Al mercado aún no le había tiempo a digerir la reciente distensión de costes, alimentada por la expectativa de una menor demanda mundial de crudo, cuando llega un nuevo incidente. El sorpresivo ataque de Hamás sobre Israel y la concluyentes contestación del Ejército hebreo ha trastocado el siempre y en toda circunstancia inestable equilibrio petrolero, dejando nuevamente el coste del barril de brent —el de referencia en Europa— al borde de los noventa dólares americanos por barril, golpeando a compañías aéreas y otros campos dependientes de esta materia prima y dando alas a la cotización de las grandes compañías del campo fósil.
Ni Israel ni Palestina son grandes productores de petróleo: su relevancia del lado de la oferta es residual. Sin embargo, muchas son las ramificaciones de este enfrentamiento que sí tienen impacto sobre el crudo. Irán, octavo productor mundial de petróleo a pesar de las sanciones occidentales, es clave para Hamás; tanto, que según el diario estadounidense The Wall Street Journal estaba al tanto y asistió al conjunto terrorista en sus planes para agredir Israel. El segundo productor mundial y primer exportador, Arabia Saudí, se disponía a abrir la espita para —de común pacto con Estados Unidos— establecer por vez primera relación diplomática con el Estado judío; unos planes que ahora seguramente vuelvan al congelador. Y, más normalmente, toda la zona de Oriente Medio entra en una fase de convulsión que jamás trajo buenas nuevas para los países importadores de petróleo, como España.
“La preocupación de los inversores sobre una potencial escalada del conflicto que incluyese a Irán es la que ha provocado este movimiento en los precios”, apunta Paul Donovan, economista jefe del banco UBS, en una nota para clientes del servicio. Si ese escenario no se genera, completa Lydia Rainforth, de Barclays, “la disrupción será mínima”. Con todo, aclara, por el momento “solo hay perspectivas, pero no respuestas definitivas”
Pese al fuerte repunte de este lunes, próximo al tres% en una sesión —el mayor salto diario desde mediados de junio—, el brent prosigue de forma notable bajo los más de los noventa y cinco dólares americanos a los que acabó septiembre, tras confirmarse la firme pretensión de Arabia Saudí y de Rusia de seguir con sus recortes de oferta. Por aquel entonces, casi todos los analistas daban por descontado que alcanzaría los cien ya antes de fin de año, un escenario que pese a este estallido inopinado ahora semeja considerablemente más lejano.
En un contexto como el presente, con el Banco Central Europeo (BCE) y la Reserva Federal combatiendo denodadamente contra la inflación, cualquier tensión en el coste del petróleo es una mala nueva. El futuro discurrirá al son de las renovables (electrificación, hidrógeno verde…), mas en el presente la matriz energética prosigue extensa y arriesgadamente volcada cara los comburentes fósiles, que prosiguen siendo un ingrediente de primera importancia de todas y cada una de las economías. Y una escalada tiene impacto directo sobre el IPC y complica la tarea a los institutos transmisores, que pueden verse tentados a acometer nuevas subidas de géneros de interés o, por lo menos, a sostener el coste del dinero alto a lo largo de considerablemente más tiempo.
Zarpazo mayor sobre el gas
Aún peor parado que el petróleo sale el gas natural. El coste de este comburente, esencial para la industria y las calefacciones en Europa y cuya cadena de suministro está aún más tensionada, se anota este lunes una subida de más del diez% tras el cierre del yacimiento israelí de Tamar. Aunque, nuevamente, su relevancia en el mercado gasista internacional es pequeña, la sobrerreacción ante cualquier información que apunte a menguas en la producción es la regla en los últimos tiempos, desde el instante en que el gas ruso apenas llega por cilindro al Viejo Continente y los Veintisiete se han debido buscar la vida en el muy competido bazar del gas natural licuefactado, el que viaja por navío.