61,6%. “La situación es muy preocupante”, sostiene María del Mar Malagón, presidenta de la Sociedad Española de Obesidad (SEEDO), catedrática de Biología Celular en la Universidad de Córdoba y subdirectora científica del Instituto Maimónides de Investigación Biomédica de Córdoba. Y añade: “Si se mantienen las tendencias actuales, se prevé que en 2035 afecte al 37% de la población, siendo especialmente preocupante en niños, al aumentar en torno al 2,5% anual hasta dicha fecha”.

Los datos de la Iniciativa COSI2, un sistema de vigilancia impulsado por la OMS, sitúan a España entre los países de la Unión Europea con mayor prevalencia de obesidad y sobrepeso infantil, junto con Grecia e Italia, con tasas cercanas al 40%. Ante esta dura realidad, el Gobierno ha aprobado, en colaboración con la Gasol Foundation, un Plan Estratégico Nacional para la Reducción de la Obesidad Infantil (2022 – 2030).

Hachazo a las cuentas

La obesidad está estrangulando el gasto sanitario público debido al alto coste de las enfermedades crónicas asociadas. Es responsable del 71% de todos los costes de tratamiento de la diabetes, del 23% del gasto de las enfermedades cardiovasculares y del 9% de los cánceres. Estos pacientes, cuya esperanza de vida se reduce en tres años, necesitan un mayor número de visitas médicas, hospitalizaciones, test de laboratorio y radiológicos… Mientras que en los países de la OCDE la obesidad tiene una carga del 8,4% en los gastos sanitarios —y reduce el PIB en un 3,3%—, en España esta cifra escala hasta el 9,7%, siendo solo superada por Canadá, Alemania (11% respectivamente) y Estados Unidos (14%).

Aparte, hay toda una serie de costes indirectos: aumenta el absentismo laboral (hay un 3,4% más de probabilidades), reduce la productividad y es un potenciador de las desigualdades: “Los individuos con al menos una enfermedad crónica asociada al sobrepeso tienen un 8% menos de probabilidades de ser empleados al año siguiente”, según el estudio La pesada carga de la obesidad, de la OCDE. España, donde el impacto de la enfermedad sobre el PIB es del 2,9% según el organismo multilateral, asume una pérdida de productividad equivalente a 479.000 trabajadores a tiempo completo por año. Para cubrir estos costes, cada ciudadano paga 265 euros adicionales de impuestos al año, también por encima de la media de 181,60 euros de la OCDE.

Si bien durante mucho tiempo el exceso de kilos ha sido visto como un problema exclusivo y distintivo de los países ricos, ahora es en las naciones con recursos limitados donde más rápidamente se está desarrollando. Sobre todo, en los entornos urbanos de Asia y África, donde la occidentalización de los hábitos de vida está incrementando el sedentarismo y una peor alimentación. “En los países de bajos ingresos como Pakistán, Indonesia y Nigeria hay muchas razones para esperar un aumento de la prevalencia de la obesidad”, según el Atlas Mundial de la Obesidad. Sin olvidar “los peores servicios de atención médica para ayudar en el control del peso y en la educación sanitaria de la población”, señala Fabian Wenner, analista responsable del sector salud en Julius Baer.

Alarma infantil

El mal se ceba con los más vulnerables. Las tasas de obesidad en niños y adolescentes se han multiplicado por 10 desde 1975 en todo el mundo, pasando de 11 millones de personas (de 5 a 19 años) a 124 millones en 2016, según un estudio dirigido por el Imperial College de Londres y la OMS. “Están aumentando más rápidamente entre los niños que entre los adultos”, dice Rachel Jackson-Leach, directora de ciencia de la Federación Mundial de Obesidad. Y de forma alarmante en los países de ingresos medios y bajos, donde los más pequeños son más sensibles a una nutrición prenatal e infantil inadecuada. “En África, el número de niños menores de cinco años con sobrepeso ha aumentado casi un 24% desde el año 2000. Casi la mitad de los niños menores de cinco años con sobrepeso u obesidad en 2019 vivían en Asia”, cuenta Francesco Branca. La gran paradoja —y el gran drama— es que “mientras crece la obesidad infantil, los problemas de desnutrición siguen sin resolverse”, añade.

