El pasado 23 de agosto el módulo de aterrizaje Vikram de la misión Chandrayaan-3 conseguía alunizar en el polo sur del satélite terrestre y convertía a la India en el primer país del mundo en conseguirlo y el cuarto en alcanzar la luna con éxito. La hazaña, que devolvía al primer plano la carrera espacial tras años relegada en las agendas políticas, se produjo solo tres días después de que una nave rusa acabara estrellada contra la superficie lunar en la misma cara sur. Pese a la disparidad de resultados, ambas misiones demuestran que los países del mal llamado sur global están pidiendo paso en la escena global y que exigen ser reconocidos y tratados conforme a esa nueva realidad. Ya no están dispuestos a esperar que las potencias que diseñaron a su imagen y semejanza la arquitectura internacional tras la II Guerra Mundial les hagan un sitio en la mesa. Ahora son ellos los que crean sus propias estructuras para hacer valer su creciente poder.

El logro de la misión espacial india se producía justo cuando arrancaba la cumbre de los BRICS (acrónimo de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) en Johanesburgo, en la que el grupo anunciaba su primera gran ampliación, tras la incorporación en 2010 de Sudáfrica a los integrantes originales, apenas un año después de su primera cumbre celebrada a instancias de Rusia. Esta ampliación de 5 a 11 miembros, concluyen los expertos, representa una indudable victoria para China, que ve aumentar su área de influencia geopolítica, aunque también la ven como una victoria con límites, ya que el grupo ampliado será una organización difícil de manejar, y, por tanto, también con limitadas consecuencias para la economía global a medio plazo.

Un trabajador retoca un cartel de la Cumbre BRICS de 2023 en Johannesburgo, el pasado 20 de agosto.  
Un trabajador retoca un cartel de la Cumbre BRICS de 2023 en Johannesburgo, el pasado 20 de agosto.  MARCO LONGARI ( AFP/GETTY IMAGES

Pese a carecer de un propósito claro como grupo y de las muchas dificultades de cooperación entre ellos, los BRICS han empezado a sumar integrantes entre la veintena larga de países que, según la presidencia sudafricana, han solicitado formalmente la adhesión y de los alrededor de 40 que han mostrado interés en el proyecto. Arabia Saudí, Argentina, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Etiopía e Irán han sido formalmente invitados a unirse al bloque a partir de enero de 2024. Con ello, las economías de los BRICS+ (a falta de un nuevo nombre para el grupo ampliado) sumarán 30,8 billones de dólares, si se calcula con los datos del Fondo Monetario Internacional (FMI) de 2022. Pero si medimos el PIB en términos de paridad de poder de compra (PPP, eliminado el efecto del tipo de cambio), los BRICS+ representarán el 36,38% del PIB global, frente al 30,39% que representan los países que integran el G-7 (Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido). Un grupo que se sentará además sobre el 45% de la producción mundial de petróleo y que cuenta con un peso más que notable en la industria de extracción de mineral de hierro, carbón y bauxita, por no mencionar la producción agrícola. Con esos mimbres, los BRICS+ difícilmente pueden ser ignorados.

El proyecto que surgió inicialmente del intento de un banquero de inversión por entender la transformación en la que estaba inmersa la economía mundial a principios de los años 2000 se ha convertido ahora en una plataforma política que aspira a ser la voz del sur global. Fue Jim O’Neill, entonces economista jefe de Goldman Sachs, quien en 2001 acuñó el término que tan famoso se ha hecho después para designar a las economías con mayor potencial de crecimiento y que podían estar fuera del foco de los inversores en aquel momento precisamente por carecer de una presencia multilateral acorde a la población que representaban. Veintidós años después, la arquitectura institucional internacional sigue sin reconocer el peso de estas potencias en su accionariado. Baste el ejemplo de China, que representa algo más del 18% del PIB mundial y apenas tiene una cuota de voto del 5% en el principal brazo crediticio del Banco Mundial. Institución junto al FMI cuyos máximos cargos ejecutivos se siguen repartiendo Estados Unidos y Europa desde su creación.

