“Hace poco estuve en un foro en Santander sobre pantallas y adolescencia”, afirma Gemma Martínez, estudiosa del conjunto europeo EUKids Online de la Universidad del País Vasco. “Percibí una nueva ola de preocupación centrada en los riesgos del menor, no se habló ni en un momento de las oportunidades que brindan las nuevas tecnologías”, agrega. Esa nueva ola es ya un movimiento enorme con progenitores organizados por su cuenta en conjuntos de WhatsApp y Telegram, los fiscales de EE UU demandando a Meta por “aprovecharse del dolor de los niños” y la preocupación por noticias sobre chats desbocados protagonizados por adolescentes y especialistas que insisten en que los móviles son un riesgo inenarrable para los jóvenes.

Es bastante difícil negar que el uso de los móviles implica peligros nuevos. La patentiza es clara: más internet es igual a más peligro. Pero el planeta real está asimismo lleno de peligros y los móviles forman inevitablemente parte de él. Leen d’Haenens es miembro del conjunto académico ySkills, financiado por la Unión Europea, que desea fortalecer las competencias digitales de jóvenes. “Nuestra investigación en ySkills revela dos hallazgos notables. Uno, poseer habilidades digitales avanzadas a menudo conduce a comportamientos online de más riesgo. Dos, que a pesar de ser muy competentes en cosas como búsqueda de información, comunicación o creación de contenido, estos jóvenes tienen dificultades para evitar contenido y contactos que representen riesgos para su bienestar mental”, desarrolla.

Quien desee acotar los móviles como un peligro tiene, por consiguiente, patentiza a favor suyo. El inconveniente es que una limitación completa asimismo incluye inconvenientes. En Europa hay dos grandes conjuntos de investigación que estudian las experiencias digitales de menores y sus familias: EUKids Online, fundado en dos mil seis, con académicos de treinta y cuatro universidades de todo el continente y en cuyo origen está Sonia Livingstone, quizás la mayor especialista global en el campo. EUKids tiene un hijo global, y otro europeo más centrado en las competencias, ySkills, formado por dieciseis instituciones. Forbes Hispano ha consultado a 3 especialistas de los dos conjuntos sobre esta oleada y qué hacer con el móvil.

1. ¿A qué edad se puede?

La gran pregunta sobre la edad del primer móvil es un discute tan persistente pues no tiene contestación. En España se ha establecido los doce años como edad admitida pues comienza la ESO. ¿Qué deben hacer los progenitores cuyos hijos cumplen doce años y les solicitan el móvil pues “todos tienen”? La contestación de la academia es: ni sí, ni no.

“No se puede generalizar”, resume d’Haenens. “Los padres deben basar su decisión en las circunstancias individuales y en la preparación del niño para las responsabilidades que conlleva un móvil”.

Ellen Hespers, estudiosa de desigualdad digital de la London School of Economics y miembro de Global Kids Online, afirma una de las grandes verdades poco aceptadas en este debate: “Ser padre no es fácil”. Y sigue: “Un chaval de 15 años puede ser muy distinto de otro chaval de 15 años y ninguna solución sirve para todos”.

2. Algún criterio práctico

Aunque no hay una edad universalmente precisa para tener un móvil con internet, la academia sí da ciertas pistas para aclararse en todos y cada casa. Son 4, conforme d’Haenens. Uno, la madurez, para poder ver si el pequeño sabe manejar el tiempo de pantalla, la seguridad online y su privacidad. Dos, las necesidades de comunicación, por si un móvil es preciso para charlar con familia o amigos. Tres, fines educativos, si en el instituto trabajan con apps, precisa investigar cosas en la red o hay labores que requieran conexión. Y 4, la seguridad física, para poder comunicarse con los adolescentes si brotan inconvenientes.

Estos 4 criterios se complementan con opciones de control parental que pueden ser negociadas con los menores. Desde herramientas tecnológicas como las apps para controlar el uso a una comunicación libre y incesante con los pequeños. “Establecer reglas y límites sobre el tiempo de pantalla y el contenido es vital para fomentar hábitos saludables”, afirma d’Haenens.

3. ¿Es más simple no dárselo?

No está nada claro. Muchas familias ya han decidido no dar el móvil a los doce y tienen estrictas reglas internas sobre el uso de pantallas en casa. Tienen una estrategia y la comparten con sus hijos, si bien no se admita siempre y en toda circunstancia la opinión de los pequeños. “Una cosa que falla en España es no contar con los chavales”, afirma Martínez. “En uno de los últimos estudios que hicimos entre Portugal, Italia y España, los menores españoles entre 9 y 17 años son los que menos escuchados se sentían en el hogar”.

Esa exclusión, si bien deja aislarse de los peligros del móvil, agrega otros: “Excluir completamente a un niño del uso del móvil depende de las circunstancias individuales y de la filosofía de crianza”, afirma d’Haenens. “En general, un enfoque equilibrado es preferible para la mayoría de las familias”, resume.