La obesidad, un desequilibrio energético entre las calorías consumidas y las gastadas, es una enfermedad compleja, multifactorial, recidivante y carece de un tratamiento curativo. “Simplificarla a una sola causa puede hacer que abordarla y tratarla sea aún más difícil”, aporta Jackson. Los alimentos ultraprocesados, disponibles en cualquier rincón del mundo, están contribuyendo al rápido aumento de la patología. “Prevalece un ambiente obesogénico caracterizado por una mayor disponibilidad de alimentos más baratos, más densos en energía y menos beneficiosos desde el punto de vista nutricional”, dice Malagón. A esto hay que añadir “el aumento de la inactividad física debido a la naturaleza cada vez más sedentaria de muchas formas de trabajo, a los cambios en los medios de transporte y a la creciente urbanización”, indica Jackson.

También hay factores genéticos, responsables de entre el 40% y el 70% de la probabilidad de desarrollar obesidad. Y el nivel adquisitivo y cultural son condicionantes: “Las personas con menos ingresos tienden a optar por alimentos más baratos, a menudo ricos en azúcar, sal y grasas poco saludables, que las personas con ingresos altos, que podrían comprar alimentos más integrales”, añade la portavoz de la OMS.

La Federación Mundial de la Obesidad también señala el impacto del cambio climático, ya que la inseguridad alimentaria leve y moderada se asocia con una mayor incidencia, especialmente en contextos donde los alimentos procesados ricos en energía están disponibles a un coste bajo. Además, el aumento de las temperaturas repercute en una menor actividad física en muchas partes del mundo. Un último factor de riesgo son los contaminantes químicos, que afectan el sistema endocrino y promueven un aumento del peso. “No es una decisión del paciente, no es una enfermedad moral, el paciente no escoge sufrir obesidad, sino que la obesidad te escoge en un momento determinado”, sentencia Albert Lecube, vicepresidente de SEEDO y jefe del servicio de Endocrinología y Nutrición del hospital Arnau de Vilanova (Lleida).

No todos los países reconocen oficialmente la obesidad como una enfermedad, aunque se añadió a la Sexta Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE) en 1948 y la Asociación Médica Estadounidense la registra como tal desde 2013. En España, donde el Sistema Nacional de Salud no financia los fármacos para su tratamiento, hay un intenso debate en torno a la cuestión, puesto que una parte del mundo sanitario y los responsables políticos no la consideran como una enfermedad. Aquí solo se cubren los gastos de la cirugía bariátrica para adultos con IMC superior a 40 o superior a 35 con comorbilidades, aunque las listas de espera se demoran varios años. España solo financia, al igual que el Medicare de Estados Unidos, las inyecciones de Ozempic para personas con diabetes tipo 2 que no han sido controladas adecuadamente.

Medicamentos como Ozempic, que han demostrado ser efectivos para la pérdida de peso, son la gallina de los huevos de oro para las empresas farmacéuticas, que compiten por alcanzar la cima del mercado de la obesidad, cuyo potencial se ha calculado en 100.000 millones de dólares (cerca de 94.000 millones de euros) en 2030, de acuerdo con los analistas de Goldman Sachs. El banco habla de “algunos de los medicamentos con mayores ganancias de todos los tiempos”. Novo Nordisk y Eli Lilly captarán alrededor del 80% del mercado de la obesidad en siete años, calculan. “Posiblemente represente un enorme mercado nuevo, sin comparación en tamaño y potencial, pero también un beneficio significativo para los pacientes, muchos de los cuales no pueden perder peso por sí solos comiendo de manera diferente y practicando deportes”, dice Fabian Wenner (Julius Baer).

El pelotazo danés

La farmacéutica danesa Novo Nordisk se convirtió en septiembre en la empresa cotizada más valiosa de Europa, tras superar al gigante del lujo LVMH, gracias al éxito de sus medicamentos inyectables Ozempic y Wegovy, dos nombres comerciales para el mismo compuesto: semaglutida (funciona como un supresor del apetito imitando una hormona intestinal llamada péptido-1).