La demanda de una representatividad justa en las instituciones financieras internacionales está en el origen mismo de los BRICS y así lo recogieron en su primer comunicado conjunto. Ante la falta de avances, en 2013, los BRICS decidieron crear el Nuevo Banco de Desarrollo como alternativa al FMI y que echó a andar dos años más tarde con un capital de 50.000 millones de dólares. Es, hasta la fecha, su mayor éxito como grupo, aunque el perfil de la entidad dista mucho de convertirse en prestamista de última instancia para países en crisis.

Intereses dispares

“Los BRICS a veces se presentan como alternativa al G-7, pero funcionan de manera distinta, porque no tienen el nivel de cohesión interna entre sus miembros para coordinar sus políticas. Sus intereses son muy dispares”, explica Alí Ahmadi, experto en sanciones y estrategia económica del Geneva Centre for Security Policy. Una apreciación que matiza Sunjoy Joshi, presidente del centro de investigación indio Observer Research Foundation. “Es que no se trata de un grupo que sirva para todo, no defiende posiciones ideológicas, sino que actúa desde el pragmatismo. Los BRICS servirán para abordar unas cuestiones, como las relacionadas, por ejemplo, con la gestión de las consecuencias del cambio climático, y otros temas se abordarán en otros foros. Lo que debería dejar de existir sin duda es el G-7, que es incapaz de ofrecer soluciones a las sucesivas crisis que hemos atravesado en los últimos años, porque no puede abordarlas sin contar con los países del sur global”, apunta por videollamada desde Nueva Delhi.

Desde la izquierda, los mandatarios Luiz Inácio Lula da Silva (Brasil),  Xi Jinping (China), Cyril Ramaphosa (Sudáfrica), Narendra Modi  (India) y el ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, en la cumbre de los BRICS en Sudáfrica
Desde la izquierda, los mandatarios Luiz Inácio Lula da Silva (Brasil), Xi Jinping (China), Cyril Ramaphosa (Sudáfrica), Narendra Modi (India) y el ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, en la cumbre de los BRICS en SudáfricaGIANLUIGI GUERCIA (AFP/GETTY IMA

No cabe duda de que el modelo occidental ha exhibido importantes grietas en los últimos años, que la crisis financiera, la posterior crisis de deuda en Europa y la guerra comercial con China, con su larga lista de sanciones y políticas proteccionistas en respuesta al auge económico, tecnológico y geopolítico del gigante asiático, han restado autoridad a sus posiciones. En algunos casos, incluso ha abierto heridas de las que Occidente no acaba de ser consciente, pero que las autoridades regionales tienen muy presentes.

Durante la pandemia de la covid-19, los países desarrollados se dieron cuenta de su enorme dependencia de las cadenas de producción globales y de la falta de seguridad de sus suministros, ante lo cual empezaron a adoptar medidas para acercar las fábricas a países y regiones aliadas consideradas seguras. Para las economías emergentes, sin embargo, la pandemia dejó en evidencia que a la hora de repartir vacunas y liberar patentes farmacéuticas, los ciudadanos del sur global son considerados de segunda clase por las potencias industrializadas, independientemente de sus discursos. De hecho, cuando se consiguió desarrollar una vacuna que lograba minimizar los efectos de la enfermedad, los países del G-7 acapararon más de un tercio de la producción mundial de aquellas dosis aun cuando apenas representan el 13% de la población.

Como consecuencia, los BRICS lanzaron en marzo de 2022 su propio Centro de Investigación y Desarrollo de Vacunas “para estar preparados para futuras crisis y hacer que las vacunas sean más accesibles para los países emergentes”, proclamaron entonces los cinco BRICS en un comunicado. La autonomía política y de seguridad cada vez va a tener un mayor impacto sobre los flujos comerciales, de Norte a Sur, y viceversa, apunta Alí Ahmadi.

