Es complicado regular aquello que se ignora. Resulta considerablemente más simple, no obstante, ponerse conforme en los temores compartidos. Miedos frente a los peligros de una tecnología con la capacidad revolucionaria como lo que cobija la inteligencia artificial (IA). veintiocho países han firmado este miércoles la Declaración de Bletchley, por la que se comprometen a fortalecer la coordinación internacional entre todos aquellas investigaciones científicas que hoy examinan los peligros para la seguridad que encierra la IA. “Para que la mejor ciencia disponible contribuya al diseño de políticas públicas y al bien común”, afirma el texto.

El tono de la declaración puede despertar un entendible escepticismo, por el hecho de que amontona buenas palabras y propósitos mas pocos compromisos específicos. Pero el hecho de que hayan puesto su rúbrica potencias como Estados Unidos, China o la Unión Europea, sugiere la voluntad de buscar esa contestación conjunta frente a un reto histórico. La Casa Blanca ha mandado a la Cumbre de Seguridad en Inteligencia Artificial, organizada por el Gobierno británico, a la vicepresidenta Kamala Harris, que ha impulsado personalmente la agenda estadounidense sobre la IA. China, que lidera el número de patentes y proyectos en torno a la IA, ha sido convidada de manera expresa por Downing Street, y ha estado representada por el viceministro de Ciencia y Tecnología, Wu Zhaohui.

Bletchley Park, una sede muy especial

El Gobierno británico ha escogido un sitio simbólico para la cumbre: Bletchley Park. Aquí fue donde un equipo de descifradores de códigos y especialistas en encriptación lanzaron luz sobre los mensajes del ejército alemán a lo largo de la Segunda Guerra Mundial. A ochenta quilómetros de Londres, Alan Turing, el padre de la computación, descifró el código de la máquina Enigma. Y fue Turing quien diseñó el test que lleva su nombre, conocido asimismo como el “juego de la imitación”. Así se llamaba, en su título original, la película que, de una manera poco preciso, los cines de España tradujeron como Descifrando Enigma. Porque el interrogante inicial del Test de Turing, “¿Pueden pensar las máquinas?”, fue más tarde reelaborada en mil novecientos cincuenta por el propio matemático: “¿Existirán computadoras digitales imaginables que tengan un buen desempeño en el juego de imitación?”. Es decir, que fuesen capaces de hacer opinar a un humano que se comunicaba con otro humano. Cualquiera que haya conversado con un chatbot o haya planteado las preguntas más complejas posibles a ChatGPT puede alardear que ya hay contestación para Turing, y que la aceleración con que avanza la IA fuerza a los gobiernos y las compañías tecnológicas a diseñar una regulación moral afín a la que un día se puso en marcha frente al descubrimiento del ADN y las terapias genéticas.

“Un gran número de expertos líderes en la materia están seriamente preocupados ante la idea de que los avances incontrolados de la IA puedan llevarnos a consecuencias catastróficas”, advertía en la apertura de la cima Ian Hogarth, el empresario que se hizo millonario con la aplicación Songkick, que rastreaba conciertos musicales, y que lleva desde dos mil dieciocho escribiendo un informe anual sobre el Estado de la IA que la industria del campo prosigue con atención. Hogarth ha estado al frente del Equipo de Trabajo sobre Seguridad de la IA financiado por el Gobierno de Sunak con más de ciento veinte millones de euros. “Me precupa que una carrera sin control derive en futuros sistemas que socaven la democracia, refuercen los sesgos discriminatorios o desestabilicen las sociedades”, anunciaba Hogarth.

“Amenaza existencial” y peligros presentes

Perspectivas tan pesimistas, reconoce el informe, no cuentan con el acuerdo de la comunidad científica, dividida entre los más optimistas y los más fatalistas. Por eso el equipo de trabajo, en la línea protegida por la vicepresidenta estadounidense Harris y expresada esta semana en la Orden Ejecutiva sobre seguridad de la IA aprobada por la Casa Blanca, prefiere centrarse en amenazas ya específicas y reales. Sobre desean trabajar asimismo los más de 100 participantes en la cima de Bletchley. Incluyen tanto el corte discriminatorio que pueden impulsar ciertos algoritmos, la proliferación de fake news y desinformación “a una escala y un nivel de sofisticación sin precedentes”, o la capacidad de hacer ciberataques o desarrollar armas biológicas. “La IA de frontera seguirá rebajando, con todas seguridad, el nivel de las barreras de entrada, y permitirá el acceso a actores amenazantes poco sofisticados”, asegura el texto.

Y como amenaza más alarmante para la estabilidad social, el peligro de desaparición de puestos. “Para 2030, los impactos más extremos [de la IA] seguirán confinados a sectores muy concretos, pero pueden ser capaces de provocar una respuesta violenta de la ciudadanía, empezando por aquellos cuyo trabajo se vea alterado. Todo ello puede alimentar un fiero debate público en torno al futuro de la educación y del empleo”, advierte el informe.

“Lo más relevante de este encuentro, en mi opinión, es la idea de que no debemos solo concentrarnos en los riesgos futuros, sino en los de hoy en día, que no solo se refieren a la seguridad nacional o a la amenaza terrorista, sino a riesgos y amenazas reales para nuestra sociedad respecto a la salud mental o a casos de discriminación”, defendía Carme Artigas, secretaria de Estado de Digitalización y co presidente del Órgano Consultivo de Alto Nivel de la ONU sobre Inteligencia Artificial. “Hay una sensación de urgencia respecto a la necesidad de señalar esos riesgos que afectan a derechos fundamentales de los ciudadanos y la sociedad”, agregaba.

”Reconocemos, así, que nos encontramos frente a un instante único para actuar, y para reafirmar la necesidad de un desarrollo de manera segura de la IA. Para que sus ocasiones transformadoras sean utilizadas en beneficio de todos, de forma inclusiva, en cada uno de ellos de nuestros países y de forma global”, asevera la Declaración de Bletchley.

Junto a la presencia de Harris, el Gobierno británico se ha asegurado de que estén en Bletchley Park figuras relevantes como la presidente de la Comisión Europea, Ursula von Der Leyen, o el secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres. Downing Street no ha conseguido contar con personajes clave como el presidente de Francia, Emmanuel Macron, o el canciller alemán, Olaf Scholz, mas la emergencia del tema ha llevado a la cima a las instituciones académicas más relevantes, cuando de IA se trata, y a los primordiales gigantes tecnológicos, como Amazon, Alibaba, Meta, IBM, Anthropic, Google Deep Mind, Microsoft o Meta. Hasta el Reino Unido se han alejado Elon Musk, el dueño de Tesla o SpaceX, cofundador de OpenAI, y controvertido dueño ahora de la red social X (ya antes Twitter) y Sam Altman, el director de OpenAI, la compañía que está tras el revolucionario ChatGPT. Sunak se ha comprometido a sostener un diálogo con el imprevisible Musk este jueves, al término de la cima.

“Por primera vez en la historia, nos enfrentamos a algo que es mucho más inteligente que el ser humano. Nunca hemos sido más fuertes o rápidos que otros seres vivos, pero éramos más inteligentes. Y ahora, por primera vez, nos enfrentamos a algo más inteligente que nosotros”, ha dicho Musk a su llegada a Bletchley Park.

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