Novo Nordisk ha registrado un beneficio neto de 8.270 millones de euros en los nueve primeros meses de 2023, con un incremento del 47% respecto al mismo periodo del año anterior. “Dado que existe una necesidad no cubierta para las personas con obesidad, y dada la magnitud del problema, seguimos investigando y desarrollando fármacos cada vez más innovadores y eficaces que permitan dar respuesta a este problema”, indica Francisco Pajuelo, director médico de Novo Nordisk.

La inyección de Wegovy obtuvo la aprobación de la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA) en junio de 2021 para el tratamiento de la obesidad crónica en adultos. La empresa espera traer a España su famoso fármaco en 2024. Por su parte, las inyecciones de Ozempic están indicadas para el tratamiento de la diabetes tipo 2 y para ese fin tienen aprobación de la FDA. Sin embargo, están siendo utilizadas (su precio es de unos 130 euros) por miles de personas sanas para perder peso, ya que inhibe el apetito. Ha sido tal la demanda que la farmacéutica han tenido problemas de abastecimiento, lo que ha favorecido un mercado negro donde, incluso, se venden inyecciones falsificadas. Las ventas de Ozempic en el primer semestre han alcanzado 41.741 millones de coronas danesas (55.967 millones de euros), un 58% más interanual.

Esta misma semana, la FDA ha aprobado Zepbound, el esperado medicamento contra la obesidad de la farmacéutica Eli Lilly, que entra de lleno en el pujante mercado para perder peso. El compuesto, tirzepatida, es el mismo que contiene su medicamento Mounjaro, aprobado e indicado para el tratamiento de la diabetes tipo 2. Los analistas de Bloomberg predicen que la nueva marca crecerá durante los próximos seis años y dominará el mercado junto con Wegovy de Novo Nordisk.

Hay más compañías compitiendo en este gigantesco negocio. Pfizer se ha centrado en su fármaco oral para la obesidad, el danuglipron. Amgen y Viking Therapeutics también están en el proceso, pero necesitarán al menos otros dos años antes de obtener la aprobación, cuenta Wenner.

Así las cosas, es previsible que el mercado de medicamentos para tratar la obesidad experimente un crecimiento significativo y que la demanda de soluciones efectivas se intensifique. “La inversión en tecnología por parte de las multinacionales farmacéuticas podría conducir al desarrollo de nuevos medicamentos que ayuden a suprimir el apetito, aumentar la saciedad, mejorar el metabolismo o reducir la absorción de grasas”, cree Pajuelo.

En la Sociedad Española para el estudio de la Obesidad celebran la llegada al mercado de opciones terapéuticas seguras y cada vez más eficaces. “La obesidad ha sido una enfermedad huérfana de fármacos seguros y eficaces, un campo fácil para la aparición de dietas milagro, de suplementos dietéticos sin evidencia científica, y un pozo sin fondo que se ha aprovechado sin piedad de las personas que viven con la obesidad”, explica Albert Lecube. Por ello, piden al Gobierno un plan nacional urgente que considere la obesidad como una enfermedad y permita la financiación de los nuevos fármacos. La Asociación Europea para el Estudio de la Obesidad (EASO) ya trabaja para desarrollar un plan europeo contra la enfermedad. Eso sí, las farmacéuticas avisan de que estos medicamentos no pueden ser vistos como la única herramienta para perder peso. “El enfoque principal seguirá siendo el cambio de estilo de vida, incluyendo una alimentación saludable y la práctica regular de actividad física”, remarca Pajuelo.

Está por verse si los sistemas de salud públicos financian estos medicamentos para controlar el peso excesivo o si los enfermos tendrán que asumir ese coste de su bolsillo, lo que sin duda derivará en un aumento de las desigualdades sociales. Eso y adoptar políticas integrales requiere destinar recursos, pero siempre serán menores que el coste de tratar a tantos pacientes con diabetes, hipertensión, enfermedad cardiovascular, síndrome de apnea del sueño y cáncer. Según la OCDE, en promedio, por cada euro que se invierte se logra un retorno de hasta seis euros en beneficios económicos.