Es en ese contexto en el que la India y Brasil, los más reticentes, ceden a las presiones de China y acceden a la ampliación acordada en Sudáfrica, sin que nadie haya aclarado qué criterios han llevado a aceptar a unos países y posponer el ingreso de otros. Argentina, por ejemplo, puede que no acabe de materializar su entrada, ya que los candidatos con más probabilidades de ganar las elecciones del próximo 22 de octubre —Javier Milei y Patricia Bull­rich— no quieren formar parte de lo que consideran una plataforma totalmente dominada por China. “Etiopía es un país rico en minerales y, al incorporarse con Egipto, reduce las posibilidades de una guerra del agua entre los dos países”, explica Enrique Feás desde Luxemburgo. “Irán se suma al grupo como uno de los agraviados por las sanciones occidentales, además de hacer valer su potencial petrolero. Mientras que en el caso de Arabia Saudí y, en menor medida, Emiratos Árabes Unidos, dejarse cortejar por Pekín parece más una vía de presión a Estados Unidos para recuperar parte del estatus perdido”, concluye. Porque no se puede ignorar el escenario en el que se produce el acuerdo, dominado por las tensiones entre Washington y Pekín y la guerra en Ucrania.

Precisamente, el conflicto que se libra en suelo europeo fue una de las cuestiones que planeó con mayor intensidad en la cumbre de Johanesburgo. Desde luego no por el hecho de que uno de sus miembros haya sido el instigador del conflicto armado, ni porque el presidente ruso, Vladímir Putin, no pudiera acudir la cita como consecuencia de la orden de arresto internacional que pesa sobre él tras la invasión. Como explica Sunjoy Joshi, el conflicto ha materializado sanciones que hasta ahora parecían improbables y de las que los BRICS han tomado buena nota para el futuro. “La guerra en Ucrania ha mostrado que absolutamente todo puede utilizarse como arma en caso de conflicto. Las sanciones contra Rusia han dado un salto sustancial y afectan a todos los ámbitos, la tecnología, la energía, los alimentos, las transacciones financieras, las reservas del banco central en el exterior… Eso ha creado una conciencia entre las potencias emergentes de la necesidad de poner en marcha estrategias de reducción de riesgos”, subraya Joshi. “Y eso va a profundizar en la fragmentación de la economía global”, remacha.

Para los BRICS, esa estrategia de reducción de riesgos pasa por rebajar su dependencia del dólar estadounidense. No se trata de crear una moneda común, algo que los controles de capitales y la no convertibilidad de monedas como la rupia india o el yuan chino hacen imposible, sino de incrementar los pagos y las transacciones bilaterales en sus respectivas monedas. Algo similar a lo que sucede entre Rusia y China, cuyos bancos centrales han trabajado durante años para poder desarrollar un sistema que les permitiera utilizar sus respectivas monedas en el comercio bilateral y que, según Vladímir Putin, ya representa el 80% de los intercambios entre ambos países. “Si el grupo avanza en el desarrollo de esos mecanismos para generalizarlos en sus intercambios, pueden crear un modelo para comerciar con países afectados con sanciones. Además, la incorporación de grandes productores de materias primas a los BRICS casa bien con los planes de avanzar hacia la dolarización”, sostiene Alí Ahmadi desde Ginebra.

En la cumbre de Sudáfrica, los líderes de los BRICS han pedido a sus ministros de Hacienda que presenten un informe en el próximo año con medidas para reducir la dependencia del dólar. Pero la ecuación es muy compleja. “Todo intento por sustituir el dólar o el euro en la financiación internacional no va a ningún lado, por lo menos en un plazo de 30 años”, asegura Enrique Feás, investigador principal del Real Instituto Elcano. “Los BRICS pueden aumentar el uso de sus respectivas monedas en parte de sus intercambios comerciales, pero ¿quién quiere un millón de yuanes en su cartera si no sabe si lo va a poder cambiar a dólares o sacar del país? Nadie se fía de esos mercados, y en esas condiciones es sencillamente imposible pensar en una divisa de reserva global alternativa al dólar”, añade. Sin reformas de los mercados financieros de estos países que levanten los controles de capitales y permitan la convertibilidad de sus monedas, los intentos tendrán un impacto limitado, en opinión de los economistas.

