Un argumentador franco no solo reconoce sus prejuicios, sino asimismo está presto a enfrentar las patentizas que contrarían sus opiniones, sin caer en autoengaños o en el pensamiento mágico.
La honradez intelectual empieza con la autoevaluación. Un argumentador debe someterse a un escrutinio interno profundo. ¿Hay suficiente patentiza respaldando mi aseveración? ¿He sido objetivo en mi evaluación o han intervenido preferencias subjetivas? Estas son preguntas vitales. Evaluar las presentaciones de patentiza, suprimir la repercusión de opiniones personales y administrar enfrentamientos de interés son pasos esenciales cara la integridad intelectual.
Ejemplo: Imagina un científico que descubre que su teoría extensamente admitida ha sido refutada por nuevas pruebas. En sitio de rehusar estas pruebas, decide valorarlas objetivamente y, con honradez intelectual, examina su teoría a la luz de estos descubrimientos.
El argumentador debe valorar los métodos que emplea para informarse y la calidad de sus observaciones. Evaluar la calidad de las fuentes y las observaciones es vital. Sin embargo, la autopercepción con frecuencia nos engaña. Creer que dominamos técnicas intelectuales de excelencia sin una evaluación objetiva es un fallo común. Es acá donde entra en juego el benchmarking.
Lo esencial es no engañarse uno mismo pensando que domina métodos intelectuales de excelencia. Hay tests que dejan medir su desempeño y que entonces abren paso al adiestramiento cognitivo con el que puede aprender mejor y superarse.
Ejemplo: Supongamos que un escritor piensa que su procedimiento de investigación es el mejor. Al equipararse con los estándares establecidos por especialistas en su campo a través de el benchmarking, descubre técnicas nuevas que no solo mejoran su investigación, sino asimismo amplían su horizonte intelectual.
El benchmarking se transforma en el faro que guía a los argumentadores cara la excelencia intelectual. Compararse con los mejores no es una competencia, sino más bien una ocasión de aprendizaje. Observar de qué forma otros especialistas manejan sus razonamientos, valoran pruebas y sostienen la integridad intelectual da perspectivas valiosas.
Ejemplo: Un pensador, al benchmarkear sus razonamientos sobre moral, descubre que las teorías de un reconocido pensador viejo presentan una estructura sólida. Al aprender de estas estrategias, el pensador moderno mejora su capacidad para edificar razonamientos éticos sólidos y racionales.
Los métodos hacen la diferencia y se pueden aprender las técnicas que usan los modelos de excelencia escogidos para equipararse.
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En última instancia, la sinceridad intelectual no es un destino, sino más bien un viaje progresivo. La autoevaluación y el benchmarking se entrelazan para formar la esencia de este viaje. Al abrazar la trasparencia y aprender del resto, los argumentadores pueden elevar no solamente la calidad de sus razonamientos, sino más bien asimismo el nivel general de la discusión intelectual.
A través de la práctica incesante de la sinceridad intelectual y el benchmarking, los argumentadores pueden no solo medrar individualmente, sino más bien asimismo contribuir significativamente al avance del conocimiento y la entendimiento en el planeta. En última instancia, la sinceridad intelectual no solo es una virtud personal; es el pegamento que une las fibras de la comunidad intelectual, creando un entorno donde la verdad y la sabiduría pueden florecer.
Bogotá (Colombia), 1989. Apasionado por la investigación y el análisis de temas de interés público. Estudió comunicación social en la Universidad de Bogotá y posteriormente obtuvo una maestría en periodismo investigativo en la Universidad de Medellín. Durante su carrera, ha trabajado en diversos medios de comunicación, tanto impresos como digitales, cubriendo temas de política, economía y sociedad en general. Su gran pasión es el periodismo de investigación, en el cual ha destacado por su habilidad para descubrir información relevante y sacar a la luz temas que a menudo se mantienen ocultos.