Bebidas Energéticas Galicia Red Bull
Bebidas azucaradas en un supermercado.ÓSCAR CORRAL

El azúcar indigesta a la industria

Refrescos de cola, bebidas azucaradas, snacks de chocolate, helados, bollería industrial, sopas instantáneas, aperitivos salados… El freno a la obesidad y el sobrepeso pasa, sin paliativos, por reducir la ingesta de azúcar, sal y grasas saturadas.

Los gobiernos están marcando el paso a golpe de impuesto. Cada vez son más los países que han aplicado una tasa a las bebidas azucaradas. México, Reino Unido, Finlandia, Francia, Noruega, Sudá­frica y Perú son solo algunos de ellos. “Han resultado eficaces para reducir las ventas o el consumo de azúcar”, dice Francesco Branca, director del Departamento de Nutrición y Seguridad Alimentaria de la OMS. También España aumentó en 2021 el IVA del 10% al 21% para las bebidas azucaradas y edulcoradas. Según Esade, desde entonces se ha registrado un descenso de casi 11 litros, un 13%, en los hogares con menor nivel económico. El dato se cuadruplica hasta los 25 litros en las familias de renta baja con hijos menores.

Otros países, sobre todo de Latinoamérica, han ido más allá. Colombia ha sido uno de los primeros en gravar —un 15% en 2024 y un 20% en 2025— los productos ultraprocesados, una medida que acaba de estrenarse.

Chile, México, Perú y Uruguay, entre otros, han adoptado el etiquetado frontal de alimentos y bebidas, en sintonía con las recomendaciones de la OMS, que también aboga por los subsidios para promover dietas saludables y por regular la publicidad de comida y bebida con alto contenido en grasas y azúcares para niños. La Comisión Europea trabaja en este etiquetado nutricional, armonizado y obligatorio, en la parte delantera del envase. Una de las opciones que baraja es Nutri-Score, sistema que ya se utiliza en varios países, como Francia y Alemania, y se aplica en España por varios fabricantes y distribuidores.

La industria de alimentos y bebidas teme que este nuevo etiquetado, la presión social y los medicamentos que quitan el apetito frenen el gasto de los consumidores. La reformulación es la única vía que tienen para salvarse. Muchos sectores ya han tomado medidas. Por ahora, de manera voluntaria, ya que la legislación europea solo regula la presencia de grasas trans en los alimentos. Nestlé, que el pasado octubre anunció que desarrolla productos para acompañar a fármacos adelgazantes como Ozempic, es una de las empresas más activas. En julio presentó una nueva “tecnología rentable” que reduce los azúcares en ingredientes clave. Mediante un proceso enzimático, reduce hasta un 30% el azúcar intrínseco de ingredientes como la malta, la leche y los zumos, con un impacto mínimo en el sabor y la textura. “Los altos precios del azúcar son otro incentivo para reducir el contenido de esta sustancia”, dice Fabian Wenner, de Julius Baer.

La industria ha participado en el Plan de Colaboración para la Mejora de la Composición de los Alimentos y Bebidas y Otras Medidas (2017-2020), junto a la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN), que ha liderado este proyecto. “El plan tenía como objetivo la reducción de azúcares añadidos, sal y grasas saturadas de más de 3.500 productos”, señala Enrico Frabetti, director de Política Alimentaria, Nutrición y Salud de la Federación Española de Industrias de Alimentación y Bebidas (FIAB).

El problema principal es que la reformulación es un proceso largo y requiere una importante inversión. “Es imposible estimar el coste total que supondrá, pero es probable que los productores lo trasladen al precio que paga el consumidor”, señala Peter Casanova, director ejecutivo y analista de renta variable global de Julius Baer. Frabetti explica la complejidad de la transición: “Hablamos de personal cualificado, nuevas infraestructuras y cambios en los procesos productivos, desde la elaboración del propio producto hasta la modificación de la información trasladada al consumidor a través del envase”. Además, no todos los productos podrán ser reformulados por cuestiones tecnológicas (cuando determinados ingredientes ejercen una función clave en la receta) o sensoriales (tiene que ser aceptado por el consumidor).

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