4. El inconveniente no desaparece a los 16

La pretensión de los progenitores que no desean dar un móvil a los doce no es limitarlo por siempre. Hay cierto acuerdo en que los dieciseis es buena edad. Pero esos 4 años no ocurren en el vacío.

Es cierto que suprime peligros y asimismo las posibles ocasiones, mas ignora las necesidades de ese adolescente: “Existe el riesgo, como ocurre con todo a esa edad, de que la prohibición lleve a los jóvenes a acceder a los contenidos de diferentes maneras, sin supervisión y a recibir ideas de compañeros menos informados, de que empiecen a ocultar cosas a los adultos, lo que podría tener consecuencias potencialmente muy negativas”, explica Helsper.

5. “La patata caliente” de madres y padres

La bastante difícil resolución de darles o no el móvil a estos adolescentes recae en los progenitores. Pero la responsabilidad del buen uso que hagan sus hijos depende de muchos factores incontrolables y lejanos: los algoritmos de las grandes plataformas, el conveniente aprovechamiento escolar de las herramientas online, la intrusión en su privacidad de la industria de los datos, los mensajes de adultos hostigadores o el simple acceso a contenido para adultos.

La restricción de esos inconvenientes depende de la legislación europea, nacional y de las escuelas. Gemma Martínez ha bautizado este inconveniente como la “patata caliente”. La administración, los progenitores y las escuelas tienen un reto con los móviles y absolutamente nadie termina de solventarlo. “Los docentes ahora mismo están asados”, afirma Martínez. “Les llegan un montón de problemas de este tipo, de cyberbullying, de imágenes sexuales. Dicen que ya no pueden más, que es un problema de las familias y si no los empiezan a educar en casa, qué van a hacer ellos”. Este vacío de responsabilidad es la “patata caliente”.

Son soluciones complejas: pues las consecuencias tardan mucho en llegar, como en la legislación, o pues enterarse bien de qué hacer es un lío para las familias: “Hace poco participé en una campaña nacional dirigida a las familias. Convocábamos a 50-70 padres en institutos de educación secundaria de Madrid de un estatus socioeconómico medio alto. ¿Cuántas acudieron? Dos”, lamenta Martínez. Estas campañas pretenden atenuar los temores, mas no semejan cuajar.

6. El apocalipsis en los medios

En ese lodazal marchan bastante bien las historias de catástrofes digitales que publican los medios, tanto de casos reales inusuales como de especialistas con creencias concluyente. El planeta que reflejan esos titulares provocan un miedo razonable: “Yo leyendo todos estos titulares también me asusto”, asevera Martínez.

“Cuando veo los medios de comunicación y veo el mundo paralelo en el que yo estoy trabajando me pregunto cómo hacernos oír. Hasta ahora, cuando teníamos una entrevista, decíamos ‘qué pereza, seguro que me sacan tal titular’, pero ha llegado el momento de quitarse la pereza”, agrega.

En este vacío hay gente que advierte el interés y ve que hay un espacio para medrar, con investigaciones que pueden tener cortes o prejuicios: “Hay pseudoinvestigadores que de forma muy subjetiva interpretan datos y los lanzan a los medios de comunicación y pueden llegar a fastidiar bastante el trabajo serio de otros”, recrimina Martínez. Una crítica repetida es que emplear más el móvil daña el ejercicio físico, pues no hay evidencia: “Nuestra investigación ySkills, basada en una encuesta longitudinal de tres oleadas, no reveló una correlación entre el uso digital y la disminución de la salud física”, asevera d’Haenens.

7. La comparación con el alcohol

Muchos progenitores que desean retrasar la edad del móvil lo equiparan con productos regulados hasta los dieciocho, como las drogas, el alcohol o los vehículos.

En la academia piensan que es una comparación equivocada. “No es comparable con las drogas o el alcohol, que pueden tener efectos fisiológicos perjudiciales en el desarrollo cerebral de los jóvenes. Su uso es también problemático para los adultos con exceso de drogas y alcohol o sin permiso de conducir. Quitarles los móviles es más bien como no dejar que los jóvenes caminen o vayan en bici solos por la calle”, resume Helsper.

Una comparación más razonable es con el azúcar, afirma Helsper: “Hay ciertas apps o contenidos los que podrían ser equivalentes. Los padres restringirán lo que comen los niños para que no estén expuestos a demasiada comida basura o bebidas azucaradas, pero no les impedirán comer cosas saludables ni beber agua”.

La dificultad al distinguir entre la bebida azucarada y el agua en el móvil no es moco de pavo. Para eso hay que estar encima, conversar con los adolescentes e interesarse por su vida social. “El mundo en el que vivimos es intrínsecamente digital, y excluir a los niños de él significa que perderán habilidades cruciales de alfabetización digital que necesitan para convertirse en ciudadanos inteligentes y críticos”, asevera d’Haenens.