A menudo se menciona que la gran caída de la Bolsa en octubre de 1929 marcó el inicio de una profunda depresión económica. Esta afirmación, aunque popular, tiene sus fundamentos. Si las bases económicas de Estados Unidos y otros países hubieran sido más robustas, el desplome del mercado pudo haber sido manejable. Sin embargo, la fragilidad de esos cimientos desencadenó el caos. Esta historia brinda lecciones valiosas para los inversores que consideran los efectos de una posible crisis futura.
Las sombras en Wall Street
En su nuevo libro 1929: La historia interna de la gran crisis en Wall Street, Andrew Ross Sorkin narra cómo las figuras prominentes de Wall Street desempeñaron un papel crucial en la catástrofe. Previo a la tragedia económica, Charles E. Mitchell, quien lideraba el National City Bank —antecesor de Citi—, comercializaba títulos de dudosa reputación a un público no informado. Mientras tanto, JP Morgan ofrecía acciones a sus allegados por debajo del valor de mercado. En ese contexto, el optimismo desmedido predominaba en la escena financiera de Manhattan.
Sorkin investiga las artimañas que llevaron al colapso y a la posterior depresión, reflejando las conclusiones de la Comisión Senadora de Banca y Moneda, más conocida como las Audiencias Pecora. Durante estas sesiones, se intentó responsabilizar a los banqueros más influyentes. Sin embargo, como señaló el senador Carter Glass, fue más un espectáculo que una búsqueda de justicia. Mitchell fue acusado de realizar una transacción ficticia para reducir su carga fiscal, pero al final resultó inocente, generando descontento entre la población.
Causas y consecuencias de la crisis
Thomas Lamont, ejecutivo de JP Morgan, sostenía que la crisis era más «técnica que fundamental», provocada por ventas forzadas de especuladores apalancados. Inmediatamente después de la crisis, la Sociedad Económica de Harvard afirmaba que una depresión severa, similar a la de 1920-21, era improbable. La realidad, sin embargo, dictó lo contrario: millones de estadounidenses perdieron sus empleos, los bancos cayeron como piezas de dominó y el índice Dow Jones se desplomó casi un 90% desde su pico en septiembre de 1929.
Los economistas atribuyen frecuentemente la debacle a la ausencia de apoyo monetario y fiscal por parte del gobierno de EE.UU. Sin embargo, en la llamada “Depresión Olvidada” de principios de los años 20, tampoco hubo ese respaldo, y la economía logró recuperarse vigorosamente. La diferencia, esta vez, era la inestabilidad financiera que había ido creciendo durante la década.
Durante los años 20, los precios agrícolas permanecieron bajos, llevando a la quiebra a muchas granjas y dejando a los bancos regionales en una situación crítica por sus hipotecas. Según Sorkin, varios bancos ya eran técnicamente insolventes antes de la crisis. La situación se agravó con el colapso del auge inmobiliario en Florida y Chicago. La primera gran quiebra tras el crash fue la del Bank of United States en diciembre de 1930, que había realizado transacciones dudosas, incluyendo la compra de sus propias acciones.
Una mirada a Europa
En el continente europeo, el panorama financiero era aún más sombrío. La hiperinflación en Austria y Alemania había devastado el capital de sus sistemas bancarios. Aunque Alemania disfrutó de un breve respiro debido a la entrada de capital estadounidense, esta situación dio un giro negativo cuando la Reserva Federal elevó las tasas de interés en 1928. El colapso del banco austriaco Credit-Anstalt en mayo de 1931 fue el detonante de una crisis en toda Europa.
La figura de Ivar Kreuger, el “rey de los fósforos”, ilustra aún más la crisis. Tras su suicidio en 1932, surgió un oscuro déficit en su balance, que superaba la deuda nacional de Suecia. Sus operaciones complejas, incluyendo más de 200 filiales, llevaron al colapso de la entidad bancaria Boston Lee Higginson & Co.
Reflexiones contemporáneas
Hoy, el fervor en torno a la inteligencia artificial está generando un impacto significativo en la economía y en el mercado estadounidense. Sin embargo, al igual que en la década de 1920, este auge puede estar ocultando vulnerabilidades profundas en el sistema financiero. Desde que las tasas de interés comenzaron a subir hace tres años, el mercado inmobiliario residencial en EE.UU. ha experimentado un estancamiento sin precedentes. A inicios de este año, la actividad de reventa de viviendas alcanzó su punto más bajo en más de 30 años. Además, el costo de los préstamos comerciales supera actualmente los ingresos por alquiler, creando una situación conocida como apalancamiento negativo, lo que representa un desafío considerable.
Con billones de dólares en préstamos inmobiliarios comerciales que necesitarán refinanciamiento en los próximos años, la tensión continúa aumentando. La reciente quiebra de empresas como Tricolor y First Brands ha comenzado a revelar fisuras en el sector. En este contexto, dos bancos regionales, Zions y Western Alliance, enfrentan pérdidas en inversiones relacionadas con préstamos hipotecarios comerciales problemáticos. Jamie Dimon, CEO de JP Morgan, ha expresado su preocupación por la posibilidad de que surjan más «cucarachas», un término que implica problemas ocultos.
A medida que los inversores analizan el panorama actual, el consejo de un antiguo directivo de Morgan resuena con particular fuerza: “Los precios de las acciones pueden bajar; asegúrate de tener suficiente efectivo”. En tiempos inciertos, el dinero en efectivo puede ser el refugio más seguro, una lección que sigue vigente décadas después de aquel fatídico octubre de 1929.
