El ciclo de ajustes monetarios más rápido en décadas (2022-2023) ha llegado a un punto de inflexión: los bancos centrales globales han comenzado a reducir sus tipos de interés, aunque con una precaución marcada. La inflación post-pandemia ha retrocedido, pero la transición hacia la normalidad se enfrenta a un panorama complicado, lleno de volatilidad financiera y tensiones geopolíticas.
Un Camino de Ajustes
El Banco Central Europeo (BCE) se ha posicionado a la vanguardia, siendo el primero en implementar reducciones. Después de un año y medio de bajadas acumulando 200 puntos básicos desde el 4,0% en 2023, se percibe un cierre de este capítulo, ya que la inflación comienza a converger hacia el 2%. En Fráncfort, se siente una sensación de logro; con el tipo de depósito alrededor del 2%, el BCE opta por un enfoque de «esperar y ver».
Por su parte, la Reserva Federal de EE.UU. navega en aguas más complejas. Aunque ha comenzado a recortar, lo hace con precaución. La inflación muestra una capacidad de resistencia a la baja, y las recientes subidas arancelarias han incrementado la presión sobre los precios al consumo, encareciendo bienes importados y elevando los costes de producción. A esto se suma un mercado laboral robusto y tensiones relacionadas con la independencia del banco bajo la administración Trump.
Perspectivas en el Reino Unido y Japón
En el Reino Unido, el Banco de Inglaterra sigue una estrategia cautelosa. La desconexión entre un crecimiento débil y una inflación elevada, que ronda el 4%, exige cuidado en esta fase final del ciclo monetario. Japón, por otro lado, representa una anomalía notable al mantener políticas ultraexpansivas mientras muchos otros países hacen retrocesos.
Economía Emergente: Un Camino Diferente
En las economías emergentes, la relajación monetaria se realiza con matices. En América Latina, los bancos centrales continuaron sus reducciones en 2024 y 2025, aunque con ritmos variados debido a una desinflación más lenta, especialmente en servicios. Esta dinámica se benefició de condiciones financieras más favorables y una apreciación en sus respectivas divisas. La debilidad del dólar ha proporcionado un respiro, al reducir la inflación importada y estabilizar los flujos de capital. Sin embargo, el margen para nuevas reducciones se ha estrechado ante riesgos globales persistentes.
Un Futuro Incierto
De cara a 2026, la política monetaria se enfrenta a un entorno más marcado por riesgos políticos que económicos. Los shocks geopolíticos, el auge del proteccionismo y las interrupciones en las cadenas de suministro generan presiones inflacionarias difíciles de prever. La desinflación podría estancarse o incluso revertirse, obligando a los bancos centrales a pausar o revertir sus recortes. Así, la política monetaria ya no es una mera herramienta automática, sino un delicado ejercicio de equilibrio: recortar sin perder el control de las expectativas y reaccionar adaptable ante nuevos imprevistos. En definitiva, la normalización no es un destino fijo, sino un proceso siempre en evolución.