Cierto es que desde las crisis financieras asiática y rusa de 1997 y 1998, respectivamente, las grandes economías emergentes han estado acumulando reservas en dólares como garantía de estabilidad para sus divisas. Y aunque la inflación ha depreciado el valor de esas reservas y ha hecho saltar algunas alarmas entre sus responsables, siguen teniendo muchas más garantías que cualquiera de las divisas de los BRICS. Lo explicaba Franco Macchiavelli, responsable de Análisis de Admirals España, con el caso reciente entre la India y Rusia. “La India ha estado comprando petróleo a Rusia con un descuento importante frente al precio en Occidente. Unas compras pagadas en rupias. Colateralmente, Rusia afronta un importante riesgo en divisa, es decir, que las rupias se deprecien en el tiempo aún más que el dólar. Además, y a diferencia del dólar, las rupias solo son aceptadas en la India, no sirven para comprar un activo en cualquier lugar del mundo, lo cual complica notablemente la gestión de las reservas internacionales del banco central”, según apuntaba en una nota.

Reservas mundiales

Todo esto explica que el dólar siga representando el 60% de las reservas mundiales, el euro el 20% y el yuan no llegue al 5%. Según datos del Banco de Pagos Internacionales, correspondientes a abril de 2022, el 88% de los intercambios comerciales se realizan en dólares y un estudio de la Reserva Federal de Estados Unidos revela que el peso del billete verde entre las reservas internacionales y los intercambios comerciales apenas ha variado entre 2018 y 2023. El propio banco de desarrollo de los BRICS es buena muestra de las dificultades que representa el cacareado propósito de la desdolarización: de su cartera de créditos para proyectos en los países BRICS, 19.979 millones lo son en dólares; 5.359 millones en yuanes; 3.025 millones en euros, 1.226 millones en rands sudafricanos y 541 millones en francos suizos.

Según Cliff Kupchan, presidente de la consultora de riesgo político Eurasia Group, es precisamente el Nuevo Banco de Desarrollo el que podría marcar una diferencia significativa en el nuevo orden geopolítico, si los países acuerdan aumentar su capitalización para poder competir con los más de 330.000 millones de dólares en activos que tenía el Banco Mundial a finales de junio o los 600.000 millones del Banco Europeo de Inversiones. “La experiencia reciente de China demuestra que los préstamos concedidos por objetivos puramente políticos pueden crear enormes problemas de recobro de la deuda y la influencia del Banco se vería mermada sin una visión coordinada de su misión. Pero tiene el potencial de convertirse en una institución de gran importancia a medio plazo”, aseguraba en una reciente conferencia.

Pero una cosa es coincidir en que hay cosas que deben ser cambiadas y otra es pactar cómo trabajar juntos para llevarlo a cabo y cómo hacerlo. Las tensiones fronterizas entre la India y China han aumentado desde mayo de 2020 y explican en buena medida la decisión del dirigente chino, Xi Jinping, de ausentarse de la cumbre del G-20 pocos días después del encuentro sudafricano. Países como la India, Sudáfrica o Brasil han dejado claro que quieren tener tan buenas relaciones con las potencias occidentales como con China o Rusia. Y mientras esas potencias se han negado a respaldar las sanciones occidentales a Moscú, no están dispuestos a convertir a los BRICS en un grupo antioccidental.

Los próximos 12 meses, hasta que se celebre la próxima cumbre en octubre de 2024 en Kazán (Rusia), van a revelar mucho sobre los retos que afrontan los BRICS y el potencial real que tienen como plataforma geopolítica. Y puede que para entonces hayan encontrado incluso un nombre que les incluya a todos.

Mercedes Cruz Ocaña